Un análisis de los 3 mitos del Devi-Mahatmya
El Devi-Mahatmya comienza presentándonos a los personajes de esta historia, un rey, un comerciante y un sabio-asceta que vive en lo profundo de un bosque. Ya desde el primer verso aprendemos que el narrador principal es Markandeya, quien se encarga de hacer llegar a nuestro conocimiento lo que aconteció a este rey y a este comerciante, cómo se encuentran con el sabio-asceta, llamado Medhas, y cómo este les habla de la gran Diosa y, consecuentemente, sus vidas se transforman por completo.
Ana García-Arroyo desgrana los tres mitos contenidos en Devi-Mahatmya, libro con el que la doctora en filología estudia y traduce el importante texto filosófico-religioso de la India.
Diálogo entre los sabios Markandeya y Jaimini. Ilustración de un manuscrito del Markandeya Purana, estilo Pahari, circa 1785.
En los dos primeros versos, el narrador, Markandeya, nos advierte de que esta historia sucedió en la época cíclica de Savarni, que es el hijo del sol (Surya) y subraya que nos va a contar cómo este, precisamente, se convirtió en el patriarca (o Manu, como se menciona en el verso) de la octava era cósmica. Es importante destacar aquí que estos dos primeros versos del comienzo están relacionados con el final del texto, con el final de toda la historia del Devi-Mahatmya.
Es, por tanto, una narración en círculo, el final nos devuelve al principio, y este principio, a su fin, correlacionándolo y uniéndolo todo. De este modo, en estos momentos, cuando Markandeya subraya que nos va a contar, es decir, de forma oral, la historia de cómo Savarni llegó a convertirse en el gran señor y a gobernar sobre todo, el lector/a intuye que el protagonista que destaca en los tres mitos, el rey Suratha, tiene una relación muy directa con Savarni. Dicho en otras palabras, el rey Suratha, en su siguiente vida, se reencarna en el gran señor Savarni gracias al poder de la Diosa. El cómo, precisamente, se llega a esto, el cómo sucede, y por qué, es lo que Markandeya nos va a relatar.
Primer mito
La historia comienza con Suratha, un rey bueno que goza de cierto poder divino, que cumple con el dharma encomendado como rey, que es el de gobernar y proteger por igual a todas las criaturas en su reino, sin distinción alguna. Sus enemigos, aunque inferiores a él, quieren arrebatarle su territorio y sus riquezas y después de varias batallas lo pierde todo. El rey abandona entonces el reino y con su caballo deambula en soledad hasta que llega al bosque del sabio-asceta, Medhas, donde se queda. El rey se queja, con gran dolor, de toda su pérdida, atormentándose por lo ocurrido, preocupándose por sus seres queridos, su familia, sus criados, sus animales. También en él aflora un cierto sentimiento de rabia hacia sus malvados enemigos. Con este comienzo aprendemos que se trata de una historia donde el dharma se ha roto, es decir, el equilibrio se ha quebrado y la maldad del enemigo se extiende.
En este espeso bosque del sabio-asceta, el rey se encuentra con un comerciante llamado Samadhi que también se queja como él porque su familia le ha echado de casa y se ha quedado con todos sus bienes. Una vez más, no se ha cumplido el dharma y todo es caos y fragmentación. Por otro lado, deducimos que estos dos personajes, el rey y el comerciante, representan el mundo material y los apegos que el ser humano tiene a todo lo presente en la Tierra, que le hace sufrir y limita su libertad. El rey aparece apegado a su poder y a todas sus posesiones terrenales, el comerciante también ha perdido su casa y a sus seres queridos y, a pesar de la maldad de estos, sigue pensando en ellos. Entre estos dos personajes se entabla un diálogo sobre cuestiones transcendentales, como: «¿Por qué se apega tu mente amorosamente a todos estos hijos y esposas que con egoísmo usurparon tus riquezas?» (1.22), pregunta el rey al comerciante. Y este responde: «Mi mente se vuelca con afecto hacia esos mismos que me desecharon» (1.24).
Estos versos ponen el énfasis en las ataduras del ser humano, mientras, como consecuencia de lo anterior, se subraya el sufrimiento que dichos apegos generan. No es extraño entonces que ambos busquen refugio en las palabras del sabio-asceta. Tampoco sorprende el que esta escena suceda en el bosque, como igualmente ocurre en otros textos hinduistas,[1] pues este lugar es el espacio por excelencia del sabio-asceta, del renunciante, para darnos a entender que estos personajes, el rey y el comerciante, han abandonado el mundo exterior, el de lo material, donde hay opresión y limitación, donde existe el sufrimiento que coarta sus libertades, para entrar en un universo aparte, el espacio de misticismo, al margen, donde habita el sabio-asceta, un personaje que ha renunciado a lo mundano y goza de la riqueza del silencio y de la paz interior.
El poder como fuerza principal está presente en la vida de estos tres personajes: el rey tiene poder en el mundo exterior, en todo su reino, que utiliza para controlar a sus siervos e imponer sus normas; el comerciante también tiene poder sobre su familia, sobre sus esposas e hijos, en una esfera más privada. Ambos, rey y comerciante, han sido desposeídos de este poder –el dharma se ha desquebrajado– y ahora yace en las manos de maléficos adversarios, bien sean estos los enemigos del rey, secretarios, usurpadores, o esposas e hijos tiranos, como le ocurre al comerciante. Ambos acuden a la presencia del sabio-asceta que posee el poder interior, la visión interna que utiliza para tener control de sí mismo, autoconocerse y ayudar a los demás.
Con este fin de ayudarlos y poder armonizar sus vidas, el sabio comienza a hablarles de la gran Diosa, de sus glorias y hazañas, de cómo todo, absolutamente todo, sucede; de cómo la gran Diosa es capaz de restaurar el dharma y devolver la paz gracias a su poder.
Vishnu combate a los demonios Madhu y Kaitabha. Ilustración de un Devi Mahatmya, circa 1760. Cleveland Museum of Art.
A la Diosa se la conecta ahora, en este primer mito, con Mahamaya, un poder supremo que adquiere características negativas de sueño, ilusión, engaño, que han hecho que hasta el mismísimo dios Vishnu quedase preso y entrase en un estado de maya, de ilusión. Dos terribles demonios, Madhu y Kaitabha, surgen entonces del cerumen de su oído. Intuyendo la maldad que estos demonios pueden provocar en el orden cósmico, el dios Brahma trata de despertar a Vishnu y lo hace invocando a ese mismo poder de Mahamaya, que está contenido en la Diosa. Brahma se deshace en alabanzas hacia ella, hacia la Diosa, para que salga de los ojos dormidos, engañosos, de Vishnu, y así este se enfrente a los demonios. «La Diosa de la oscuridad, alabada tan sublimemente por el creador», nos dice el verso 1.68, se retira entonces de sus ojos y Vishnu se enfrenta a los demonios y batalla con ellos durante cinco mil años.
Es este, por tanto, un mito de creación porque presenciamos de qué manera la gran Diosa Suprema es alabada y elogiada por el mismo dios Brahma, el creador, y esta se manifiesta, se pronuncia su ser y se conoce su poder.
Segundo mito
A nuestros protagonistas, el rey, Suratha, y el comerciante, Samadhi, se les ha despertado la curiosidad y quieren saber más sobre esta Diosa, así que el sabio-asceta sigue narrándoles la segunda parte de la historia. Este segundo mito es el más conocido y la lucha de la Diosa, que aquí se la conoce principalmente como Durga, con el temible Demonio Mahisa es una de las más relatadas y representadas en India. El mito comienza con la gran batalla cósmica que hubo entre dioses y demonios. En el bando de los dioses está Indra, el dios ario todopoderoso, mientras que en las filas de los demonios tenemos a Mahisa, el gran Demonio, aclamado entre todas las legiones de demonios. Ambas huestes se enfrentan y los dioses son derrotados, pierden todos sus dominios celestiales y, humillados, quedan al servicio de los demonios.
Los dioses están tan llenos de rabia que de pronto de sus semblantes comienza a brotar un brillo inexplicable, de cada uno de ellos, «como una montaña encendida», nos dice el verso 2.11, «llenando de llamas el firmamento» (2.11), que poco a poco va formando el cuerpo de una mujer, el de la Diosa, Devi. Se la describe hermosa y engalanada con todo tipo de joyas. Acto seguido los distintos dioses, con sumo respeto y veneración, le van obsequiando y ofreciendo sus numerosas armas.
La Diosa se enfrenta al gran Demonio, Mahisa, en su forma de búfalo y libra con él una dura batalla. Mahisa es derrotado, pero inmediatamente este se transforma en un león y continúa atacando a la Diosa, que instantáneamente lo fulmina. Vuelve a resurgir otra vez, ahora toma la forma de hombre y la lucha continúa hasta que es aniquilado por la Diosa una vez más. Pero el mal torna a multiplicarse y de nuevo el Demonio Mahisa toma la forma de elefante y continúa la batalla. Finalmente, después de las diferentes transformaciones, la gran Diosa-Durga lo derriba y todas las multitudes de dioses celebran su gloria.
En el primer mito, uno de los puntos clave que aprendemos es a ser conscientes de la relevancia del silencio, de la riqueza que supone el cultivar una vida interior, de adentrarse en ese bosque místico del que nos habla el poema, el de la meditación y la consciencia continua sobre nuestra vida, sobre cada momento, de forma que nos brinde la armonía necesaria para hacer frente a las continuas invasiones del mundo terrenal, el mundo exterior que fácilmente nos engatusa, nos burla, nos distrae, nos desconcierta, nos enmaraña, nos confunde, nos encandila y caemos y pasamos a ese estado de Yoganidra, como nos dice el verso 1.49, de sueño (un sueño metafórico), que anula las capacidades de discernimiento, y en el cual nos es sencillo apegarnos a las cosas terrenales, a las personas, aunque estas nos maltraten y nos hagan sufrir.
En este segundo mito, el mensaje se presenta quizás más claro: las formas del mal son ilimitadas; las fuerzas del mal se transforman y adquieren envoltorios muy distintos con el único fin de derrotarnos. Esto es lo que representa el gran Demonio Mahisa, las múltiples dimensiones del mal. Mahisa tiene forma de búfalo, pero es aniquilado y se transforma en león, y luego en hombre, y posteriormente en elefante, y así sucesivamente hasta que por fin es derrotado por la Diosa, la suprema divinidad.
El mito alude a esa continua batalla que tiene lugar en nuestra mente, con nuestros pensamientos, cuando son negativos, o están llenos de temor, de rabia, de envidia, de ambición, y no nos dejan descansar y nos controlan; y se manifiestan de forma material en la vida diaria; y nos apegamos a todo esto que nos controla y condiciona nuestro quehacer, nuestras vidas que influyen en la de los demás. La batalla que se libra contra estos pensamientos y sentimientos es única y es solo nuestra. Cuando nuestra conciencia está presente y analizamos lo que está ocurriendo y tomamos cartas en el asunto, cuando tenemos ese autoconocimiento y control interior –como el sabio-asceta–, podemos derrotar a los demonios si contamos con la ayuda suprema de la divinidad, en este caso de Devi. Pero derrotado un enemigo, pongamos como ejemplo la envidia, un terrible enemigo que puede estar presente en la vida del ser humano durante largos y largos años, si es que este no toma conciencia de ello y se trabaja a sí mismo/a para aniquilarlo, y si así lo hace, con gran esfuerzo, y lo consigue y se convierte en un ser más noble y agradecido con su suerte, al poco tiempo vuelve a aparecer otro demonio, con otra forma, como en el mito, para poner a prueba al ser humano, para hacerle estar consciente y recordarle que su lucha es inútil si uno/a no abandona el mundo exterior y entra en el espacio del silencio, de la paz interior, de la introspección, aunque solo sea durante unos instantes al día, para reflexionar, para poder escuchar la voz del alma.
La batalla que se libra en este segundo mito es muy similar a la historia narrada en la Bhagavad Gita, y alude a esa lucha continua, diaria, entre la luz inagotable que resplandece en el alma humana, la luz del atmam, la que nos guía, y lo oscuro, árido y finito que nos rodea. En este mito no es Krishna el que nos ayuda en la batalla y nos rescata, sino Devi, la gran Diosa, la divinidad femenina que lo impregna todo.
El segundo mito termina con las alabanzas de todos los dioses a la Diosa que, postrados ante Ella, entonan un himno de agradecimiento, pues han sido liberados de la tiranía y la maldad de los demonios.
Tercer mito
Este mito es el más extenso de todos y comienza poniendo la atención en el orden cósmico que de nuevo ha sido destruido por dos demonios hermanos, Sumbha y Nisumbha. Los demonios se han apoderado de todos los tesoros y riquezas de todos los mundos; por ejemplo, han tomado los poderes del sol (de Surya), de la luna, también le han arrebatado a Agni (el fuego) su fuerza. Los dioses han sido expulsados de sus reinos y han sido humillados y, por esta razón, van hacia el Himalaya, donde mora la Diosa invencible, en busca de su ayuda.
Con devoción, comienzan todos invocando su nombre, con un bello himno de alabanza que se extiende desde el verso 5.7 hasta el 5.36 y que va poniendo el énfasis en lo que Ella es y también en lo que no es. La Diosa lo es todo y lo contiene todo. Es acción y es quietud; es inteligencia y es turbación; es hambre, sombra, sed, error, pero también es plenitud, paciencia, hermosura, fe, compasión, alegría... Ella es la soberana y la presencia suprema cósmica. Es infinita. Los demonios Sumbha y Nisumbha han oído hablar de esta gran Diosa y envían a un mensajero para que con sus palabras la seduzcan y vaya con ellos. Al ser la joya más preciada, los demonios la quieren poseer, además uno de ellos desea casarse con ella. El orgullo de este mensajero es tal que piensa que le será muy fácil convencer a la Diosa y llevarla ante la presencia de sus amos, pero Ella responde que anteriormente hizo una promesa: «Aquel que me gane en la batalla, aquel que supere mi orgullo, aquel cuya fuerza sea comparable a la mía en este mundo, solo él será mi marido» (5.69).
Devi aniquilando al demonio. Escultura del templo de Durga Mahishasura- mardini. Mamallapuram (Tamil Nadu), estilo Pallava, finales siglo vii.
El mensajero, muy furioso, le pregunta que cómo osa decir tales palabras si tan solo es una mujer. Regresa ante sus señores demonios con las manos vacías y estos enrabiados envían a un general para que con sus ejércitos la secuestren y la traigan. La batalla comienza y la Diosa derrota al general. Posteriormente, la Diosa se enfrenta a los demonios Chanda y Munda, adoptando su forma más terrible y espantosa, la de Kali. El terror que infunde Kali se representa a través de la lengua que le cuelga, los ojos hundidos y enrojecidos y su cara de espanto. Kali sujeta una calavera en la mano y alrededor de su cuello viste una guirnalda hecha de cabezas humanas. La lucha de Kali, la Diosa, contra Chanda y Munda es larga y detallada, marcada por el aspecto feroz, iracundo y despiadado de la Diosa. Kali gana la batalla sangrienta contra Chanda y Munda y, por esta razón, adopta el nombre de la Diosa Chamunda que será recordada como la vencedora del mal.
Ante esta derrota de las fuerzas del mal, lleno de ira Sumbha, el gran demonio, ordena que se preparen todas sus huestes, todas sus tropas, todos sus batallones para ir al ataque contra la Diosa. En el punto más álgido de la batalla, la Diosa hace brotar de todos los dioses masculinos su shakti, su energía o esencia femenina, que se eleva para enfrentarse a los malvados demonios Sumbha y Nisumbha y a todos sus ejércitos. A estas shaktis de los dioses, el poema también las denomina «las Madres» (8.38); por ejemplo, Brahmani es la shakti del dios Brahma; Aindri es la shakti del dios Indra; Mahesvari es la shakti del dios Shiva, y Vaisnari es la shakti del dios Vishnu. Es interesante en esos momentos la escena en que el demonio Raktabija aparece y las Madres se enfrentan a él, pero de cada gota derramada de la sangre del demonio aparecen réplicas del malvado en forma de hombres y demonios: «El mundo se llenó de grandes demonios iguales a su amo» (8.47). Ahora es la Diosa en su forma de Kali, la temerosa, la que se encarga de chupar con su lengua estas gotas de la sangre de Raktabija, absorbiendo y mascando los demonios que iban apareciendo, hasta que finalmente Raktabija cae derribado.
La última escena de la batalla de este mito se libra con los grandes demonios, Sumbha y Nisumbha, que han visto mermadas sus fuerzas y no les queda más remedio que enfrentarse ellos mismos con la Diosa. Primero va Nisumbha, que enseguida cae derrotado. Como estrategia, Sumbha comienza acusando a la Diosa de que su poder no es tal, pues ha ganado gracias a la ayuda prestada de los demás. La Diosa entonces retira todas las shaktis de los dioses, que se repliegan de nuevo en el cuerpo de esta.
Como argumenta Coburn (1994), este último encuentro con el mal refleja los pilares fundamentales en los que se asienta el Devi-Mahatmya, es decir, la Diosa es el poder supremo (shakti) que puede manifestarse en forma de ilusión-engaño-turbación (maya) y también en su forma de conocimiento (vidya), revelando su propia naturaleza.
Ella es la forma material que compone el universo, es bondad y también el poder terrible. Al final de este episodio, los dioses una vez más entonan un himno de alabanza, de agradecimiento, porque les ha librado del sufrimiento y la paz reina otra vez. La Diosa insiste en que quien la invoque obtendrá su gracia; quienes reciten su Mahatmya divino estarán protegidos y no tendrán desgracia; quienes escuchen su Mahatmya con devoción se verán recompensados, pues destruye el mal, conduce a la perfecta salud, garantiza protección y uno/a se libera de los tormentos.
Notas:
Véase, por ejemplo, el capítulo en Historia de las mujeres de la India (García-Arroyo, 2009: 47), donde se analiza la figura de Radha, la amante divina, narrada en el Bhagavata Purana y la Gita-Govinda de Jayadeva. Aquí, Radha se adentra en el bosque para encontrarse con el dios Krishna, su amante divino. El bosque, por tanto, encarna ese misticismo, la sabiduría interna yacente en el alma de cada persona, a la que se accede a través del silencio, el proceso de interiorización y desconexión con lo exterior y lo mundano (García-Arroyo, 2009: 47).