El "apego" desde la psicología: preguntas y respuestas

Inés Di Bártolo (Buenos Aires, 1962) vive y trabaja en Buenos Aires. Doctora en Psicología y profesora titular de la Universidad Católica Argentina, es especialista en el tema del apego y directora del Centro de Apego, Vínculos e Intersubjetividad (CAVI). Compartimos un fragmento de la entrevista que mantuvo con Montse Batlle para el libro En busca de la libertad, obra que reúne las conversaciones de la periodista con expertos en diversos campos del saber y que atañen al desarrollo personal, emocional, espiritual o filosófico de los seres humanos. Inés Di Bártolo explica aquí por qué el apego es algo que surge desde el mismo nacimiento y razona el significado y su importancia en el campo de la psicología.

¿Qué es el apego? Se trata de una palabra muy utilizada, pero ¿cuál es su significado particular en la teoría del apego?

Dentro de la teoría del apego, el término no tiene el sentido con el que se usa comúnmente, y alude a una relación muy única. Es la que nos une a algunas personas especiales, muy pocas a lo largo de la vida, tales como los padres en la niñez, el mejor amigo o la pareja en la adultez, los propios hijos en la edad anciana. Son estas personas las que tienen la potencia especial de una figura de apego: nos calman en los momentos difíciles, nos ayudan a modular las emociones, sin que nos avasallen y nos desborden, nos infunden valor en los momentos de tomar desafíos.

En el contacto con estas figuras, logramos la regulación emocional.

El vínculo de apego es un vínculo afectivo, pero no todas las personas a las que nos une un vínculo afectivo son figuras de apego. Si uno cierra los ojos y se supone en una situación de mucho peligro o de mucha ansiedad (un accidente, por ejemplo) y se imagina con quién querría hablar para poder contarle lo sucedido, puede detectar fácilmente quién es su figura de apego. Podemos tener muchos amigos, personas cercanas, y elegir a diversas personas para salir, conversar, estar, compartir momentos. Estas personas pueden ser relaciones profundas e importantes. Sin embargo, en esos momentos especiales de intensa emoción, necesitamos de la presencia única de la figura de apego. Estas personas son una, dos, tal vez tres, es decir, muy pocas y muy específicas. Pueden cambiar a lo largo de la vida, pues no siempre es la misma persona la que se mantiene como figura de apego. En la niñez, generalmente son los padres. Luego pueden reemplazarse o complementarse con nuevas figuras: un íntimo amigo, la pareja, incluso, en la edad avanzada, los propios hijos. Lo que los distingue como figura de apego es la función que cumplen, pues son como la batería más básica de nuestra vida.

Cuando algo nos debilita o nos afecta intensamente, necesitamos entrar en contacto con esta batería central que nos carga de energía y nos dota de confianza. Las figuras de apego calman, fortalecen, potencian. El contacto con ellas es urgente y crucial en los momentos difíciles, así como saberlas accesibles y disponibles es una garantía en los momentos tranquilos. Tienen una función doble: refugio al que volver si hay necesidad, y base desde la cual explorar con la confianza de poder volver.

¿El apego es importante en nuestras vidas?

Es central, porque está impulsado en forma biológica. Nacemos genéticamente programados para establecer un vínculo de apego. Los humanos comparten esta característica con otros mamíferos, ya que tiene un valor evolutivo de supervivencia: cualquier cría sola es una presa fácil para los depredadores. Por lo tanto, un individuo joven necesita mantenerse cerca de un adulto y monitorear continuamente su distancia. Todos hemos visto documentales de cómo en la naturaleza las crías siguen a sus madres, controlan cuánto se alejan de ellas y se desesperan si se pierden. Es como si las uniera un hilo imaginario. Lo mismo sucede cuando vemos a un niño pequeño jugando en una plaza. Si bien puede estar concentrado y muy entretenido con lo que esté haciendo, continuamente verifica que el adulto esté cerca, y si no lo ve, inmediatamente interrumpe su juego y se dirige a buscarlo.

Apego y exploración son dos sistemas complementarios: la presencia de una figura de apego, que da tranquilidad, permite desactivar las conductas de apego y mantener activa la exploración.

Sin embargo, en los momentos de estrés y necesidad, si una persona está asustada, enferma, angustiada, el interés por el mundo se detiene y lo que predomina es la necesidad de establecer contacto con la figura de apego, para, a través de ese contacto, encontrar la calma y la regulación emocional.

Aunque en los humanos el apego a una figura va más allá del objetivo primario de obtener protección y consuelo. Estar tan cerca de otra persona en la infancia, armar un vínculo tan poderoso, da lugar a una conexión emocional y mental de la que derivan las características más sofisticadas de los seres humanos. El apego nos impulsa a mantenernos muy cerca de otro que se conecta emocionalmente con nosotros, que toma nuestra perspectiva y que nos entiende, que registra nuestras necesidades y nuestras emociones, que nos da una respuesta, que ofrece una regulación emocional. Un bebé nace con una serie de posibilidades para desarrollarse, pero no puede hacerlo en forma individual y autónoma. El desarrollo no es un proceso automático: necesita del contacto intersubjetivo. Y en ese contacto intersubjetivo se desarrolla lo humano.

¿En qué consiste la regulación emocional que según usted es una función básica de la relación de apego?

La regulación emocional es la capacidad para procesar y manejar las emociones. Incluye tanto tener acceso a todas las emociones y ser capaz de sentirlas, como no quedar preso de ellas y poder dominarlas. Supone lograr que las emociones nos informen sin que nos desborden. Implica una serie de habilidades: experimentar y registrar las emociones, poder expresarlas adecuadamente, controlar la impulsividad, tolerar la frustración, contar con estrategias para afrontar las situaciones negativas, tener recursos para calmarse, poder aplazar la satisfacción inmediata, ser capaz de generar emociones positivas y disfrutar.

Para alcanzar la regulación emocional, es central tener acceso a un amplio espectro de emociones, y llegar a sentirlas. La manera en que las personas se conectan con sus propias emociones es muy variable. Algunas personas tienen más registros que otras. Algunas pueden sentir cierta emoción, por ejemplo, la ira, pero no pueden sentir las otras emociones que están relacionadas con esa emoción (por ejemplo, el dolor). El dolor está, pero no se registra. Entonces, esas personas solo se sienten enfadadas por una determinada situación (por ejemplo, no ser aceptados por alguien), pero no sienten el dolor que esa situación les produce y que motiva el enojo. Si se conectaran con el dolor, el enojo cedería y el sentimiento sería más auténtico, más completo y más manejable. Nombrar, conocer, registrar otorga dominio.

Los afectos motivan a la acción. Cuanto mayor es el afecto, y menos comprendido y procesado está, mayor es el riesgo de que se apodere del control.

La clave de la regulación emocional es poder sentir las emociones y mantenerse en control de las acciones. Tener acceso al amplio espectro de las emociones, conocerlas y dar a cada una su intensidad, sin por eso quedar preso de ellas.

Algo puede enfadarme mucho, pero yo puedo decidir qué hacer con ese enfado. No necesito reaccionar inmediatamente: puedo evaluarlo, puedo observarme y revisar de qué se trata para modularlo, puedo encontrar la mejor manera de enfrentarlo, puedo decidir. Esto no es lo mismo que la evitación o disociación, defensas que permiten mantener el control a costa de evitar el acceso a las emociones.

Cuando un bebé nace, no tiene ninguna capacidad de regulación, ya que depende completamente de sus padres para regularse. En primer lugar, para que lo ayuden a regularse físicamente: en el hambre, la sed, la excreción, el sueño, la temperatura. Los padres se mantienen receptivos para captar sus necesidades y ofrecerle respuestas adecuadas. Gradualmente, se agregan más necesidades. No solo contacto físico, sino también contacto facial, interacción, exploración, juego, y, sobre todo, conexión emocional. A partir de sus respuestas empáticas, los padres van llevando al niño pequeño a sentirse comprendido, «sentido» por ellos. Comparte con ellos su mundo emocional y, a través de esa conexión, mantiene un estado general más positivo y de mayor tranquilidad. Puede así ir experimentando sus emociones en forma más modulada y organizada. Registra y experimenta las emociones, tanto positivas como negativas, pero no lo avasallan.

Las emociones negativas se pueden ir tolerando gradualmente. Ya al año, el bebé tiene articulado el núcleo de su estrategia predominante para enfrentar sus emociones negativas y regularlas. Este proceso se refina a lo largo de la vida, pero al cabo del primer año, un niño tiene armado en su mente un modelo de lo que espera de su figura de apego: cuándo la necesita, cuánto cuenta con ella para que lo ayude a regularse y calmarse, y actúa según estas expectativas. Muestra un patrón de conducta frente a su figura de apego en los momentos de estrés, que refleja un modelo mental. Esto es lo que se llama el patrón de apego y podemos medirlo muy tempranamente, a los doce meses, a partir de instrumentos de investigación psicológica.

Decenas de estudios han correlacionado la cualidad del patrón de apego temprano con diferentes características del desarrollo posterior, como la autoestima, la empatía, la capacidad para perseverar en la prosecución de un objetivo, la apreciación de los pares y los maestros, la independencia complementada por la capacidad para pedir ayuda, la relación con los padres y con los hermanos, la resiliencia, y otras.

Niños cuyo patrón de apego fue medido al año de edad han sido seguidos en su desarrollo, incluso hasta la adultez. La influencia de la cualidad de su patrón de apego persiste.

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