Cinco formas de generosidad que pueden practicar niños y adolescentes
Los niños y adolescentes pueden malentender la generosidad, pero también pueden realizar acciones y conocer vías para practicarla sanamente. En su libro Educar para la paz, la escritora, educadora y ensayista Nora Rodríguez ofrece múltiples ideas fruto de su experiencia como educadora para que los pequeños y jóvenes desplieguen su bondad y se sientan mejor consigo mismos beneficiando, también, a los demás.
Convengamos que educar para la generosidad es como empezar una carrera de largo recorrido. Entran en escena aspectos como la disciplina y la ética, hay que reflexionar sobre la tolerancia o la paciencia, y sobre la idea de no esperar nada a cambio. También es necesario despojar la generosidad de cualquier idea que implique deber u obligación. En ocasiones, malentender la generosidad implica:
Querer impresionar a padres, amigos, profesores...
Actuar con aparente generosidad cuando en verdad se hace por miedo o bajo presión.
Quedarse esperando gratitud como moneda de cambio.
Reprochar lo que se ha dado o mostrarse superior ante quien se ha ayudado.
Alardear de que se le está haciendo un gran favor a quien recibe la ayuda.
La verdadera generosidad es discreta, silenciosa, se realiza anónimamente, de manera respetuosa..., de ese modo se convierte en una fuerza poderosa que conlleva verdadero bienestar interior.
Dar ayuda material
Consiste en dar una parte de algo tangible, como dinero, ropa, comida... Es importante que los niños y adolescentes aprendan a no dar por impulso, ni a hacerlo para conseguir algo inmediato, como aceptación o la amistad de alguien. Han de aprender a diferenciar la generosidad de otros intercambios como el chantaje. Este es un aspecto muy importante que debemos trabajar en la infancia. Dar generosamente consiste en pensar si la otra persona necesita de verdad lo que le ofrecemos, decidir cómo dárselo, y llevarlo a cabo de manera respetuosa, sin humillar. Dar generosamente, según confirman diversas investigaciones, ayuda a aprender a regular las propias reacciones emocionales ante situaciones estresantes, ya que se trata de una forma particularmente poderosa de practicar y perfeccionar las propias habilidades para autorregularse.
2. Dar conocimiento
Cuando yo era estudiante, había una idea extendida que consistía en no explicar a los demás nada antes de un examen para evitar que sacaran mejores notas que nosotros. Dejando de lado que este es uno de los graves problemas de seguir valorando con notas lo que un alumno sabe, algo que solo sirve para dejar fuera de juego a un buen número de estudiantes, como sucede con las valoraciones del informe PISA, lo cierto es que quienes hemos estudiado en grupos de más de seis personas sabemos que, cuando estudiamos con otros y nos ayudamos mutuamente a entender las materias, recordamos mejor lo aprendido. Y esto es clave en la educación del futuro, más que el aprendizaje por repetición para sacar una buena nota en los exámenes. La generosidad de conocimiento es un aspecto determinante de la educación y un motor de la felicidad responsable. Si queremos dejar que los alumnos exploren sus propios intereses y tengan un apoyo individualizado a través de la tecnología y nuevos métodos educativos, hay que enseñarles a ser generosos para que sepan cómo compartir lo que aprenden, de modo que puedan diseñar con otros sus aprendizajes cuando se trate de resolución de problemas reales.
3. Dar cuidado gentil
Espontáneamente, las personas nos unimos para reconfortar y ayudar a otros cuando ocurre un hecho inesperado que nos supera como un terremoto, un atentado... También ayudamos a salvar animales maltratados o en peligro de extinción... Incluso abrimos las ventanas para expulsar las moscas mientras hacemos aspavientos con un trapo en lugar de usar insecticida. La clave es cuidar y enseñar a no dañar.
4. Regalar buenos deseos
«¿Cuántas horas pasáis durante al día rumiando lo que os duele?» A los niños de entre ocho y diez años les encanta contar todo cuanto les molesta y no pueden dejar de pensar. Pero cuando me explican que cerrando los ojos y centrándose en la respiración durante cinco minutos no pueden parar la mente, les doy un truco infalible: salir a la calle y desearle mentalmente algo bueno a la gente con la que se cruzan; por ejemplo, pueden imaginar que les regalan una flor. Repartir buenos deseos les encanta a los niños y les ayuda a recuperar la sensación de calma. También pueden regalárselos a los compañeros de clase o a otras personas que conozcan. A veces alcanza con que a primera hora de la mañana llamen al beneficiado por su nombre y le digan «te deseo que tengas un buen día».
5. Dar trabajo social
Los niños desde los seis años y los adolescentes realizan grandes aprendizajes cuando forman parte de algún proyecto en el que aportan sus ideas y su esfuerzo para bien de otras personas. El trabajo social simple, como acompañar durante el recreo a niños pequeños con alguna dificultad para que no tengan que estar solos, les permite beneficiar a quien lo necesita pero al mismo tiempo conocer sus habilidades y fortalezas internas, y el modo en que se entienden a sí mismos. A menudo solo se trata de implicar a las escuelas con personas representativas del barrio para crear proyectos solidarios, que sirvan para fomentar en los niños la importancia del compromiso social, de modo que si alguien cuenta con ellos no vale cambiar de opinión o arrepentirse.