El acompañamiento en el proceso de la muerte, por Fina Sanz
Autora de diversos títulos en Kairós, Fina Sanz es psicóloga, sexóloga y pedagoga.
En este sensible texto, la autora habla de uno de los temas más delicados: cómo acompañar a las personas cuando están en el tramo final de su vida. El texto contiene, además, reflexiones vinculadas al momento actual, en el que lamentablemente muchas familias se han visto afectadas de primera mano y súbitamente por la llegada del Covid-19.
Uno de los procesos en donde es más importante el acompañamiento, la escucha, el lenguaje y la comunicación, es en el proceso de la muerte.
Todos y todas sabemos de la muerte y sabemos que algún día moriremos, pero es una experiencia para la cual no tenemos un aprendizaje previo, ni hemos ensayado ni sabemos qué vamos a vivir. De ahí que cuando llega el momento, además del miedo a lo desconocido y el duelo, generan el dolor que tenemos que atravesar por dejar la vida –lo único que conocemos–; no sabemos qué hacer, cómo estar.
Tampoco la gente que nos acompaña –si tenemos suerte de que nos acompañen– sabe qué hacer al respecto, qué decir o qué no decir, además de estar viviendo un inmenso dolor por la pérdida del ser querido que se va sin que nada pueda hacerse.
Pero ¿y en el caso de que la persona muera en total soledad, sin una cara amiga, sin un ser querido al lado? Este segundo caso es el que estoy viendo que ocurre en el caso de la pandemia: personas infectadas que quedan aisladas en una habitación.
También podría ocurrir cuando, por diversas circunstancias, morimos en soledad, lejos de nuestra casa, de nuestros seres queridos, aquellos a quienes quisiéramos darles nuestro último adiós.
El acompañamiento con la gente querida
Un aspecto importante para cualquier proceso de muerte, es “tener las cosas en orden”; quiero decir, no tener asuntos pendientes, conflictos pendientes por resolver: quizás no haber pedido perdón, o haberse disculpado por algo que hicimos y herimos a otra persona, tener alguna emoción negativa –por ejemplo, la ira– que no se ha podido liberar, etcétera.
Cuando eso no se ha ido haciendo en el proceso de nuestra vida, al llegar al final podemos sentir que hay muchas cosas no resueltas que se acumulan, nos angustian, nos generan malestar, que ya no podemos resolver… Y eso incrementa la angustia, el miedo y la tensión.
Por el contrario, es importante que sintamos que estamos en paz, que no hay nada pendiente, que hemos hecho en la vida lo que hemos sabido y lo que hemos podido. Y eso puede favorecer una sensación de mayor tranquilidad, disponibilidad y apertura.
Pero ¿y la familia, los seres queridos que ven que se marcha esa persona que aman? Tienen que hacer su trabajo.
Si bien la persona enferma tiene que hablarse internamente, tranquilizarse, hacer el duelo de las personas que ama y de la vida que ha llevado, y puede necesitar también hablarles para sentir la comunicación, la paz con ellas/os; la gente que le acompaña ha de ir haciendo el duelo, ir despidiéndose. Este es el trabajo personal e interno que tienen que ir haciendo y atravesando.
¿Y cómo hablarse y escucharse? Con amor, con amor compasivo y lo más relajados/as posible.
No se puede tratar de resolver conflictos y recriminar a la persona que se va: “Papá/mamá no te portaste bien conmigo, a mi hermana la consentías más que a mi…”. No es momento de tirarle a la persona enferma el malestar no resuelto. Habría que haberlo hecho antes. Si no se ha hecho, la persona que tiene la herida tiene que trabajársela o pedir ayuda terapéutica, pero no se puede hacer allí, al final de la vida, cuando la persona enferma ni tiene tiempo ni recursos emocionales para abordarlo.
La disponibilidad que tienen que tener las personas que acompañan es de apertura y, de la forma más relajada posible, se trata de crear un clima de paz y acompañamiento. Para ello tienen que trabajar no solo el duelo, que se va haciendo todos los días, sino sentir las emociones, ser conscientes de ellas y manejarlas con la respiración. Respiración consciente y lenta, que nos ayuda a tranquilizarnos y favorece, por resonancia corporal, la tranquilidad a la persona enferma.
Hay que utilizar palabras con amor, con un tono tranquilizador, cercano; pero sobre todo, y en especial al final de la vida donde la persona enferma quizás no puede hablar, hay que utilizar el lenguaje del cuerpo: la sonrisa amorosa, el cuerpo relajado que le favorezca la relajación, el “todo está bien”, y el tacto: un tacto cálido que sea como un “aquí estoy, contigo”.
Recuerdo que hace años –también lo he vivido más recientemente con otra amiga– tenía una amiga que desarrolló un Alzheimer. Cuando iba a visitarla no me reconocía. A veces ni siquiera me miraba, pero cuando le hablaba le tomaba de la mano y entonces ella me la apretaba con fuerza. Ahí me sentía. Ese era el punto de comunicación. Yo le hablaba con cariño, supongo que ella no entendía, pero el contacto con la mano le daba seguridad y la relajaba.
Cuando hay cosas pendientes, es como si la persona enferma no se pudiera marchar. No está en paz hasta que no siente que se resuelve. Por ejemplo, a veces veremos que la persona enferma necesita que venga su hijo/a del extranjero para poder despedirse de él/ella; o teniendo a dos hijos/as que están peleados/as pedirles que por favor se perdonen, hagan las paces… Cuando eso ocurre, entonces fácilmente, la persona se permite irse.
Algo que la persona que está haciendo el tránsito a la muerte no puede escuchar es: “!No te vayas!, No me dejes…”. Cada cual ha de hacer su duelo, y la persona que está muriendo no puede acompañar a los que se quedan. Los que acompañan han de saber acompañar. Por supuesto que eso se siente, forma parte del proceso de duelo que hemos de hacer personalmente. Pero en ese proceso de duelo, cuando se realiza, hay una etapa que es la aceptación. Si la persona se tiene que ir, hay que aceptarlo. Veremos que hay personas que mueren cuando la persona acompañante sale un momento a tomar un café, y luego lamenta que “todo el tiempo que he estado ahí, y en un momento que he bajado, se ha ido”. A veces quizás se necesita que le den permiso para poder irse en paz o buscar la soledad para poder marcharse.
El acompañamiento con el personal sanitario
En estos momentos, con la pandemia mundial que estamos viviendo del coronavirus, miles de personas mueren solas, lejos de sus familiares, a veces en aislamiento completo.
En estos casos, creo que la persona enferma tiene que hacer un duelo mayor: tiene que prepararse para irse, en una soledad aislada, sin contacto, sin la mirada, la sonrisa, el tacto de sus seres queridos. Es mucho más difícil. Sin embargo, el personal sanitario puede acompañar de manera muy gratificante, para la persona enferma, en ese proceso; con unas palabras cariñosas, un tono de voz cercano, amable, un pequeño contacto de solidaridad, compasivo… Eso es muy importante, porque se escucha, no solo con el oído, sino también con el corazón. Y se sienten acompañados/as.
En relación a esto, a la palabra, la escucha y el lenguaje del cuerpo, han habido durante esta pandemia algunos pequeños proyectos que han surgido, y que si se han llevado adelante, ha sido porque evidentemente las personas que los han propuesto, y quienes los han compartido, entienden la importancia de la palabra, la escucha, el lenguaje del cuerpo… y cómo afecta positivamente a las personas enfermas. Puede ser que estén en el tránsito de la muerte, o simplemente que estén enfermas y aisladas con la inquietud de la evolución de la enfermedad.
Entre estos proyectos destaco:
Pedir que se escriban cartas a las personas enfermas. Se recogerían en una dirección y cuando pasara el personal sanitario, se daría una carta a las personas enfermas y aisladas. Hablar a alguien con palabras cálidas para que te escuchen y mejorar el estado de ánimo, sentir que se está ahí, acompañando.
Con el teléfono móvil hacer una video llamada que conecte la familia y la persona enferma. Se ven, se saludan, se expresan el amor, el ánimo, la cercanía… Se dicen palabras y se ve el lenguaje del cuerpo coherente con las palabras, y la persona enferma escucha y ve su lenguaje corporal, y se conectan fundamentalmente con el corazón y el amor.
Pero ¿cómo se siente el personal sanitario con ese acompañamiento? Por una parte, contentas/os porque tenemos una profesión que nos gusta: escuchar, acompañar, ayudar. Pero por otra parte, como he ido comentando en el texto, el acompañar, el escuchar, nos afecta también emocional y físicamente. Máxime si es una situación en donde no hay un tiempo de trabajo y descanso para reciclar todas las emociones, pensamientos, sensaciones corporales, estrés, que van a vivir, que vivimos.
Por tanto, ese es un trabajo que tendrán/tendremos que hacer, en la medida de lo posible en el día a día; y si no, cuando ese estrés acumulativo de trabajo y emociones acabe, cuando finalice la pandemia y tengamos más tiempo para reflexionar, centrarnos, descansar… podremos también aprender de lo vivido, desarrollaremos nuevos proyectos solidarios y seguramente practicaremos más metodologías y técnicas que nos ayuden a acompañarnos y cuidarnos. Para cuidarnos, asimismo, cuando cuidemos amorosamente a los demás.
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