Krishnamurti explica: ¿Cuál es el trasfondo de las relaciones humanas?

Maestro de sí mismo y referencia espiritual a nivel mundial, un profundo estudioso de la naturaleza humana, Krishnamurti alcanza cotas de lucidez extraordinarias en Sobre las relacionesEn las transcripciones de sus reconocidas conferencias, Krishnamurti explica con claridad y sin ambages la naturaleza de los conflictos que atormentan a la especie humana desde el inicio de los tiempos hasta la fecha.

La solución del maestro es radical y contundente: aunque está al alcance de todos, el aprendizaje requiere un desprendimiento total de las imposiciones culturales, políticas y religiosas establecidas, así como un extenso y consciente conocimiento de las relaciones que existen entre seres humanos, que tienden a ser mediadas por el deseo y el egoísmo. 

Nuestra vida, la vida cotidiana, es una cuestión de relación. Estar relacionado implica contacto, no solo físico sino también psicológico, emocional e intelectual. Y la relación únicamente es posible cuando hay mucho afecto. Si yo no estoy relacionado con ustedes y ustedes no están relacionados conmigo, si lo que hay entre nosotros tan solo es intelectual o verbal, eso no es relación. La relación solo existe cuando hay contacto, comunicación, un sentido de comunión. Todo lo cual implica mucho afecto.

Tal y como es actualmente, nuestra relación es muy confusa, desdichada, contradictoria y aislada, cada uno trata de afirmarse a sí mismo, alrededor de sí mismo, para sí mismo, en un recinto inaccesible. Obsérvese a sí mismo, no lo que «debería ser», sino «lo que es». Cuán inaccesibles son, cada uno de ustedes, debido a que tienen tantas barreras, ideas, tendencias, experiencias, desdichas, intereses, preocupaciones. Su actividad cotidiana siempre les aísla: aunque estén casados y tengan hijos, funcionan y actúan desde un movimiento egocéntrico.Por eso es tan difícil la relación entre un padre y una madre, una hija y su esposo, etc., en una comunidad.

«A menos que establezcamos una verdadera relación, nuestras vidas serán una lucha constante, tanto individual como colectiva»

Usted puede decir que, como trabajador social o como socialista, al trabajar para la comunidad se olvida de sí mismo, pero en realidad no se olvida de sí mismo. No puede olvidarse de sí mismo identificándose con algo más grande, que es la comunidad. Esa actividad no elimina el «yo», el ego. Todo lo contrario, es una identificación del «yo» con algo más grande y, por tanto, sigue la batalla, como resulta tan evidente en aquellos países donde se habla mucho de la comunidad, de lo colectivo. El comunista constantemente habla de lo colectivo, porque se ha identificado con lo colectivo. Lo colectivo se convierte entonces en el «yo», por el cual está dispuesto a luchar, a pasar toda clase de torturas y disciplinas, porque se ha identificado con lo colectivo, igual que la persona que se identifica con una idea que llama «Dios». Sin embargo, esa identificación sigue siendo el «yo».

De modo que la vida, si uno la observa, es relación, se basa en las acciones que suceden en la relación, ¿no es cierto? Estoy relacionado con usted, con mi esposa, mi esposo, como parte de la sociedad. La relación con usted o con mi jefe genera una acción que, en primer lugar, no solo me bene cia a mí, sino también a la comunidad, y el motivo de mi identi cación con la comunidad también me bene cia a mí. Por favor, entiendan esto, uno debe comprender el motivo de su acción.

Nuestra vida actual de cada día es, en realidad, una constante batalla: hay permanente desdicha, confusión, con algunos destellos de alegría, con manifestaciones ocasionales de profundo placer. Y a menos que se dé una revolución fundamental en nuestra relación, la lucha seguirá, aunque por ese camino no hay solución posible. Por favor, entiendan esto. A través de esa lucha en la relación no hay salida; sin embargo, eso es lo que tratamos de hacer. Nunca decimos: «Debemos cambiar la relación, debe cambiar la base de nuestra relación».

Sin embargo, como estamos en conflicto tratamos de escapar a través de diferentes sistemas filosóficos, o de la bebida, el sexo, y las muchas formas de entretenimiento intelectual y emocional. Pero, a menos que se dé una revolución interna radical al observar nuestras relaciones –siendo la relación «nuestras vidas», nuestra relación actual tal como es: con mi esposa, con la comunidad, con mi jefe, mi relación...–, a menos que haya una mutación radical en la relación, hagamos lo que hagamos, tengamos las ideas más nobles, hablemos, conversemos infinitamente acerca de Dios, etc., eso no tendrá ningún valor, porque todos esos son escapes.

De ahí surge el problema: ¿cómo puedo, viviendo en relación, generar un cambio en mi relación? No es posible escapar de la relación. Puedo hipnotizarme, retirarme a un monasterio, escapar y hacerme monje, esto o aquello, pero sigo existiendo como ser humano relacionado. Vivir es estar relacionado. Así pues, tengo que comprender la relación y cambiarla. Tengo que descubrir cómo generar un cambio radical en mi relación, porque, después de todo, la relación produce las guerras: eso es lo que sucede en este país entre los paquistaníes y los hindúes, entre el musulmán y el hindú, o entre el árabe y el judío. La solución no está en el templo, en la mezquita, en las iglesias cristianas, en hablar del Vedanta, en esto o aquello, ni en el resto de los varios sistemas. No hay solución, a menos que usted, como ser humano, cambie radicalmente su relación.

Y bien, el problema que surge es: ¿cómo cambiar de hecho –y no en abstracto– esa relación que actualmente está basada en la búsqueda egoísta y en el placer? Esa es la verdadera cuestión, ¿de acuerdo?

De hecho, eso significa comprender el deseo y el placer, «comprenderlos», no decir: «debo reprimir el deseo, debo liberarme del placer»; eso ya lo han hecho durante siglos: «debe vivir sin deseo» –no sé qué signi ca eso–, «no debe tener deseos», lo cual no tiene sentido, porque tenemos muchos deseos, nos consumen. No es bueno reprimir el deseo, sigue ahí, reprimido, embotellado y cerrado con un corcho; ustedes se disciplinan contra el deseo. Pero ¿qué sucede? ¡Se vuelven insensibles, despiadados!

J. Krishnamurti

Así, debemos comprender el deseo y el placer, porque nuestros valores y juicios internos se basan en el placer, no se basan en los grandes y fabulosos principios, sino tan solo en el placer. Quieren tener a Dios, porque eso les proporciona un placer enorme para escapar de la monotonía, de la fea y estúpida vida, que no tiene ningún sentido. De modo que el principio activo de nuestra vida es el placer.

No podemos descartar el placer. Contemplar una puesta de sol, ver las hojas en contraste con la luz, captar esa belleza, su delicadeza, produce un sentido de dicha enorme, hay gran belleza en ello. Debido a que hemos negado y reprimido el placer, hemos perdido todo ese sentido de la belleza. En nuestras vidas no hay belleza, de hecho, no hay belleza ni tampoco buen gusto. Podemos aprender el buen gusto, pero no es posible aprender la belleza. Para comprender la belleza debemos comprender el placer. Comprender el placer significa ver cómo surge, su naturaleza, su estructura, no negarlo.

No nos engañemos diciendo: «mis valores son valores divinos, tengo ideales nobles». Si los examina profundamente dentro de usted, verá que estos valores, estos ideales, sus puntos de vista, su manera de actuar, todo se basa en el placer.

Vamos a examinarlo, no de forma meramente verbal o intelectual, sino que vamos a descubrir cómo afrontar el placer, colocarlo en su justo lugar, ver cuándo tiene valor y cuándo no. Lo cual requiere un examen muy cuidadoso.

Para comprender el placer debemos investigar el deseo. Debemos descubrir qué es el deseo, cómo surge, qué lo mantiene activo y si podemos estar libres del deseo. Tenemos que comprender cómo aflora, cómo consigue continuidad, y si es posible que termine, cómo debe ser. A menos que realmente comprendamos esto, el pretender eliminar el deseo, esforzarnos para liberarnos del deseo, tiene muy poco valor, destruye y deforma nuestra mente, atrofia nuestro ser.

Para comprender lo que haya que comprender, se necesita una mente sana, clara, cuerda, y no una mente distorsionada, retorcida, controlada, moldeada, o destrozada por la falta de claridad.

Vamos a descubrir cómo surge el deseo. Por favor, sigan todo esto, porque vamos a investigar algo más. Debemos empezar por el principio para comprender adónde nos conduce esa investigación. Si no son capaces de investigar, no serán capaces de comprenderlo ni de examinarlo. Así que no digan: «voy a omitir este paso».

Las respuestas duraderas y verdaderas requieren preguntas directas y honestas. 

En realidad es muy simple comprender cómo surge el deseo. Contemplo una maravillosa puesta de sol. Está el ver, y al ver esa belleza, sus colores, la delicadeza de las hojas en contraste con el cielo, la rama oscura, todo eso despierta en mí el deseo de seguir mirando. Es decir, percibo, hay una sensación, luego contacto y deseo. No es muy complicado. Veo un hermoso automóvil, perfectamente abrillantado, bien diseñado, lo percibo, lo toco, hay una sensación, y de ahí surge el deseo. Veo un rostro hermoso, y surge todo el mecanismo del deseo, de la lujuria, de la pasión. Es así de simple.

La siguiente pregunta, un poco más compleja, es: ¿qué prolonga y da continuidad al deseo? Si comprendo esto, en‐ tonces sabré cómo afrontar el deseo. ¿Entienden? El problema empieza cuando el deseo tiene continuidad. En ese momento, uno se esfuerza por satisfacerlo, quiere más. Si descubro el elemento tiempo en el deseo, sabré como afrontarlo. Vamos a investigarlo. Se lo mostraré.

Vemos cómo surge el deseo: vemos un automóvil, una puesta de sol, un rostro hermoso, un ideal admirable, un hombre perfecto... –el hombre no está a la altura de esa palabra–. Nos damos cuenta de cómo surge el deseo. Vamos a examinar qué le da al deseo la energía, la fuerza que permite su continuidad. ¿Qué le da continuidad? Como es obvio, el pensamiento. Al ver un automóvil siento un gran deseo y digo: «quiero poseerlo».

El pensamiento, el pensar en ello, le da continuidad. Esa continuidad surge debido al placer que uno consigue al pensar que lo desea, ¿verdad? Veo una hermosa casa, con una excelente arquitectura y gran funcionalidad, y la deseo. Interviene el pensamiento y dice: «deseo tenerla». En ese momento me esfuerzo y empieza todo el problema. No puedo tenerla porque soy pobre; por tanto, me siento frustrado, siento odio... y así es cómo se inicia todo el problema. En el momento en que el pensamiento como placer interviene en el deseo, aparece el problema. En el instante en que el pensamiento, que se basa en el placer, interviene en el deseo, empieza el conflicto, la frustración y la lucha.

De manera que si la mente comprende toda la estructura del deseo y del pensamiento, entonces sabrá cómo afrontar el deseo. O sea, siempre que el pensamiento no inter ere en el deseo, el deseo desaparece, ¿entienden? ¡Miren! Veo una casa hermosa y digo que es maravillosa. ¿Qué hay de malo en eso? La casa tiene un per l uniforme y proporcionado. Pero en el momento en que el pensamiento dice «cómo me gustaría tener esa casa y vivir en ella», empieza todo el problema.

El deseo no es malo, el deseo nunca es malo, pero cuando el pensamiento interfiere crea el problema. Así pues, en vez de comprender el deseo y el pensamiento, tratamos de eliminar el deseo, de controlarlo o de disciplinarlo, ¿no es cierto? 

Espero que entiendan todo esto, que no se limiten a escuchar, sino que trabajen tan duro como lo hace quien les habla. De lo contrario, no lo compartiremos, solo les entrará por un oído y les saldrá por el otro. Eso es lo que solemos hacer. Escuchar es estar atento. Y si de verdad escuchan esto con todo el corazón, lo verán, entonces sabrán qué es la vida, conocerán una manera totalmente diferente de vivir.

Estamos examinando el mecanismo del pensar. Ese mecanismo del pensar, en esencia, se basa en el placer, en el agrado o desagrado. Pero en el placer siempre hay dolor. ¡Es obvio! No quiero el dolor; sin embargo, quiero que el placer tenga una continuidad constante. Quiero eliminar el dolor, pero si elimino el dolor también tengo que eliminar el placer: no pueden separarse, van juntos. De modo que al comprender el pensar descubriré si es posible romper el principio del placer, ¿entienden?

La base de nuestro pensar es el placer. Si bien hemos padecido mucho dolor, no solo físico sino también interno, enorme sufrimiento, ansiedad, miedo, terror, desesperación, todo ello es la consecuencia de vivir y establecer nuestros valores en el placer. Ahora bien, si comprendemos toda la estructura de la mente y del cerebro, si entendemos que su base profunda es el placer, sabremos cómo mirar el deseo sin interferir y, por tanto, cómo terminar con la confusión y el sufrimiento que se generan cuando se prolonga el deseo.

El pensamiento es mecánico, es como una excelente computadora. Ha aprendido mucho, tiene muchísimas experiencias, no solo individuales y colectivas, sino humanas. Están en el consciente y también en el inconsciente.

Toda la conciencia es un residuo, es la maquinaria de todo el pensar. Y el pensar no solo se basa en el imitar y el aceptar, sino también en el placer. Acepto porque me produce placer, sigo a alguien porque me produce placer, digo «él está equivocado» porque eso me produce placer. Cuando digo: «es mi país, estoy dispuesto a morir por él», es porque me produce placer, que de nuevo se basa en un placer mayor que para mí representa la seguridad, etc.

El pensamiento es mecánico. No importa de quién sea el pensamiento, incluidos todos sus gurús, maestros o filósofos. El pensamiento es la respuesta de la memoria acumulada, y esa memoria, si lo investigan más hondamente, se basa en el principio del placer. Pueden creer en el atman, en el alma, o en lo que quieran, pero si lo examinan profundamente, ¡verán que todo eso es placer! Como la vida es tan incierta –están la muerte, el miedo...– esperan que haya algo más trascendental que todo esto, y a eso le ponen un nombre, lo cual les proporciona un gran consuelo, y ese consuelo es placer. De modo que el pensamiento, el mecanismo del pensar, por complejo, sutil y original que ustedes crean que es, se basa en ese principio del placer.

Por tanto, tenemos que comprender esto, y solo podemos comprenderlo cuando estamos totalmente atentos. De ser así, si escuchan con toda atención lo que se está diciendo, de inmediato verán la verdad o falsedad de ello. Y no hay nada falso, porque son hechos. Estamos tratando con hechos, no con ideas que se pueden discutir, de las que uno puede tener su propia opinión o la opinión de otros. Son hechos, por feos o agradables que sean. Durante siglos y siglos hemos pensado, nos hemos dicho a nosotros mismos: «el pensamiento puede cambiarlo todo». Como el pensamiento se basa en el placer, y la voluntad es el resultado del placer, decimos: «a partir de ahí lo cambiaremos todo».

Pero si lo examinan, verán que no pueden cambiar nada a menos que comprendan este principio del placer.

En el momento en que se comprende todo esto, el conflicto termina. No pueden poner fin al conflicto deliberadamente, simplemente termina, lo cual no quiere decir que ustedes se conviertan en vegetales. Tienen que comprender el deseo, observar su funcionamiento cotidiano y ver cuándo el pensamiento interfiere, introduciendo el elemento tiempo en el deseo. Cuando se examina y se comprende esto, surge una disciplina innata. ¡Miren! Para escuchar lo que se está diciendo necesitan disciplina, para no solo escuchar de forma verbal según algún patrón, sino de manera interna, profunda. Sin duda, el mismo acto de escuchar es disciplina, ¿no es cierto?

Cuando la mente comprende la naturaleza del placer, del pensamiento, del deseo, el examinarlo en sí mismo genera disciplina. Por consiguiente, no se trata de satisfacción, de si debe o no debe haber satisfacción. Todo eso desaparece. Es lo mismo que si comen cierto alimento y les produce dolor de estómago.

Si el placer del gusto del paladar es mayor que el dolor de estómago seguirán comiendo, aunque se repitan: «no debo comerlo». Practicaremos trucos con nosotros mismos, pero seguiremos comiendo. Sin embargo, si el dolor se vuelve más fuerte, entonces pondremos atención en lo que comemos. En consecuencia, si hubiéramos prestado atención en el primer momento en que sentimos dolor, no hubiera sido necesario el conflicto entre el placer y el dolor. ¿Lo están siguiendo?

Todo esto nos conduce a cierto punto: uno debe ser por completo una luz para sí mismo. No lo somos, dependemos de otros.

Mientras escuchan, dependen de quien les habla para que les diga lo que deben hacer. Pero si lo escuchan atentamente, él no les está diciendo lo que deben hacer. Les pide que examinen, les dice cómo examinar y qué implica el examen. Si examinan con detenimiento estarán libres de toda dependencia y serán una luz para sí mismos. Eso significa estar completamente solo.

No estamos solos, nos sentimos solos. Somos el resultado de muchos siglos de cultura, de propaganda, de influencias, del clima, de los alimentos, de la ropa, de lo que la gente dice o deja de decir, etc.; en consecuencia, no estamos solos. Somos un resultado.

Y para ser una luz para sí mismo, uno tiene que estar solo. Cuando uno descarta toda la estructura psicológica de la sociedad, del placer, del conflicto, entonces está solo.

En esta soledad no hay nada que temer, nada doloroso. Tan solo cuando hay aislamiento y sentimiento de soledad hay dolor, ansiedad y miedo. La soledad es algo por completo diferente, porque solo una mente que está sola no es influenciable.

Eso significa que ha comprendido el principio del placer y, por tanto, nada puede afectarla, nada, ni el halago o la fama, ni la capacidad o el talento pueden afectarla. Esa soledad es imprescindible.

Cuando uno mira atentamente la puesta de sol, está solo, ¿verdad? La belleza siempre está sola, no en el sentido absurdo del aislamiento.

Es la cualidad de la mente que va más allá de la propaganda, de los agrados y desagrados personales, que no se basa en el placer. La mente solo puede percibir la belleza en la soledad. Y la mente llega a este estado extraordinario cuando no está influenciada; por tanto, cuando se ha liberado del condicionamiento ambiental, del condicionamiento de la tradición, etc. Tan solo una mente que permanece con esa soledad puede examinar u observar qué es el silencio. Porque solo en el silencio se pueden escuchar estas lechuzas. Si parlotean, con sus problemas, etc., nunca escucharán estas lechuzas. Gracias al silencio escuchen. Gracias al silencio actúen. Y la acción es vida.

El deseo material y físico es uno de los mayores problemas del ser humano y fruto de tensiones entre las relaciones de poder que se generan en consecuencia. 

Cuando comprendan el deseo, el placer, el pensamiento, descartarán toda autoridad, porque la autoridad de cualquier clase, interna o externa, no les ha conducido a ningún lugar. Internamente, han perdido la fe en todas las autoridades y, por consiguiente, no confían en nadie. Así pues, uno está en soledad a través del examen del pensamiento y el placer. Estar solo significa estar en silencio. Y de ese silencio surge la acción. Eso requiere que lo investiguemos más.

Para nosotros la acción se basa en una idea, en un principio, en una creencia, en un dogma, y actuamos según esta idea. Si mi acción se ajusta a mi idea, creo que soy una persona honesta, una persona noble. Pero siempre existe cierta diferencia entre la idea y la acción, por tanto, hay conflicto.

Cuando hay conflicto de cualquier clase, no hay claridad. Puede que en lo externo sea muy espiritual, lleve lo que llaman una vida muy sencilla, vista un taparrabos y haga una sola comida al día, pero eso no es una vida sencilla. Una vida sencilla es más exigente y profunda que eso. Una vida sencilla es una vida sin conflicto.

De modo que el silencio llega porque hay soledad, y ese silencio está más allá de la conciencia. La conciencia es placer, es pensamiento con todos sus mecanismos conscientes e inconscientes. En ese campo nunca puede haber silencio; por tanto, cualquier acción en ese campo siempre traerá confusión, sufrimiento y desdicha.

Únicamente cesa el sufrimiento cuando la acción surge de ese silencio. A menos que la mente esté completamente libre de sufrimiento, personal o de otra clase, vivirá en la oscuridad, con miedo y ansiedad.

Por tanto, cualquiera que sea la acción siempre habrá confusión, y en cualquier elección siempre habrá conflicto. Y bien, si uno comprende todo esto, habrá silencio, y si hay silencio hay acción. El silencio en sí mismo es acción, no hay silencio y después acción. Seguramente nunca les ha sucedido que hayan estado en completo silencio. Si están en silencio pueden hablar desde ese silencio, aunque tengan recuerdos, experiencias y conocimientos. Si no tuvieran conocimientos, serían incapaces de hablar. Ahora bien, cuando hay silencio, desde ese silencio hay acción, y esa acción nunca es complicada, confusa ni contradictoria.

Si uno comprende este principio del placer, el pensamiento, la soledad y el vacío del silencio, si uno ha llegado tan lejos –no en términos de tiempo, sino de verdad–, entonces, debido a que existe atención completa, en ese acto de silencio hay total inacción, y esa inacción es acción.

Como consecuencia de esa total inacción, se produce una explosión. Tan solo en esa explosión total surge algo nuevo, que no se basa en el reconocimiento y, por tanto, no es experimentable. No se trata de decir: «yo lo experimento, y ustedes vienen para aprender de mí cómo experimentarlo». Todas estas cosas llegan de forma natural y fácil cuando se comprende el fenómeno de la existencia, que es la relación.

Para la mayoría, la relación es confusión, desdicha, y para que se produzca una profunda y auténtica mutación, un cambio radical, uno debe comprender el deseo, el placer, el pensamiento, y también la naturaleza de la soledad. Entonces, a partir de ahí, surge el silencio. En ese silencio, que es completa inacción –no tiene movimiento alguno–, se produce una explosión. Como saben, los científicos dicen que las galaxias se forman cuando la materia deja de moverse y se produce una explosión. Únicamente cuando se produce esa explosión nace una nueva mente, una mente realmente religiosa. Y solo una mente religiosa puede resolver los problemas humanos.

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