¿Cuándo el yoga se convierte en una práctica que va más allá del ejercicio para estar en forma?
El yoga forma parte de la vida de muchas personas, más allá de su credo, su edad o su profesión. Hay quien ve en los ejercicios del yoga una buena manera para estar en buena forma física y, al mismo tiempo, también lo considera una vía para reducir, por ejemplo, el nivel de estrés.
Si bien ambos beneficios son altamente positivos y recomendables, el yoga puede abrir nuevas sensibilidades y conexiones entre nuestro cuerpo y mente. El yoga puede ser una vía para comprendernos mejor tanto a nosotros mismos —cuerpo y mente— como a los demás y a nuestro entorno. De hecho, el yoga puede ser un excelente camino para hallar la espiritualidad en el transcurso de su práctica y aprendizaje
Esta fue la experiencia de la directora y fundadora de la Escuela Internacional de YogaMayte Criado a través del Hatha yoga y la comparte en su libro Yoga en evolución.
Las partes del Ser. El Ser sin partes
Mi vivencia del yoga estaba completamente separada de mi vida interior cuando empecé a practicar. Esta es una experiencia común a todos, ya que lo que hacemos al acercarnos al yoga es exactamente eso: practicar. Algo parecido a hacer; hacer yoga o ir a yoga. Practicar con el cuerpo, mientras se pone atención en la respiración, ya es una gran diferencia con las disciplinas físicas que conocemos. Aun así, cuando comenzamos a practicar yoga nos sentimos muy ocupados en aplicar, igualmente, la técnica que nos marca el profesor en cada momento. Esto es así hasta que comenzamos a intuir que es posible incorporar lo que el yoga nos aporta a otros ámbitos de nuestra vida; a partir de ese momento, ya no practicamos o vamos a yoga, sino que vivimos el yoga. En este sentido, todo proceso de maduración reposiciona también los niveles del yoga que uno es capaz de percibir. Y cuando hablo de «los niveles del yoga» me refiero a los propios, a los de cada uno, porque el yoga, como sabemos, no es algo separado de nuestra vida, susceptible de ser o de no ser.
El yoga es, de alguna manera, lo que nosotros somos en cada momento
Los efectos sutiles de la práctica de yoga se perciben muy pronto cuando notamos que despierta en nosotros una sensibilidad que, de alguna manera, conecta cada vez más partes del cuerpo y de la mente al mismo tiempo, de forma que nos permite vivir la práctica como una experiencia integradora. El espacio, el tiempo, las sensaciones, los pensamientos, las emociones comienzan a formar parte de una vivencia en la que nada nos somete y, sin pretender ir tan lejos, vamos llegando a comprender que la propia práctica no consiste en la consecución de habilidades físicas, sino en la exploración de esos niveles mencionados, mediante un lento proceso de observación.
¿Quién no ha notado en algún momento que es posible encontrar ese equilibrio que tanto anhelamos y que deriva en una presencia total? ¿Quién no ha sentido alguna vez, durante su práctica, ese estado que genera todo un mundo de percepciones maravillosas? El hacer, poco a poco, se va convirtiendo en estar y más tarde en ser. Muchos se reconocerán en este proceso que he descrito. Ese vivir el yoga, que es relativo también a las capas que conectan con la vida emocional y la propia idiosincrasia, no siempre obtiene equilibrio y armonía. En numerosas ocasiones, las más, solo cosecha fricciones, desánimo y desasosiego. Cuando es así, y es así la mayoría de las veces, lejos de retroceder en sensibilidad crecemos en conciencia, ya que estamos presentes: viviéndonos a nosotros mismos.
La libertad mental que todos deseamos convierte la experiencia del momento en una acción independiente del sinfín de conceptos e ideas que manipulan nuestra vida. El yoga trata de esto y el objetivo de la práctica, mirado así, es grandioso. Solo cuando obtenemos esa libertad, podemos dejar paso a lo que verdaderamente somos sin condicionamientos, pero no es fácil.
Hemos heredado la visión de que, por un lado, somos un cuerpo, por otro, unas emociones y una mente, después, un alma y, por último, como pendiente de un viaje al más allá, un espíritu. A cada una de estas partes le dedicamos mayor o menor atención, dependiendo del estilo de vida que llevamos o de la educación que hemos recibido. Sin dejar de lado la cultura a la que pertenecemos, esta división de la persona hace gala de un amplio espectro de tendencias, preconceptos y limitaciones. Asimilamos el cuerpo como la forma, el refugio de la materia que genera funciones, instintos y experiencias básicas. Las emociones parecen atender a las capas sombrías del ser o a sus anhelos más inconfesables.
La mente, sin embargo, siempre va asociada con lo intelectual y con la capacidad de razonar. La mente acumula, fundamentalmente, todo un complejo mundo de ideas heredadas. Por supuesto, ambos, cuerpo y mente, viajan en oposición constante: escucho lo que pienso, no lo que experimento. Cuando hablamos del alma, nos hallamos en el terreno de las aspiraciones y las esperanzas, que distan mucho de las vivencias del cuerpo. Las emociones, ni tocarlas, pues se interrelacionan con cualquier capa del ser.
Las colosales diferencias entre cuerpo y alma nos suenan a una larga historia de siglos. El placer del cuerpo, antagónico al anhelo del alma y acrecentando la ancestral distancia entre lo espiritual y lo físico, cuando no denigrando todo lo relativo al cuerpo, a favor de lo insondable del alma. Podríamos generar todo un estudio profundo sobre cómo esta división tan familiar a todos ha generado a lo largo de la historia consecuencias, aún hoy, muy difíciles de valorar y erradicar.
Cuando reflexiono sobre la idea de sensibilidad transmitida por B.K.S. Iyengar para las posturas de yoga, o por Charlott Selver para los micromovimientos del cuerpo, o por tantos enfoques y disciplinas que han aportado información y experiencia sobre el cuerpo como principal generador de conciencia, no puedo dejar de pensar en el hermoso legado que nos ha dejado el hatha yoga. Ha logrado unificar las partes y crear en nosotros la idea de que el cuerpo no solamente expresa y canaliza las emociones, los sentimientos, el contenido mental, los procesos cognitivos, las energías, los valores, la cultura, las relaciones. Además, es la primera puerta que se abre antes de cruzar a los niveles que nos comunican con lo trascendente y nos proporciona el gran sentimiento de Ser, con mayúsculas y sin apelativos ni condiciones. Entonces, ¿por qué no tratar de conocer el cuerpo? ¿Por qué no intentar comprender sus respuestas? En definitiva, ¿por qué no escuchar al cuerpo?
Cuando hablamos de las posturas y de la posibilidad que nos brindan para cultivar la atención y acceder a estados de conciencia superiores, mientras nos relacionamos con el cuerpo, es necesario comenzar a entender la interconexión entre las diferentes cadenas musculares, o de estas con las vísceras y el sistema nervioso, por ejemplo.
A partir de una cierta percepción de los mecanismos que actúan en las posturas, es decir, en el cuerpo, podremos ir incorporando otros aspectos que atañen a nuestra capacidad de sentir su relación con el espacio, con el movimiento o con la gravedad. No necesitamos grandes conocimientos para adentrarnos en la escucha del cuerpo mientras practicamos posturas.
Además, la respiración —su ritmo, su volumen, su duración, su intensidad— nos va informando sobre nuestras posibilidades y, a su vez, generando otras nuevas. Se trata de obtener un ilimitado número de sensaciones que vayan agregando experiencia y generando memoria. Desde esa memoria que el cuerpo acumula para informarnos sobre nuestros estados y disposición, lo único que podemos obtener es inteligencia y sensibilidad.
Esta especie de expansión natural, puesto que no se habrá filtrado por los procesos mentales comunes, ya que llega directamente del cuerpo, se convertirá con mayor facilidad en conciencia; algo parecido a la sensación vívida de existir y ser: no soy consciente del cuerpo, de la respiración, de los pensamientos, de las emociones, sino que soy consciente en el cuerpo, en la respiración, en la mente, en las emociones. Aunque las partes sigan encontrándose presentes y, por tanto, llenas de fricción, el hecho de instalarse uno mismo como testigo primordial suscitará un estado propicio a la unidad que tanto buscamos.
Podremos percibir lo físico, lo mental, lo emocional o lo espiritual como el propio ser.
Recuerdo haber leído que Anandamayi Ma [1] decía: «no es posible decir que uno está meditando si se ha perdido la conciencia del cuerpo». Me parece tremendamente explícito.
Tenemos referencias muy claras en la tradición sobre cómo recobrar este sentido del fluir hacia la Unidad que propone el yoga. Desde los antiguos Vedas, el ser se describe con una tendencia natural al orden. Un orden que alude a un centro, a una consecuencia, a una espiral que en su camino circular va conectando las partes hasta su total reunificación final en un punto. Esta inercia del universo se representa en la danza de Shiva Nataraj. Un proceso que, por un lado, es dinámico, es decir, se halla en continua evolución y, por otro, es abarcador: va incluyendo a las partes sin dejar por el camino ninguna (debe estar presente el cuerpo, la emoción, la mente, lo intelectual, la energía, etc.). Si queremos comprender el alcance de la práctica del yoga, más concretamente de la práctica del hatha yoga, tenemos que entenderla como un viaje de integración y no como una mera práctica física, que se ocupa de una parte dejando de lado el resto. Además, la propia tradición del hatha yoga explica que estamos hechos de tres cuerpos interconectados:
Los tres cuerpos del ser humano según el Hatha yoga
• El cuerpo físico (sthûla sarîra) que incluye una envoltura o kosha, annamaya kosha, formada por los huesos, los órganos, la carne, etcétera. El hatha yogui cuida su cuerpo como receptáculo, canalizador y templo de los otros dos cuerpos. Es el escenario donde se desarrolla toda la existencia. De ahí la sacralidad y la importancia que el yoga pone en esta envoltura.
• El cuerpo energético (sukshma sarîra) que incluye tres envolturas o koshas: La primera, prânâmâya kosha, es una réplica energética del cuerpo físico en la que vive el prâna o energía vital que actúa en varias direcciones. También es llamada cuerpo pránico. El hatha yogui busca la percepción y comprensión de estas energías y mediante las posturas del cuerpo (âsana) las canaliza, las limpia y las redirecciona.
La segunda, manomaya kosha, es la mente, que el yoga considera energía, por tanto en continua transformación. Se alimenta de las experiencias que, irremediablemente, pasan por el cuerpo. El cerebro es un órgano; los sentidos, la capacidad motora, la memoria genética, la memoria actual, la lógica, el sueño, etcétera, forman parte de él. El hatha yogui busca liberarse de los condicionamientos que la propia mente genera en sí misma y que afectan a las demás capas y a los tres cuerpos.
La tercera, vijñanamaya kosha, es la psique o la también llamada sede del conocimiento. Es igualmente energía y está formada por el intelecto, la intuición y el ego. Parece que puede asociarse también al alma. El acceso a esta parte del ser es arduo y el hatha yogui pasa su vida indagando en sí mismo, para completar su proceso de libertad y transformación. Tanto el cuerpo como la energía vital y la mente se ven afectados directamente por esta envoltura. Esto signfica que es imposible considerar esta parte del ser sin que las otras estén presentes.
• El cuerpo causal, origen de los anteriores (karana sarîra), que incluye una envoltura o kosha: anandamaya kosha, llamada envoltura de la dicha; para el hatha yogui esta envoltura es el centro: el punto en el que confluye la espiral y todo el proceso de inclusión y expansión. Más que una meta en sí, pareciera un origen al que volver, el germen a partir del cual se generan las partes que conforman la existencia que conocemos, como cuerpo, mente-energía y espíritu (los tres sarîra). Podríamos hablar de proceso de involución, ya que el camino del yoga se plantea como un camino de vuelta a la esencia. Podemos también referirnos a esta esencia primordial como esencia divina en cuanto a que hace referencia a un estado llamado Sat-Chit-Ananda: energía, conciencia y dicha, es decir, la integración total de todas las capas. Esta es, desde la perspectiva del hatha yoga, la espiritualidad del yoga como destino final de todo el proceso vital de evolución-involución.
Estos tres cuerpos están intercomunicados e intercondicionados. Forman una unidad que en su manifestación se fragmenta, pero que aun en su vívida existencia separada, guarda la conciencia de unidad y la sacralidad primordial. Este es el punto.
Por eso vivimos como si estuviéramos hechos de partes separadas; y por esta misma razón, cada cultura, cada tradición en la historia de la humanidad, ha generado sus propias costumbres, teorías y reglas con relación al cuerpo, a la mente y al espíritu. A esa unidad es a la que el yoga (unión) se refiere. También el sentido de unidad vive en las partes. Avanzar hacia una percepción más clara de este sentido de identidad completa es una ocupación que se inicia en el âsana, el vinyâsa y en la respiración.