¿Tiene algún sentido creer en los rituales si no eres una persona religiosa?

Los estudios indican que, en Occidente, el número de personas que no pertenecen a ningún credo crece año tras año. Sin embargo, ¿el ateísmo puede incorporar los beneficios de la práctica religiosa sin entrar en una contradicción?

El filósofo y ensayista Feliciano Mayorga defiende el gran valor de los rituales, a pesar de que no se realicen para rendir culto a los dioses.

Es cierto que en la sociedad actual, con el declinar de los dioses, los ritos han quedado huecos, convertidos en un mero protocolo social colmado de exigencia pero vacío de sustancia. O lo que es peor, como una oportunidad para el negocio. Basta recordar los cumpleaños en las redes sociales, los matrimonios con número de cuenta adjunto a la tarjeta de invitación, la forma en que las compañías funerarias administran la muerte, o la sustitución progresiva de las fiestas comunitarias, repletas de festejos y danzas, juegos y representaciones teatrales, por vacaciones privadas que se compran y se venden.

RITUALES RELIGIOSOS. Lo sagrado en todas las religiones y tradiciones espirituales ha sido objeto de culto, un culto socialmente organizado. Este culto consistía en una serie de acciones de naturaleza muy singular mediante las cuales los participantes se vinculaban de forma comunitaria a una realidad de orden superior, que los envolvía y superaba. A través de los ritos, en especial las fiestas, se producía el desposorio entre mortales e inmortales.

Pero sería un error renunciar a los rituales, como clama un individualismo profano y nihilista. Sin ellos, la vida humana dejaría de ser significativa. El objetivo debe ser devolverles el sentido.

El declinar de los dioses no nos debe impedir seguir celebrando las expresiones en que la energía sagrada del mundo se manifiesta, como el nacimiento o la muerte, la pubertad o el amor. Podemos crear nuevos rituales o seguir compartiendo el culto con las religiones existentes.

— Feliciano Mayorga

Por fortuna, este tipo de prácticas no necesitan ser legitimadas por una teoría filosófica o científica, ni siquiera por un soporte de creencias. Aún menos, por una teología, una iglesia o una moral. Estas arraigan en una decisión plenamente soberana, en la única dimensión en la que el ser humano puede ser profunda y radicalmente libre, es decir, en el juego.

Por lo tanto, para comprender el carácter de los ritos y celebraciones sagradas, hay que saber que estas forman parte del juego, un fenómeno antropológico aún más amplio y esencial, que representa de forma emblemática el paradigma de las actividades autotélicas, de aquellas que realizamos por sí mismas y no como medio para otra cosa: amar, pasear, abrazar a un amigo, crear o teorizar. Estas actividades son fuente de sentido porque imitan, quizás sin saberlo, el carácter gozoso pero gratuito con el que el mundo es creado y sostenido por la energía sagrada.

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