Relaciones de pareja: el contrato o acuerdo negociado explicados por Fina Sanz

Psicóloga, sexóloga y pedagoga, Fina Sanz es profesora de psicología en la Universidad de Valencia y cofundadora de la Sociedad de Sexología del País Valenciano. Sus investigaciones le han llevado a crear métodos terapéuticos que ha expuesto en numerosos congresos y publicaciones.

  • En este fragmento de su nuevo libro La pareja, un proyecto de amor, Fina Sanz explica los tipos de contrato subyacentes en una relación de pareja. Aunque no se haya firmado un contrato como tal, en toda relación existen una serie de acuerdos que permiten que la pareja prospere o, en caso de haber desajustes y falta de información, surjan conflictos de convicencia en distintas áreas de la relación.

Cada relación de pareja tiene un contrato, explícito o implícito. Un contrato es un acuerdo, más o menos general o concreto en el que ambas personas coinciden.

Muchas parejas se inquietan cuando incorporo este concepto para la reflexión, les sorprende que hablemos de contratos en un tema tan espiritual como es el amor y, en especial, el amor romántico.

Sin embargo, se quiera o no hablar de ello, cada pareja tiene sus acuerdos o contratos —podemos llamarlos como queramos—, y poder ponerles nombre, visibilizarlos y darnos cuenta de si ambas personas comparten o no una misma filosofía, unas normas o unas reglas de juego, ayuda a entender muchos de los problemas que pueden surgir en una relación y que afectan evidentemente a la persona, a su estar en la relación, al vínculo de pareja y, por supuesto, a la relación sexual.

Si no tienes pareja en estos momentos, puedes reflexionar sobre esta cuestión pensando en la última relación que tuviste o en cómo te gustaría que fueran los acuerdos en una posible relación futura.

Tipos de contrato 

Podríamos hablar de contratos formales e informales, consensuados y no consensuados.

Hablamos de contratos formales cuando dos personas contraen matrimonio de manera ritualizada socialmente y firman para que la ceremonia tenga validez, aceptando así el contrato que la institución propone.

El contrato informal queda al margen de cualquier formalidad social; la pareja no firma ningún contrato pero para ambos miembros tiene gran fuerza el compromiso que asumen, uno frente al otro, de establecer una relación, de «firmar» en la intimidad.

  • ¿Una pareja abierta sexualmente a otras relaciones siempre y cuando no afecten a nuestra relación? Si eso ocurre ¿nos lo contamos o no nos lo contamos?

  • ¿Una pareja monogámica, en la que desarrollemos nuestra vida sexual sin terceras personas?

  • ¿Queremos una pareja con hijos o hijas propios o adoptados?

  • ¿No queremos tener hijas/os?

  • ¿Cómo queremos manejar nuestros espacios y nuestros tiempos en la pareja o fuera de ella?

  • ¿Entendemos lo que es el espacio personal y el espacio compartido?

Como se verá, estas son tan solo algunas de las preguntas que podemos hacernos para configurar una relación, pero hay infinidad de temáticas que afectan al estar en pareja, a la manera de estructurar el vínculo y al tipo de acuerdos a los que se llegan. Por ejemplo, cómo manejarse en:

  • La economía.

  • La distribución de tareas domésticas.

  • Las relaciones y la educación de los hijos e hijas, si se tienen.

  • Las relaciones con la familia de origen, con las amistades, el trabajo, etcétera.

En el contrato consensuado, la pareja establece su tipo particular de contrato y determinados acuerdos, y las cosas funcionan porque ambos comparten lo pactado.

En cambio, ¿qué ocurre cuando no están de acuerdo, aunque no lo digan? Hablamos entonces del contrato no consensuado, en el que se inicia una relación con pies de barro. Cada uno de los miembros de la pareja tiene el secreto deseo de que el otro ceda, cambie y acepte su propuesta, con la consiguiente tensión en las relaciones sexuales y en la convivencia cuando se sienten frustradas/os, porque no se produce el cambio que esperan.

En la actualidad, hay muchas parejas reconstituidas en las que se plantea un desacuerdo en relación con la posibilidad de una nueva maternidad o paternidad. Esto se da, por ejemplo, cuando uno de los miembros de la pareja ha tenido hijos o hijas con una pareja anterior y ya no desea tener más, y la otra persona no ha tenido esa experiencia y se siente frustrada/o porque sí desea tener descendencia. Con el tiempo, si alguno de los dos no cambia su postura y hace el duelo por sus expectativas de ser o no ser madre o padre, se pueden generar en la vida cotidiana discusiones, tensiones, reproches, estados depresivos, chantajes, etc. Todo esto repercute, ¡cómo no!, en las relaciones sexuales (falta de deseo, impotencia, anorgasmia...), porque la tensión y el malestar impiden la relajación necesaria para el abandono, la complicidad y el disfrute.

Contrato y recontrato: los acuerdos 

Los contratos de pareja generalmente van cambiando, ya que no son para siempre. Nuestros acuerdos pueden variar, porque las personas cambiamos.

Los acuerdos establecidos tienen que ver con nuestras propias necesidades, nuestro sistema de creencias u opciones personales, en las que la pareja coincide. Pero, cuando una de las dos personas cambia profundamente su filosofía, su manera de colocarse en el mundo, su sentido de la pareja, sus creencias, etc., necesita también cambiar algunos aspectos de la relación y estructurarla de otra manera.

Por ejemplo, en las décadas de los 1960‐1980, algunos sectores de la población, especialmente los jóvenes que participaban en el movimiento hippie o que asumían los valores de la llamada revolución sexual, se establecían como no-pareja y acordaban tener relaciones libres y abiertas con otras personas, incluso en ocasiones en una comuna. Sin embargo, con el paso de los años, algunas de esas relaciones libres decidieron vincularse como pareja, salir de la comuna y vivir en una casa, teniendo relaciones sexuales solo entre ellos. También podía ocurrir a la inversa, que parejas establecidas y monogámicas decidieran irse a vivir en una comuna.

A otros niveles, una pareja que ha acordado no tener criaturas, en un momento dado puede cambiar el acuerdo y decidir tenerlas.

Se podrían poner miles de ejemplos para explicar que los contratos y los acuerdos se cambian y que cada pareja establece los suyos. Esto está bien si los dos están de acuerdo, porque eso es lo que quieren para ese momento o período de sus vidas. Aunque podemos fantasear que los acuerdos de pareja van a durar siempre, la realidad es que los contratos se modifican porque las personas que los suscriben cambian.

Cuando un contrato se extingue para crear otro, hay que hacer un duelo de las propias expectativas: «Yo pensaba que esto nunca cambiaría, que esto sería así para siempre». Hay que despedirse de lo que ya se ha transformado, de la etapa que concluye, para poder abrirnos a otra nueva, aunque implique un proceso y previsiblemente una crisis más o menos importante, personal y de pareja.

Una crisis no tiene por qué ser algo negativo. Puede suponer una deconstrucción de algo para ir construyendo otra cosa nueva, que no se reorganizará en dos días. Tanto la deconstrucción como la nueva construcción requieren un proceso; además, lo nuevo, aunque nos excite o nos estimule, nos da miedo y nos genera inseguridad.

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