¿Por qué evitar las emociones difíciles puede convertirse en un círculo vicioso?

La ciencia confirma que escondernos de nosotros mismos a la hora de afrontar ciertas emociones acabará haciéndonos más vulnerables la próxima vez.

Ilios Kotsou, académico experto en mindfulness y estudioso de la Inteligencia Emocional, ha escrito Elogio de la lucidez para que el lector pueda desembarazarse de las falsas ilusiones que dificultan el arte de vivir felices.

Compartimos en exclusiva un fragmento del libro en el que Kotsou abre las puertas del pensamiento científico y reflexiona acerca del porqué huir ante los momentos menos agradables de la vida no es, como podríamos pensar, un truco sencillo que nos permita salvar nuestra felicidad en un futuro.

Evitar nuestras emociones no nos permite vivir mejor, sino que reduce nuestras posibilidades, nuestras elecciones y nuestra calidad de vida. Pasamos a convertirnos en prisioneros de nuestras estrategias de control: la investigación científica, por ejemplo, confirma que los peores insomnios surgen cuando intentamos obligarnos a dormir.* La repetición de los esfuerzos por controlar las emociones y sensaciones nos expone a desarrollar un incremento de la sensibilidad a esas experiencias, y lleva a su intensificación. Por desgracia, estas estrategias suelen tener un efecto positivo a corto plazo, y en consecuencia, nos convencemos de que si no hubiéramos optado por ese método preventivo (alcohol, medicamentos, comida) hubiese ocurrido lo peor. Llegamos incluso a tener miedo de nuestro propio miedo.

Este mecanismo actúa como un refuerzo negativo. Por ello, repetiremos un mismo comportamiento si tenemos la impresión, acertada o no, de que nos evitará sufrir sensaciones desagradables. Paul Watzlawick ofrece un ejemplo excelente:

«Tomemos un caballo que recibe una descarga eléctrica en uno de sus cascos a través de una placa metálica disimulada en el suelo de su cuadra. Si antes de cada descarga suena un timbre, el animal establece rápidamente una relación de causa y efecto entre la señal y la sensación desagradable. Desde ese momento, en cuanto oye el sonido, levanta el casco para evitar la descarga eléctrica. Esta estrategia se torna inútil al cabo de poco tiempo: a partir de entonces bastará con el timbre para que levante la pata. Lo que el caballo ignora es que su conducta de evitación le impedirá enterarse de que hace tiempo que el peligro de la descarga dejó de existir.»

“A la larga, la evitación nos lleva a un resultado paradójico: huir de nuestras emociones desagradables nos expone a otras emociones negativas, nos hace sentir mal y nos da todavía más ganas de huir.”



— Ilios Kotsou

«El dolor es insoslayable, el sufrimiento es opcional», dice el escritor japonés Haruki Murakami.** El dolor es una experiencia que forma parte integral de la vida; incluso, es absolutamente necesario para sobrevivir. Es lo que nos hace ser conscientes del peligro de meter la mano en el fuego y nos enseña a cuidarnos. El sufrimiento está constituido por el dolor, al que se añaden el juicio de valor y el rechazo de ese dolor. A menudo se manifiesta a través de pensamientos y cavilaciones del tipo: «No es justo» o: «¿Qué me pasará?» o: «Es imposible, no aguantaré». El sufrimiento no es necesario para nuestra supervivencia, al contrario, nos impide vivir bien. El sufrimiento maximiza la incomodidad hasta hacerla intolerable. Un dolor de cabeza o de muelas puede ser muy doloroso, pero toda nuestra resistencia contra ese dolor lo hace todavía más insoportable.

En ocasiones, vivir es desagradable, pero no podemos evitar el malestar interior sin evitar vivir en alguna parte. La prevención automática y compulsiva nos limita, pues pone trabas a nuestra libertad de elección. Las dificultades, las emociones desagradables y el dolor también forman parte de nuestra vida así como los momentos alegres. Así pues, aprendamos a no transformar nuestro dolor en sufrimiento; pues tal como diría Samuel Beckett: «Estás sobre la Tierra. No hay cura para eso».***

*Ansfield y colaboradores, 1996.

**Autoportrait de l’auteur en coureur de fond. Belfond, París, 2010.

***Fin de partie. Minuit, París, 1957.

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