3 claves para aprehender la verdadera belleza del haiku

Para la mente occidental, el haiku es una expresión artística nipona difícil de comprender. Por su brevedad y aparente falta de sentido o extrema simpleza, la confusión acerca de qué pretende decir suele combinarse con una fascinación para desentrañar su misterio.

Vicente Haya, doctor en Filosofía, traductor de poesía japonesa y discípulo de Reiji Nagakawa, reúne en Aware. Iniciación a la poesía japonesa una antología de haikus cuidadosamente seleccionada junto a diversos textos en los que desarrolla, explica y clarifica las diversas claves que nos permitirán acercarnos a la tradición y comprensión de los haikus. Compartimos en Letras Kairós un fragmento del libro con 3 claves para iniciar la exploración.

1. El primer requisito de un haiku es la inocencia

El haiku debe ser sencillo; esta es su primera condición. La sencillez le es tan esencial como la brevedad de su forma métrica. El haiku es una impresión fácil de comunicar por medio de unas palabras fáciles de comprender.

Un haiku no es un hermético arcano; no es un enigma dentro de un enigma. Deberíamos presentarnos ante cada nuevo haiku como los más simples de los lectores que haya tenido ese haiku, pero con el orgullo de que así —carentes de recursos intelectuales o de formación— somos la medida exacta del haiku.

Un haiku que no sea sencillo es una pura exhibición, un alarde del “yo” del poeta que opaca la realidad que tiene la obligación de trasparentar. El haiku es patrimonio de los corazones descomplicados.

Solo los verdaderos poetas y los niños —únicamente los que sienten en carne viva— son capaces de ver el mundo; los demás estamos desahuciados. El mundo nos niega su seno. Parece que estamos, pero no estamos. Porque “estar” es una meta final, un proyecto, no un punto de partida, como hasta ahora habíamos creído.

ありたちがくさにのぼってすぐおりる

Aritachi ga kusa ni nobotte sugu oriru

KATAOKA YUMIKO

Las hormigas

suben por una hoja de hierba...

y en seguida bajan

Comencemos leyendo un haiku escrito por una niña de seis años. Un haiku que carece de todo artificio literario. Es posible que nadie antes que ella hubiera dejado por escrito el hecho milagroso de que unas hormigas suban en fila por una hierba y que, cuando llegan a la punta, desciendan enseguida por el otro lado.

Quizá hay que tener seis años para hacer un haiku sobre este aspecto trascendental de la existencia: desde hace miles de años las hormigas suben y bajan las hojas de hierba. Y es una suerte para nosotros poder darnos cuenta de ello. Se nos ha dado la oportunidad de habitar, no lo olvidemos, en un mundo concebido para nuestra continua fascinación; tenemos la posibilidad de habitar en el más perfecto de los mundos.

あいて むる は

Kuchi aite rakka nagamuru ko wa hotoke

KUBUTSU

Abriendo la boca

y contemplando las flores que caen,

un niño es un Buda

Vicente Haya.

2. No hay que pretender escribir un buen haiku

Para escribir un buen haiku, la primera condición es no pretender hacerlo. Escribir haikus no pertenece al oficio literario, sino a la cortesía debida hacia el mundo. Y esa cortesía exige ausencia de intención literaria.

El poeta recibe un impacto por parte de la realidad y vibra bajo su efecto; durante esa vibración se concibe un haiku. No es el poeta el que escribe el haiku. Es el mundo el que escribe. Un poeta con talento literario, a veces, puede olvidarse de que un haijin no es un experto en el uso de las palabras, sino un individuo particularmente sensible al mundo. Cuando es el poeta el que pretende escribir el haiku, así tenga el talento de Kyoshi —tal vez el séptimo u octavo mejor haijin de Japón—, fracasa:

蝶々のもの ふ の静かさよ

Chôchô no mono kû oto no shizukasa yo

KYOSHI

El sonido que hace la mariposa

comiéndose las cosas...

¡Es el puro silencio!

Si queremos expresarnos en haiku, hablaremos sobre lo que nos rodea solo cuando no tengamos un interés personal por hacerlo; cuando seamos obligados a ello por lo que quiera que sea que nos compela por dentro a hacerlo. El haiku no procede de un talento especial, sino de una obligación moral que tenemos en relación con la existencia que nos sostiene. En el momento en que el haijin demuestra ser más sensible que nadie, ha matado su haiku:

Uguisu ya hyakunin nagara ki ga tsukazu

RYÔKAN

El ruiseñor —

De cien personas

ninguno se da cuenta

En ese sentido, la iniciación en el haiku puede resultar decepcionante para algunos. Porque van a notar cómo paulatinamente sustituyen el sabor edulcorado de las cosas, que es a lo que en principio estamos acostumbrados, por el auténtico sabor del mundo: mariposa, barro, ruido, silencio... No estamos acostumbrados al sabor de las cosas; lo que paladeamos del mundo es lo que nosotros mismos le añadimos para poder asimilarlo.

Probar el mundo de verdad exige unas dosis incalculables de falta de pretensión, y nos obliga a una reestructuración radical de lo que somos en clave de modestia.

Sin estas condiciones no hay haiku. Después de habernos entrenado en el haiku, a nosotros la realidad —lo que hay ahí afuera y sucede— nos produce un respeto tal que nos obliga a postrarnos ante ello.

3. Un haiku no es un poema breve

Un haiku no es un poema breve. No se admite nada que disfrace lo que está ocurriendo con toda su desnudez ante los ojos del autor. Si las palabras que se usan en el haiku no son sencillas, dejará de apuntar a la cosa misma que quiere mostrar y el propio autor se constituirá en el objeto disimulado de su poema.

El mundo desaparece y solo vemos la capacidad de producir belleza literaria de quien lo describió. El haiku no debe hablarnos de su autor, sino del mundo. El autor tiene que desaparecer. Por eso hemos dicho innumerables veces que —aunque no nos quede otra opción que tratarlo como parte de la Historia de la Literatura— el haiku no es “literatura”; que el haiku es parte de un adiestramiento espiritual. Se trata de desaparecer voluntariamente en un universo que es pura maravilla. Un universo que, hasta que nos armonizamos con él, tolera como puede nuestras pretensiones de ser y de tener. Si lo que nos emociona del mundo no está expresado con claridad, nuestro haiku no nos lleva adonde debe, sino a otro lugar. Como en el caso de:

に の をひらきけり

Hoshi sude ni aki no manako o hirakikeri

KÔYÔ

Las estrellas súbitamente

abrieron sus ojos

de otoño

Nos parezca bello o no lo que aquí nos ha dicho el poeta, no es haiku, porque no sabemos a ciencia cierta qué son los ojos de otoño de las estrellas. Y no queremos que el poeta nos lo explique.

Un poema japonés que tenga 17 sílabas puede ser magnífico y no ser haiku. Podríamos salvarlo para el universo del haiku con otras cesuras métricas —ya que las cesuras las pone el traductor—, pero solo conseguiríamos que dejara de ser un buen poema para convertirse en un mal haiku.

れ く に夢 る かな

Nagare-yuku awa ni yume miru tonbô kana

SENKEI

Van fluyendo

los sueños de las libélulas

en las burbujas del agua

Por jugar a crear belleza con las palabras acabamos no viendo a las libélulas volando por entre las burbujas del agua, sino que nos quedamos pensando cómo serán los sueños de las libélulas. Hubo un momento en el que algo nos emocionó, tratamos de expresarlo con toda la fuerza con que se produjo... y el amor por la belleza de las palabras nos traiciona:

来る に い らし

Inu kuru ryôme ni kuroi umi yurashi

SEKKAKU SAKÔ

Viene un perro...

En sus ojos se agita

un negro océano

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