Las relaciones sociales son favorables a la salud mental (y física)

Como explican Christophe André y Rébecca Shankland en su libro Elogio de la interdependencia, la calidad de las relaciones sociales es determinante para el bienestar mental y físico, incluyendo a todas las edades.

Compartimos el fragmento del libro en el que explican su importancia a través del estudio de importantes investigaciones académicas.

La calidad de las relaciones desempeña un papel protector esencial en todas las edades. Los investigadores hicieron un seguimiento de doce mil adolescentes durante cinco años, preguntándoles sobre sus vínculos sociales, su salud mental (afectos negativos, ideas de suicidio, etc.) y sus comportamientos de riesgo (consumo de sustancias psicoactivas, etc.).

De este modo, pudieron demostrar que la calidad de las relaciones sociales era un factor de protección contra los comportamientos de riesgo y la salud mental de los jóvenes.[1] El factor más importante fue la calidad de la relación con los padres y el resto de la familia. Más específicamente, la percepción de la cercanía relacional con el padre o la madre, la percepción de apoyo y de atención por parte de los progenitores, la satisfacción de la relación con los padres, y el sentimiento de ser apreciado y amado por los miembros de su familia. Además, sentir que se mantenía una relación positiva con los padres no estaba relacionado con una configuración familiar específica. Los padres pueden o no estar separados, las actividades comunes pueden o no ser frecuentes, pero lo más importante es la percepción que tiene el adolescente de la atención y el afecto de sus progenitores.

Así pues, independientemente de la situación familiar, es el esfuerzo y la inventiva puestos en la calidad del vínculo entre padres e hijos lo que resulta decisivo para la calidad de vida y la salud mental del adolescente.

En este estudio se observó que el segundo factor de protección más importante en la prevención de los problemas de salud mental y el comportamiento de riesgo en los adolescentes era la calidad de las relaciones en la escuela primaria y secundaria. Se caracterizaban por un bajo grado de injusticia en la forma en que se trataba al alumnado, la percepción de una cercanía relacional con otros estudiantes y docentes, y un sentido de pertenencia a la escuela. La calidad de la relación profesor-alumno, en particular el sentimiento de cercanía con el docente, tiene un efecto decisivo en la adaptación a la escuela,[2] la motivación y el compromiso con la labor que debe realizarse, así como el sentimiento de competencia escolar.[3]

De manera similar, un grupo de investigadores de la Facultad de Medicina de Harvard hicieron un seguimiento de adolescentes que habían sido hospitalizados en un servicio de psiquiatría a fin de identificar los factores de resiliencia que les permitirían esperar una vida mejor después. Descubrieron que la calidad de las relaciones sociales y el sentido de conexión social eran determinantes para sentirse más realizados y satisfechos.[4] Por el contrario, cuando faltan estos vínculos de confianza, el sentimiento de aislamiento social, que lleva a una pérdida de sentido de la vida y de motivación para actuar, representa un importante factor de riesgo de suicidio.

Por último, en un estudio realizado con cuatro mil seis-cientos cuarenta y dos adultos, se demostró que la falta de apoyo social y el elevado estrés social predecían un riesgo de depresión diez años más tarde.[5] El hecho de contar con un buen nivel de apoyo social protege contra los trastornos de la salud mental e incluso tiene un efecto protector sobre la salud física, que se ve influida por la salud mental.[6] Este efecto protector se ha observado en diversas poblaciones, como las personas en paro, los padres de niños de corta edad aquejados de enfermedades graves, viudas o estudiantes.[7] Así pues, el apoyo social fomenta una mejor resistencia ante situaciones de estrés crónico.[8]

Las relaciones sociales son beneficiosas para la salud física

La Escuela de Salud Pública de Harvard ha hecho un seguimiento de siete mil personas durante un período de nueve años, identificando todas sus fuentes de lazos sociales: la vida en pareja, la familia, los amigos, la implicación o la participación en la comunidad, e incluso su participación en una comunidad religiosa. Al final de este estudio, se ha descubierto que las personas con pocas relaciones sociales tenían tres veces más probabilidades de morir que las demás, siendo todos los otros parámetros iguales al principio (consumo de tabaco y alcohol, vulnerabilidades de la salud).[9] Además, Lisa Berkman encontró que independientemente del tipo de conexión social, la calidad de la relación tiene un efecto protector similar. En el seguimiento que realizó, las personas que vivían solas pero que participaban en una asociación tenían el mismo riesgo de mortalidad que quienes vivían en pareja pero que no participaban en una asociación.

En otro estudio, los investigadores interrogaron a doscientos setenta y seis voluntarios sobre doce tipos diferentes de relaciones (familia de origen, familia actual, amigos, colegas, mascotas, asociaciones...). Si los participantes informaban de que tenían seis tipos de relaciones, era cuatro veces menos probable que desarrollasen rinofaringitis tras la inoculación de un virus benigno en este experimento.[10] Los efectos de las relaciones positivas en la salud física pueden explicarse en particular por su influencia sobre el funcionamiento inmunitario, gracias a una mejor regulación fisiológica.[11] Se ha observado en niños y en la población adulta, que cuando la relación de apego es tranquilizadora, la proximidad física contribuye a un mejor equilibrio fisiológico y emocional.[12] También permite una recuperación más rápida después de una situación estresante,[13] reduciendo las consecuencias nefastas del estrés en la salud.[14]

Las investigaciones también han identificado que la calidad de las relaciones disminuyó el riesgo de mortalidad temprana y ayudó a mejorar la recuperación en casos de enfermedades graves o crónicas.

Por ejemplo, en un estudio realizado en los años ochenta del pasado siglo por David Spiegel, con mujeres con cáncer de mama en fase terminal, un grupo de las participantes acudió a charlas regulares donde pudieron conectar con otras mujeres y otro grupo recibió el mismo seguimiento médico, pero no formó parte de ninguna actividad compartida. Se observó que las primeras vivieron en promedio el doble de tiempo que las mujeres que no se habían beneficiado del apoyo social de un grupo.

En vista de la naturaleza determinante del apoyo social en la salud física, los especialistas incluso llegan a equiparar el efecto de la falta de apoyo social en la esperanza de vida a los efectos de la obesidad, el tabaquismo, la hipertensión y la falta de actividad física.[15] De hecho, en el caso de la separación física prolongada entre los miembros de una pareja, se observan desequilibrios fisiológicos, trastornos del sueño y efectos más negativos,[16] también se constata una activación del sistema de pánico y alarma y dolor al nivel del cerebro,[17] como se ha demostrado en los estudios de los sentimientos de exclusión social.

No solo los sentimientos de exclusión social, circunstancia grave, sino también los sentimientos de soledad se asocian con mayores riesgos de salud. Cabe señalar que hablamos del sentimiento de soledad, la que se siente, y no de la soledad experimentada. Hay gente que va de viaje sola o a un retiro de meditación sin experimentar una sensación de soledad. Uno puede disfrutar de estar solo por un tiempo –¡y esto es algo muy buscado por un cierto número de progenitores con exceso de trabajo!–, pero ese momento en que podemos estar solos para recargar las pilas es muy diferente de la sensación de estar solo, aislado socialmente, algo que se puede sentir incluso estando rodeado de otras personas. Parece ser que no hay diferencia entre el número de personas que se frecuenta y la sensación de soledad y las que no lo sienten.[18] Aunque estas personas no carecen de habilidades interpersonales,[19] el sentimiento de soledad implica un repliegue sobre uno mismo que hace menos probable que movilicen sus competencias, lo que gradualmente lleva a tener menos relaciones con los demás. Así, el sentimiento de soledad que lleva a evitar las interacciones sociales aumenta y se autoperpetúa.

La relaciones humanas son indispensables para satisfacer las diferentes necesidades humanas (seguridad, pertenencia, amor), lo que explica lógicamente por qué el sentimiento de soledad se asocia con un bajo nivel de bienestar.[20] Reducir las capacidades de autocontrol[21] puede llevar a consumir sustancias psicoactivas nocivas, tabaco o alcohol, que afecten a la salud. Por último, en los ancianos, la sensación de soledad se asocia con un mayor riesgo de desarrollar demencia[22] y duplica el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer, aunque el individuo no esté objetivamente aislado socialmente.[23] Aún no se han identificado plenamente todos los mecanismos que explican estos vínculos, pero resulta evidente que a cualquier edad de la vida es importante no sentirse solo y experimentar que se está conectado a los demás.

Notas:

  1. Resnik, M. et al. «Protection adolescent from harm: Findings from the National Longitudinal Study on Adolecent Health». Journal of the American Medical Association, 218 (10), 1997, págs. 823-832.

  2. Birch, S. H. y Ladd, G.W. «The teacher-child relationship and children’s early school adjustment». Journal of School Psychology, 35 (1), 1997, págs. 61-79.

  3. Ver por ejemplo: Hamre, B.K. y Pianta, R.C. «Early teacher-child relationships and the trajectory of children’s school outcomes through eighth grade». Child Development, 72, 2001, págs. 625-638.

  4. Gralinski-Bakker, J.H.; Hauser, S. T.; Stott, C.; Billings, R.L. y Allen, J.P. «Markers of resilience and risk: Adult lives in a vulnerable population». Research in Human Development, 1, 2004, págs. 291-326.

  5. Teo, A.R.; Choi, H. y Valenstein, M. «Social relationships and depression: Ten-year follow-up from a nationally representative study». PLoS ONE, 8, 2013, e62396.

  6. Ozbay, F.; Johnson, D.C.; Dimoulas, E.; Morgan, C.A.; Charney, D. y Southwick, S. «Social support and resilience to stress: From neurobiology to clinical practice». Psychiatry (Edgmont), 4 (5), 2007, págs. 35-40.

  7. Resick, P.A. Stress and Trauma. Psychology Press, Hove, 2001.

  8. Southwick, S.M.; Vythilingam, M. y Charney, D.S. «The psychobiology of depression and resilience to stress: Implications for prevention and treatment». Annual Review of Clinical Psychology, 1, 2005, págs. 255-291.

  9. Berkman, L.F. «The role of social relations in health promotion». Psychosomatic Medicine, número especial: Superhighways for Disease, 57, 1995, págs. 245-254.

  10. Cohen, S.; Doyle, W.J.; Skoner, D.P.; Rabin, B.S. y Gwaltney, J.M. Jr. «Social ties and susceptibility to the common cold». Journal of the American Medical Association, 277, 1997, págs. 1.940-1.944.

  11. Uchino, B.N. «Social support and health: A review of physiological processes potentially underlying links to disease outcomes». Journal of Behavioral Medicine, 29 (4), 2006, págs. 377-387.

  12. Sbarra, D.A. y Hazan, C. «Coregulation, dysregulation, self-regulation: An integrative analysis and empirical agenda for understanding adult attachment, separation, loss and recovery». Personality and Social Psychology Review, 12 (2), 2008, págs. 141-167.

  13. Butler, E.A. y Randall, A.K. «Emotional coregulation in close relationships, Emotion Review, 5 (2), 2013, págs. 202-210.

  14. Uchino, B. N.; Cacioppo, J.T. y Kiecolt-Glaser, J.K. «The relationship between social support and physiological processes: A review with emphasis on underlying mechanisms and implications for health». Psychological Bulletin, 119 (3), 1996, págs. 488-531.

  15. Sapolsky, R. Why Zebras Don’t Get Ulcers: A Guide to Stress, Stress-Related Diseases and Coping. Holt., Nueva York, 2004, 3.a ed. [Versión en castellano: ¿Por qué las cebras no tienen úlcera?: la guía del estrés. Alianza Editorial, Madrid, 2019.]

  16. Vormbrock, J.K. «Attachment theory as applied to wartime and job-related marital separation». Psychological Bulletin, 114 (1), 1993, pág. 122.

  17. Panksepp, J. «Feeling the pain of social loss». Science, 302 (5643), 2003, págs. 237-239.

  18. Cacioppo, J.T. y Patrick, W. Loneliness: Human Nature and the Need for Social Connection. Norton, Nueva York, 2008.

  19. Cacioppo, J.T.; Ernst, J.M.; Burleson, M.H.; McClintock, M.K.; Malarkey, W.B.; Hawkley, L.C.; Berntson, G.G. et al. «Lonely traits and concomitant physiological processes: The MacArthur social neuroscience studies». International Journal of Psychophysiology, 35, 2000, págs. 143-154.

  20. Baumeister, R.F. y Leary, M.R. «The need to belong: Desire for interpersonal attachments as a fundamental human motivation». Psychological Bulletin, 117, 1995, pág. 497.

  21. Layden, E.A.; Cacioppo, J.T.; Cacioppo, S.; Cappa, S.F.; Dodich, A.; Falini, A. y Canessa, N. «Perceived social isolation is associated with altered functional connectivity in neural networks associated with tonic alertness and executive control». NeuroImage, 145, 2017, págs. 58-73.

  22. Holwerda,T.J.; Deeg,D.J.; Beekman,A.T.; VanTilburg,T.G.; Stek,M.L.; Jonker, C. y Schoevers, R.A. «Feelings of loneliness, but not social isolation, predict dementia onset: Results from the Amsterdam Study of the Elderly (AMSTEL)». J. Neurol. Neurosurg. Psychiatry, 85 (2), 2014, págs. 135-142.

  23. Wilson, R.S.; Krueger, K.R.; Arnold, S.E.; Schneider, J.A.; Kelly, J.F.; Barnes, L.L. y Bennett, D.A. «Loneliness and risk of Alzheimer disease». Arch. Gen. Psychiatry, 64 (2), 2007, págs. 234-240.

Anterior
Anterior

¿Cómo se puede ayudar a un hijo a ser independiente?

Siguiente
Siguiente

Los peligros del individualismo excesivo