Una breve introducción al taoísmo de la mano de Ramiro Calle

El taoísmo es una de las ramas más misteriosas y fascinantes dentro del gran árbol de la sabiduría oriental. En Cien técnicas de meditación, el escritor y maestro de yoga Ramiro Calle resume las claves principales para acercarse al taoísmo, comenzando por explicar la figura de Lao-Tsé y la obra que se le atribuye, el Tao Te King, así como describiendo los principios por los que se guían aquellos que creen en la existencia del Tao.

La columna vertebral de la sabiduría oriental se basa en las enseñanzas milenarias, los métodos transformativos y liberadores, y una adecuada actitud de vida que se convierte en una técnica existencial o en una posición meditativa, también en la vida cotidiana. Otra constante de la sabiduría oriental es la insistencia en que la Sabiduría solo es recobrable más allá de la mente ordinaria, sometida a los pares de opuestos y todo tipo de condicionamientos que velan la visión directa de la última realidad, se entienda esta en términos positivos, negativos o de yuxtaposición.

Lao‐Tsé está considerado el alma del taoísmo, y a él se le atribuyen las enseñanzas del Tao Te King. Es, sin duda, el personaje más misterioso de la espiritualidad oriental, y su vida, desde su nacimiento, está envuelta en la leyenda. Contemporáneo del Buda, Mahavira, Confucio, Sócrates y Pitágoras, fue concebido por una anciana virgen, que le alumbró a la sombra de un ciruelo. El niño, que estuvo en el vientre de la madre setenta y dos años, nació ya viejo y con los cabellos blancos, de acuerdo con la leyenda. Le fue dado el nombre de Lao‐Tsé, que quiere decir «el viejo filósofo», si bien tampoco se salvó del mote «orejas largas», debido a la llamativa longitud de sus pabellones auditivos.

Viajó por la India y recibió enseñanzas de grandes yoguis y mentores de la autorrealización. De su juventud, prácticamente nada se sabe. A su modo, Lao‐Tsé fue un sadhu o renunciante, en apariencia muy estrafalario e imprevisible. Aunque la concepción del Tao era muy anterior a él, debía convertirse en el gran representante de esta enseñanza. Él decía diferenciarse de los demás en que veneraba al Tao. Se nos dice que tras escribir el Tao Te King (si es que lo redactó directamente), nunca más se volvió a saber de él. En realidad, de acuerdo con la nebulosa en la que se esconde toda su vida, el libro lo escribió, bajo su dictado, un oficial llamado Yin‐Hsi.

El Tao Te King es la mayor fuente de inspiración y el mejor cúmulo de enseñanzas para un taoísta, sobre todo porque refleja el verdadero espíritu taoísta, que nada tiene que ver con el posterior y degradado taoísmo contaminado de magia.

El Tao Te King puede traducirse como El libro de la virtud y del camino. Es una obra cumbre de la tradición espiritual mundial y que debe ser leída muchas veces, pues ofrece distintos planos de comprensión según la evolución consciente del lector.

Todos los principios, ejercicios y enfoques vitales del taoísmo tienen por objeto poder conectar con el Tao y dejar que el mismo inspire nuestras vidas. Por eso, aunque el Tao, por su propia naturaleza, escapa a toda descripción, tratamos de impartir conocimientos sobre el mismo, sabiendo de antemano que, como reza el adagio zen, «los dedos que señalan la luna no son la luna».

El Tao es en realidad indefinible, tal como ya nos previno Lao‐Tsé: «El Tao que puede ser expresado no es Tao perpetuo. El nombre que puede ser nombrado no es el nombre perpetuo». El Tao es sumamente misterioso y está más allá del entendimiento ordinario; es más para sentirlo que para pensarlo; para vivirlo que para conceptualizarlo; para canalizarlo que para especular sobre él. El Tao es todo, pero no tiene el carácter que se le da al Dios cristiano. Es, en realidad, neutro, la conjunción del yin y del yang, del todo y de la nada, que insume lo creado y lo no‐creado, la acción y la inacción, lo absoluto y lo relativo. Es la raíz de la raíz y el origen del origen, y se considera superior a Dios, cambiante e inmutable, el aliento que todo lo impregna, la fuente de lo manifestado y de lo inmanifestado. Es lo inmóvil en lo móvil. Es inagotable y perenne, pero no se le da el carácter, por ejemplo, de omnibondadoso u omnisapiente.

Lo esencial es vivir sabiendo inspirarse en el Tao, desde el desapego y la calma, utilizando esta inmensa fuerza para mantener el equilibrio incluso en el desequilibrio.

El yin y el yang se alternan y sincronizan, pero Tao es el principio conciliador y la fuente. Respetar el curso de la naturaleza y los ciclos es esencial para el taoísta, así como encontrar un punto de quietud y de rectitud que manifiestan el Tao. Hay que saber dejarse guiar, sin obstrucciones, interferencias o conflictos, por la poderosa fuerza del Tao. En el silencio abisal se manifiesta el Tao; en el vacío de formas y de nombres, eclosiona la energía del Tao. Se requiere armonía, espontaneidad, humildad y fluidez.

La persona debe aprender a vivir en apertura con el Tao y saber recobrarlo en su ser. Es la unidad más allá de la dualidad y la multiplicidad, lo indiferenciado más allá de las diferencias.

El aspirante debe llevar una vida simple, sin artificios, de gran desnudez interna, libre de inútiles conflictos y resistencias, sabiendo aceptar lo irreparable, fluyendo sin forzar, haciendo sin agitación ni innecesaria implicación, desde el desapego, sabiendo asir y soltar, con la mente fresca, conectado con la frescura del momento, sin querer «empujar el río» y sin querer detenerlo, comprendiendo y fluyendo con las alternancias de la vida, sin resistirse ni resentirse, en la acción diestra, más allá del insulto o del halago, libre de actitudes egocéntricas, ocupándose, pero no preocupándose, naciendo a cada momento y sin acarrear, más allá del afán de dominio o poder, degustando la propia libertad interior como el mayor don, respetando toda forma de vida y evitando feas reacciones emocionales, afrontando con serenidad la vida y la muerte, sabiendo encauzar las energías que le alientan y que no debe malgastar, pues no son inagotables.

De nada sirve forcejear o forzar los acontecimientos, ni querer descartar lo inevitable. El taoísta tiene una visión de unidad y de igualdad de los universos y de los seres, no se agita, no gusta del bullicio ni el ajetreo, trata de mantenerse sosegado en el desasosiego, ecuánime con los desequilibrados, claro entre los ofuscados, con diligencia serena, pero sin urgencia, consciente de estar inmerso en el ilimitado océano del Tao.

Anterior
Anterior

15 técnicas de meditación para taoístas

Siguiente
Siguiente

La infancia: una etapa clave en la transmisión