La escuela budista que volvió a plantear la sencillez de las preguntas de Gotama en la China del siglo VII

En Después del budismo. Repensar el dharma para un mundo secular, Stephen Batchelor revisita diversas tradiciones budistas y las contextualiza para ser comprendidas y revisitadas en el primer tercio del siglo XXI y en adelante. 

La tradición del budismo "Sôn" se originó en la China Tang del siglo VII como reacción contra el excesivo interés metafísico de las escuelas budistas establecidas. Trató de recuperar la sencillez del budismo original siguiendo el ejemplo de Gotama de sentarse inmóvil bajo un árbol, comprometido de manera inflexible con las cuestiones primordiales de lo que significa nacer, enfermar, envejecer y morir.

Los maestros Sôn se dieron cuenta de que la misma forma en que se plantean estas preguntas determina el tipo de «iluminación» que puede alcanzarse. Un célebre aforismo sintetiza esta comprensión:

Gran duda-gran despertar:

Pequeña duda-pequeño despertar;

No duda-no despertar.

La cualidad de nuestra «duda» —de las preguntas que planteamos— está directamente relacionada con la cualidad de nuestra visión profunda. Plantear estas preguntas de manera visceral engendra el correspondiente despertar visceral. Sopesarlas intelectualmente, con una «pequeña duda», conduce solamente a un tipo de comprensión intelectual. Y para aquellos que no se vean agitados en absoluto por preguntas existenciales, el despertar no es ni siquiera concebible

Los practicantes del Sôn rechazaron el conocimiento metafísico de los monjes-eruditos no porque no discrepasen de sus conclusiones, sino porque estaban en desacuerdo con la forma en la que, de entrada, dichos estudiosos planteaban las preguntas.

Practicar el Sôn significa formular estas preguntas con todo el cuerpo, con «los 360 huesos y articulaciones y los 84.000 poros de nuestra piel», hasta que se conviertan en una «masa maciza de duda».

En ese sentido, la duda debe alcanzar una masa crítica, «como una bola de hierro incandescente que hemos engullido y tratamos de vomitar sin conseguirlo». [1]

Sostener este tipo de perplejidad urgente supone aprender a estar en un estado mental equilibrado, centrado e interrogativo sin sucumbir al atractivo seductor de «es esto» o «no es esto». Para plantear una pregunta con sinceridad, tenemos que suspender todas nuestras expectativas en cuanto a cuál podría ser la respuesta. Necesitamos descansar en una condición de desconocimiento, vitalmente alertas al puro misterio de no estar muertos, sino vivos. De esta manera, cultivamos el camino medio entre «es» y «no es», entre afirmación y negación, entre el ser y la nada.

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