Descoronar al virus: Sosiego y vacuidad en tiempos de destemplanza mundial
Héctor Sevilla es Doctor en Filosofía, Miembro de la Sociedad Académica de Filosofía en España, de la Asociación Filosófica de México y de la Academia Mexicana de Ciencias. Profesor e Investigador de la Universidad de Guadalajara. Ha publicado más de 100 artículos en revistas y 14 libros. En Kairós ha publicado Espiritualidad filosófica.
“Es equivocado considerar que la espiritualidad es antifilosófica. De hecho, es posible adaptar el pensamiento de varios filósofos espirituales al momento actual”, afirma Héctor Sevilla en este útil y documentado artículo que contextualiza la aparición del virus, dialoga con otros pensadores y filósofos de relevancia y, también, define varias conductas ante diversas situaciones que covendría evitar.
La corona que hemos puesto en el Covid-19 lo ha hecho estar al mando del mundo. Se trata de una molécula sin vida propia que nos ha quitado el sosiego, ha evaporado nuestra templanza y ha provocado el cambio de la rutina y los planes de la gran mayoría de los habitantes de este planeta. En su defensa cabe decir que su única función es replicarse, trayendo como consecuencia daños, en ocasiones irreparables. No tiene voluntad, ni criterio, ni siquiera un plan de acción. Su mando es inexistente, pero se le ha entregado el cetro del palacio de nuestra conciencia, ha sido difundido en todos los noticieros y medios, llegando a ser una especie de majestad invisible durante las últimas semanas.
El desasosiego, o la pérdida de la paz mental, nos han conducido a entronizar al virus y verlo como el enemigo común, olvidando que el hombre es el verdadero lobo del hombre, tal como Hobbes lo aseveró. Recobrar el sosiego y hacer a un lado la perplejidad no son tareas sencillas. Para ello se propondrá en este texto un enfoque de vacuidad que puede servir como alternativa para no caer en excesos y recobrar la calma, que es el punto de partida para tomar decisiones acertadas.
1. Las aristas del contexto
Estamos viviendo una época que se encuentra salpicada de angustia en razón de varios factores. No es necesario exponer ahora el número de contagios de cada país o enumerar las recomendaciones que se han hecho en cada comunidad para evitar que se colapsen los sistemas de salud. Más allá de esos datos contundentes se encuentra la vivencia de profunda incertidumbre ante lo desconocido, pues el virus lo es para la medicina y para nuestro sistema inmunológico. Visto así, se ha vuelto un tema común porque todos estamos en peligro y no hay privilegio alguno que nos exente de aumentar las estadísticas de los contagios. A diferencia de otras situaciones complejas, como la desnutrición, las guerras o la violencia, ante las cuales algunas personas e instituciones se hacen las desentendidas por no verse afectadas de manera directa, la pandemia que vivimos tiene repercusiones en todos los ámbitos de la sociedad.
La mayoría de las personas desea evitar el dolor físico, el malestar por la muerte de sus seres queridos o el propio fallecimiento. En ese sentido, la actual coyuntura nos ofrece una pauta para centrarnos en la supervivencia personal, familiar y colectiva. No obstante, tomar las medidas preventivas no basta para mantenerse tranquilo, sobre todo porque por todos los medios se anuncia que esto irá cada vez peor y que aumentarán las dificultades. De manera concreta, en el ámbito personal, saber y estar expuestos al Covid-19, así como coexistir rodeado del tsunami mediático, nos orilla a estados emocionales como el estrés, la impotencia, la frustración, el desánimo o la melancolía.
Lo que nos ha traído el Covid-19
Si bien es inobjetable la afectación emocional que ocurre al estar expuestos al Covid-19, su presencia en el mundo, y el consecuente aislamiento al que nos orilla, también ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre algunas situaciones especiales que ahora resultan notables.
Nos descontrola el hecho de que un beso a las personas que amamos pueda ser dañino, puesto que ambos desconocemos si somos portadores del temible virus. No obstante, eso no es algo nuevo: sucede igual cuando tenemos otras enfermedades contagiosas, pero no se nos había hecho tan presente y reiterativo. En estas condiciones de aislamiento, el paso del tiempo se vuelve más notorio porque no estamos saturados de actividades, distracciones laborales o el seguimiento de reglas de tránsito. La situación nos conduce a la conciencia de que el dinero no nos vuelve inmunes y que no basta con tener inflada la cartera para vivir con tranquilidad.
Además, el confinamiento en las propias casas nos arroja la siguiente paradoja: para cuidar a los demás debemos evitar interactuar con ellos de manera directa. Por si fuera poco, no podemos tocarnos la cara y hemos olvidado el tacto en nuestro rostro, el cual nos ofrece rastros de nuestra máscara o nuestra identidad. Hemos puesto la corona al virus y nos hemos vuelto reyes y reinas de nada.
Ha bajado el precio de la gasolina, pero no la necesitamos porque los autos están varados fuera de nuestro hogar. Nos cuesta ser espectadores y estar a la expectativa de las distintas versiones que corren sobre lo que es correcto hacer o lo que debe evitarse; pero en otros ámbitos y momentos, sin el estado de alerta actual, no nos damos cuenta de que no somos más que eso: espectadores del control que los sistemas o las imposiciones cotidianas han ejercido en nosotros. Algo inobjetable se desprende de lo dicho: vivir en constante sensación de emergencia, con miedo y angustia no es vivir con plenitud.
Existen aspectos que son replicados en la situación de emergencia actual: sentir un poco de fiebre resta estabilidad a nuestro hogar corporal, el dolor de pecho quita la pausa y la paz, la tos nos obstruye los pensamientos claros. De ahí que se ha llegado a juzgar la conducta de las personas con criterios dicotómicos, al punto de suponer que la época nos orillará a ser o agresivos o solidarios, como lo ha señalado Yuval Noah Harari en una nota del Financial Times. Desde luego, estas condiciones nos hacen replicar la censura al diferente, ya sea por su orientación sexual, religión, ideología, nacionalidad o condiciones sociales, lo cual acontece ahora con quien creemos que tienen el virus y nos pueden contagiar.
Desde luego, lo anterior pone en entredicho el grado de nuestra civilización, como bien lo ha expresado Jean-Luc Nancy en un pequeño texto ofrecido por Antinomie. Si bien es cierto que la presencia del virus en nuestras ciudades nos ha aislado, como ha dicho
Byung- Chul Han en el periódico El País, no cabe otorgar al virus el protagonismo de ser hacedor de todo esto: aun sin su presencia ha imperado la segregación, la discriminación y la enemistad. Las injusticias sociales dejaron de ser noticia, pero se reproducen a la sombra del poder mediático en torno al virus. En un contexto así, de manera atinada, Judith Butler dio a entender, en la revista Verso, que el actual sufrimiento de las naciones constituye una oportunidad para los intereses financieros de algunos sectores, lo cual dista mucho de la muerte del capitalismo, como sugirió de manera entusiasta Žižek, en una columna del Russia Today. Por otro lado, es fácil coincidir con Markus Gabriel cuando afirma, también en El País, que “el orden mundial previo al virus [ya] era letal”. Más allá de estas perspectivas y consideraciones, la situación actual nos recuerda de golpe, y de manera reiterada, una serie de cuestiones que es importante considerar enseguida.
2. El valor de la crisis actual
La innegable crisis derivada de la pandemia que estamos viviendo en el mundo deja en claro una realidad irrefutable: somos mortales. Una cosa es obviarlo y otra sensibilizarse ante esa condición. Tras la caída de cualquier aspiración de inmortalidad ha sido desecha nuestra pretendida supremacía en el mundo, pues hemos caído en cuenta de que somos contingentes y de que tenemos una inevitable dependencia hacia lo que eligen los demás. El momento actual nos muestra que estamos expuestos, aunque eso suceda de manera cotidiana. Somos vulnerables y nos afectamos entre todos.
Por si fuera poco, ha quedado claro que no hay salud pública universal, de lo que deriva que debemos, los gobiernos y la ciudadanía, replantear la manera en que se invierte nuestro dinero. Cada país requiere mejorar las condiciones de sus instituciones de salud y disminuir los absurdos gastos en armamento. ¿De qué nos sirve hoy tener armas sofisticadas o modernos tanques de guerra? Desde luego, serían menos necesarios si no hubiese un país más poderoso dispuesto a atacar a los demás.
Nuestra vulnerabilidad presente nos lanza a la cara que somos falibles: no existe en nosotros tanto poder como hemos creído, nos vence una molécula diminuta que está constituida de proteínas y grasa, sin una estructura mínima que le otorgue voluntad o instinto. Además de nuestra finitud, cabe darnos cuenta de que también somos victimarios del planeta. En estos días ha disminuido la contaminación, bajó la emisión de gases con metano y dióxido de carbono, lo cual ha favorecido a la capa de ozono; en sintonía con ello, los animales han recuperado algunos de los espacios que antes les pertenecían. Por todo ello, al planeta le ha resultado conveniente la pausa generalizada.
De igual manera, la crisis que vivimos nos permite evidenciar la importancia de la ciencia por encima de las ideologías, así como la necesidad del ejercicio crítico para distinguir las noticias falsas de las verdaderas, o las intenciones en los manejos expositivos o periodísticos de algunas noticias, por más que sean verdaderas.
Por otro lado, ha sido posible percatarnos de la importancia de los profesionales de salud, muchas veces olvidados y sometidos a situaciones precarias aun antes de la llegada del Covid-19. Desde luego, es importante resaltar que hay héroes a los que no les importa la fama, por más que haya otros y otras a los que se les entregan millones por entretener, pero que no resultan del todo útiles para el progreso de la humanidad. Hay una desproporción entre lo que consideramos importante y la manera en que solemos elegir aquello a lo cual ponemos atención.
Sin un agudo pensamiento crítico nos mantendremos en la idea de que las redes sociales nos acercan, sin notar que también son el medio idóneo para crear caos cuando los lectores no ponen en duda lo que se les presenta. Al igual que un virus, las creencias y los apegos se introducen en nosotros, se mantienen incubando y no se curan sin reflexión o análisis.
La emergencia en la que vivimos nos ha obligado a realizar una pausa que nos aleja de otras situaciones dañinas de la cotidianidad y nos refrenda el derecho a la desconexión. Desde luego, tal situación ha puesto en evidencia el estado de nuestras relaciones familiares y de pareja. Se ha avivado el instinto de supervivencia, volviendo a lo más básico: tratar de mantener la vida. No obstante, muchas personas tendrán que rehacer sus negocios y plantear nuevas metas financieras para el resto del año. Todo eso nos conduce a establecer prioridades, gastar de manera diferente y, si acaso es posible, eliminar lo más pronto posible las deudas.
Por si fuera poco, quedarnos en casa nos puede conducir, si no lo obstaculizamos, a formular preguntas que nos saquen de la ociosidad, si bien un ocio moderado es oportuno para elaborarlas. El orden actual del mundo también puede ser ocasión para retomar la conexión con la propia fuerza espiritual, reconsiderar la meditación, desempolvar libros edificantes o, a lo sumo, tratar de ofrecer reanimación intensiva a algún sentido de vida adormecido.
Hablar de espiritualidad no nos debe conducir a rechazar de inmediato la idea, por alguna falsa noción de lo que significa. Es equivocado considerar que la espiritualidad es antifilosófica. De hecho, es posible adaptar el pensamiento de varios filósofos espirituales al momento actual, tal como se ejemplifica enseguida:
Nagarjuna, fundador de la escuela del Camino Medio o Madhyamaka, aludió que no podemos conocer la verdad absoluta de las cosas y que las interpretaciones de los sucesos suelen ser erróneas. Visto así, no sabemos los alcances que tendrá en el futuro el Covid-19, ni las consecuencias directas que provocará en nuestra vida. Asimismo, tampoco serán del todo ciertas las predicciones, ni podemos pensar que toda intuición sucederá tal como la suponemos. Con una postura así podemos situarnos en el presente y desestimar las especulaciones; corresponde, eso sí, transitar el Camino Medio, con equilibrio, para no caer en la negación de lo que sucede.
Samkara, uno de los pensadores que consolidó el pensamiento de la no dualidad o advaita, enseñó que las cosas y los sucesos no deben ser vistos a través de extremos opuestos. Por ejemplo, la situación pandémica no es una bendición, pero tampoco es una catástrofe absoluta. Su presencia nos ayuda a vencer las ilusiones (upadhi) de un mundo perfecto o de una vida con salud garantizada. Nuestra existencia no será espantosa de ahora en adelante, tal como tampoco era bella por completo antes de que coronáramos al virus.
Nishitani, proveniente de la escuela de Kioto, sugería transitar desde la nihilidad (insatisfacción, crisis, angustia) hasta el punto de vista o estado de vacuidad (aceptación, desapego y calma). Ese proceso requiere de esfuerzo y confrontación. La situación que ahora vivimos podría entenderse como un estado de nihilidad, de manifiesta desesperanza, angustia y temor. ¿Cómo podemos encaminarnos hacia el enfoque de vacuidad partiendo de la nihilidad imperante? Lo abordaremos a continuación.
3. La vacuidad como alternativa ante el desasosiego
La situación actual puede facilitarnos una vivencia profunda de la vacuidad, la cual consiste en comprender que lo que sucede es un pesebre para el nacimiento de nuevas perspectivas, decisiones o significados de vida.
Se suele entender al vacío como algo que debemos evitar, pero es justo lo contrario. El principal obstáculo para que el vacío resulte útil es verlo como algo ajeno a nosotros. La nihilidad es destructiva, la vacuidad no. Podemos pasar de una cuarentena, como simple confinamiento en un espacio físico, a una etapa de auténtico recogimiento interior. No se trata de meterse cada uno a su casa y quedarse ahí para aburrirse, sino que la experiencia puede catapultarse a la estatura de un retorno al interior o a la reconciliación con la intimidad. Enseguida se muestran veinticinco conductasque obstruyen la vivencia útil del vacío durante la actual situación de destemplanza mundial por el Covid-19.
Compensaciones que nos desconectan del vacío útil
Suponerse ilustrado: creer que se sabe todo sobre el tema, cuando en realidad se trata de un virus desconocido y es inédita la situación social y económica actual.
Tomar actitudes mesiánicas: como la de los que pregonan que la situación que vivimos es consecuencia de los actos humanos o de una voluntad cósmica que busca enseñarnos.
Saturarse de información: ver todos los noticieros disponibles o cada uno de los videos asociados e invertir demasiado tiempo en lo que se distribuye por las redes sociales, como si por el hecho de estar al tanto de todo ello ofrecerá inmunidad.
Exagerar el rol: verse a sí mismo como padre o madre cumplidora, ser quien calma a los amigos o instruye a los ignorantes, pero sin vivenciar la vulnerabilidad de manera personal.
Desatender el momento: elaborar propósitos futuros desconectados de la situación o preocuparse en demasía por cosas que no están sucediendo. Consuelos inapropiados que ocultan el vacío útil
Desentenderse del sufrimiento ajeno: pensar que el número de fallecimientos tiene mayor o menor importancia por el país donde acontezcan. Concluir, de manera absurda, que mientras que el mal sea externo al hogar no hay nada que lamentar.
Especular sin sustento: centrarse en lo que pasará después, como si tuviésemos la garantía de salir bien librados o como si jugar al adivino fuese más importante que centrarse en el presente.
Dejar todo a la intervención divina: atribuir al suceso un carácter divino, creyendo que la voluntad de Dios lo resolverá todo.
Ecologizar de manera infantil la situación: tratar de ver lo que sucede como una lección de la naturaleza.
Centrarse en la aprobación externa: socializar maneras “maravillosas” de vivir la cuarentena, como si por ello se resolvieran los problemas. Hacer un uso egocéntrico de los reflectores y el ocio de los demás.
Distorsiones que intentan evadir el vacíoútil
Convertirse en optimista ingenuo: pensar que es suficiente con buena voluntad, disposición, actitud positiva, porras y solidaridad.
Individualizarse: encerrarse en lo propio, dejando que cada quien se rasque con sus uñas, sin ver el sentido colectivo de la situación o del aporte personal.
Politizar la situación: causar división a partir de las preferencias políticas, promover a candidatos de puestos públicos, pregonar la caída de los sistemas económicos y propagar el advenimiento de un nuevo orden social acorde a las posturas teóricas personales.
Reducir la realidad a la estadística: evaluar el bienestar de la sociedad o de un país en función de la disminución del número de muertos, dejando de ver otros ámbitos de la dinámica social.
Centrarse en el otro: volverse sobreprotector y desatender las propias necesidades. Convertirse en cacique de los que salen de casa, sin saber cuál es su urgencia o situación.
Permisividades que ocultan el vacío útil
Minimizar el problema: decir que todo se reduce a una simple gripa o atribuirlo todo a las exageraciones mediáticas.
Elegir el daño: exponerse de manera voluntaria, sin guardar ninguna precaución.
Obstaculización consentida: ignorar las oportunidades del presente, dejar de lado la genuina reflexión o menospreciar a quienes ofrecen alternativas oportunas.
Elegir la ignorancia anestésica: dejar de ver por completo las noticias, los diarios y evitar cualquier conversación sobre el tema.
Tomar una postura acrítica: seguir todas las sugerencias que se leen en las redes sociales, solo porque alguien las dijo, incluso si contradicen a las que provienen de las autoridades correspondientes.
Destemplanzas excesivas que eluden el vacío útil
Optar por los excesos: calmar la ansiedad con alimentos, bebidas o conductas de riesgo.
Evadir: pasar los días con maratones de series o películas en las plataformas digitales, haciendo a un lado otras opciones como el ejercicio o la lectura.
Provocar dependencia: volverse adicto de la charla interactiva, del home office, de las charlas en plataformas o estar pegado al móvil, con tal de contestar lo más pronto posible a los interlocutores.
Compensar la necesidad de interacción: darse de alta en redes sociales que no nos interesarían en otras condiciones.
Obsesionarse con algo: preocuparse de manera pasiva por el negocio, el dinero o los bienes particulares, sin elaborar un plan de reestructuración financiera.
4. Descoronar al virus mediante el vacío
Vivimos un momento que nos invita a poner en uso todos nuestros recursos personales para salir adelante. Cada uno requiere de su propia creatividad para planear las actividades que le vendrán mejor en las semanas de resguardo que están por venir. Aunadas a ellas, conviene resaltar que la vivencia de la vacuidad útil nos permitirá:
a) Descoronar al virus mediante el desapego a la expectativa. Esto nos permite comprender que seguir deseando que las cosas sean como eran antes es el preámbulo para el sufrimiento.
b) Expulsar temores, angustias y odios, lo cual nos ayuda a no centrar el malestar en un gobierno, en el país de origen del virus o en los que no siguen las sugerencias establecidas. De hecho, el enojo ante esa situación podría ser más perjudicial para la salud.
c) Aceptar lo que no está en las propias manos y distinguir lo que sí es posible hacer.
d) Soltar los planes que se tenían para el año, los viajes programados, las reuniones y eventos de los que nos cuesta deshacernos.
e) Liberarnos del solipsismo al perder la propensión a pensar que uno tiene la razón de manera exclusiva.
f) Percibir un orden alterno de las cosas y asumir lo mucho que podemos aprender si vemos las cosas de otra manera.
Conclusiones
Descoronar al virus da paz, aun en la tempestad. No se trata negar la situación, pero tampoco de mantenerse en la nihilidad. El enfoque de vacuidad nos coloca en un estado de atención que nos conduce a crear las soluciones que requerimos para el bienestar o, en su caso, la sobrevivencia digna.
El mundo no acabará por el Covid-19, pero podremos entender de manera diferente lo que hacemos en él. En ese sentido, lo que puede terminar es la ficción que nos hemos contado sobre la manera en que habitamos el mundo.
Tenemos derecho a la desconexión y al resurgimiento. Es útil preguntarnos cómo será nuestra sociedad después del coronavirus, pero es más importante elegir las ideas con las que abordaremos lo que en ella suceda.
Los humanos hemos sido por mucho tiempo una especie de virus para el planeta. Es de esperar que seamos capaces, tal como el planeta lo fue con nosotros, de aprender a vivir con el nuevo virus. Lo anterior será posible cuando le quitemos la corona con la que se ha ocultado, por un tiempo, la vacuidad de nuestras vidas.