¿Cómo se puede ayudar a un hijo a ser independiente?

Ante cualquier tarea que debe afrontar un niño, el papel del adulto a la hora de apoyarle o explicarle (o dejarle hacer) será determinante para que pueda desarrollarla, ganando así autonomía o confianza. Lo explican Christophe André y Rébecca Shankland en este breve fragmento de su libro Elogio de la interdependencia.

La autonomía se favorece alentando a los niños a tomar sus propias decisiones, fijar sus propias metas y llevar a cabo sus proyectos, incluso a pequeña escala. Por ejemplo: la construcción de un castillo, desenterrar una piedra que cree que es preciosa o aprender los nombres de los árboles. Cuando se trata de acciones necesarias que no están sujetas a una elección (dormir, lavarse, etc.), las explicaciones que permiten al niño entender por qué son importantes contribuyen a su sentimiento de autonomía. Así puede sentirse de acuerdo con las explicaciones dadas, lo que le anima a llevar a cabo la acción. Por el contrario, el comportamiento controlador o incluso coercitivo va en contra de su autonomía. Se trata, por ejemplo, de opciones que se imponen al niño sin que se le dé ninguna explicación para ayudarle a entender por qué tiene que llevar a cabo esta acción, lo que podría permitirle que se interesara en ella y así motivarlo a llevar a cabo la tarea.

Por último, la implicación del adulto en la relación responde a la necesidad de cercanía emocional del niño y se manifiesta en su cálida atención, la coherencia de su comportamiento, el tiempo dedicado al intercambio, la confianza en el niño y la ausencia de juicios sobre él. Por el contrario, ciertas actitudes, como el contacto frío y distante, o incluso el aislamiento del niño, los juicios negativos sobre él o ella y el no compartir ni intercambiar emociones, no satisfacen esta necesidad tan fundamental de la cercanía afectiva.

Acompañar al niño/niña hacia la autonomía

Se desarrolla el sentido de competencia de un hijo/hija cuando se le acompaña al realizar una tarea, sin hacerla por él o ella, dándole la oportunidad de hacerla él mismo, dándole el tiempo necesario para lograrlo, reconociendo la dificultad potencial y ofreciéndole todas las explicaciones necesarias.

Especificar los objetivos que deben alcanzarse en una actividad, mediante instrucciones claras y concretas, es particularmente eficaz. Por el contrario, presionarlo en lo que está haciendo o tender a hacerlo todo en su lugar para ahorrar tiempo, haciéndole saber que es una simple actividad que no requiere de más explicaciones, disminuye la sensación de competencia del niño.

Y, a la inversa, cuando las expectativas e instrucciones no están claras, cuando el niño siente que el adulto está impaciente y no entiende sus dificultades, entonces resulta más difícil averiguar la mejor manera de hacerlo.

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