La dimensión contemplativa del ser humano

En este fragmento de su colaboración en el libro La experiencia contemplativa, Javier Melloni define la contemplación etimológicamente y busca en la literatura y la poesía algunos sugerentes acercamientos escritos por grandes autores.

Los seres humanos somos criaturas de necesidades pero también de gratuidades, seres en proceso pero llamados a completud. Acuciados por el instinto de supervivencia, también somos seres extáticos, capaces de inmensidades. Si bien necesitamos palpar las cosas concretas y tangibles, cuando nos dejamos absorber por Aquello que late tras ellas, sucede «eso» que llamamos contemplación. El término proviene del latín cumtemplus, «hallarse junto o ante el templo», es decir, participar de lo que se da en un espacio teofánico. A su vez, templo proviene del griego témenos, «lugar de manifestación de lo divino».

Por tanto, la contemplación remite a aquella actividad‐estado que tiene que ver con la apertura a la manifestación de lo sagrado. Y si proseguimos con la etimología de las palabras, sagrado proviene de la raíz indoeuropea sak, que significa «conferir realidad». Así, la contemplación tiene que ver con la apertura y el contacto con lo Real, es decir, con Lo‐Único‐Necesario.

Si bien el marco con el que mayormente se identifica la contemplación es el religioso, también la hallamos en otros ámbitos: en la absorción de un niño ante un hormiguero, en la belleza sobrecogedora ante la naturaleza, en la fruición de una obra de arte –ya sea plástica o musical–, en la relación amorosa, en la mirada de una madre ante su hijo pequeño, en ciertos momentos de la indagación científica y de la reflexión filosófica.

Porque contemplar es ver, ver sin mirar, sin intención ni tensión alguna.

También hay momentos de contemplación en el juego y en el deporte, así como en las artes marciales. [1] Incluso parece que algunos animales tienen esta capacidad. El zoólogo Adriaan Kortlandt fue testigo de la siguiente escena:

«Era la hora de una puesta de sol en un bosque tropical africano, con el consiguiente resplandor de esos atardeceres. Un chimpancé entró en escena llevando una papaya, sujetándola contra el lomo con una mano mientras caminaba. Era su tentempié para la noche. El chimpancé bajó la papaya y durante quince minutos enteros permaneció como hechizado por el espectáculo de colores cambiantes del atardecer. Los observó sin moverse. Luego se retiró silenciosamente a los matorrales olvidando su papaya». [2]

Este episodio expresa muy bien lo que decía al comienzo: la contemplación trasciende el reino de la necesidad. El impacto de la puesta de sol sobre el chimpancé es mayor que su interés por la papaya, hasta el punto de que llega a olvidarla. Con todo, en el campo de la contemplación conviene distinguir grados y calidades, porque no a todo lo podemos llamar igual. No hay que confundir, por ejemplo, concentración con contemplación. La concentración consiste en una absorción de la atención sobre un objeto externo o interno, pero aún se trata de una relación parcial, únicamente mental, que no toma a la totalidad de la persona ni la abre del mismo modo. En la contemplación se da una ampliación de la consciencia, donde lo contemplado, el contemplador y el acto de contemplar se hacen uno.

Desde otra perspectiva, podemos considerarla bajo tres aspectos: como un momento puntual que brota espontáneamente; como una práctica, situada en un tiempo y en un espacio, centrada en la atención a una imagen o palabra tratando de que no haya ninguna actividad mental, y como un estado en el que se vive abierto a la profundidad de todo y en conexión con el todo. Sobre las prácticas de contemplación y sobre el estado contemplativo hablaremos a lo largo de todo el capítulo. Por lo que se refiere a la contemplación espontánea, he aquí unas sorprendentes palabras de Franz Kafka:

«No hace falta que salgas de la habitación. Quédate sentado a la mesa y escucha. Ni siquiera escuches, simplemente espera. Ni siquiera esperes. Quédate en silencio, en quietud y en solitario. El mundo se ofrecerá libremente a ti. Será desenmascarado, no tiene elección. Se desplegará en éxtasis a tus pies». [3]

Algo semejante evoca este poema de Rainer Maria Rilke:

«Mira esta nube: cómo oculta impetuosamente

la estrella que ahora mismo estaba –como yo–

al otro lado de las montañas, y ahora en la noche lleva los vientos nocturnos –como me lleva a mí–, y toma del hondo río el reflejo

de ese claro cielo, desgarrado –como a mí mismo–; hacer de mí, y de todo esto,

una sola cosa, Señor: de mí y del sentimiento

con que el rebaño, guarecido en el redil, acepta, jadeando, el oscuro no ser del mundo;

de mí y de la luz de tantas casas en la oscuridad, hacer, Señor, una sola cosa; de los extraños, Señor, a lo que no conozco, y de mí, de mí,

hacer una sola cosa [...]». [4]

Aquí la contemplación se entrelaza con la oración en un impulso de unión que convoca a la totalidad: «Hacer de todo esto una sola cosa». Lo que distingue el texto de Kafka del de Rilke es que en el primero no hay ninguna referencia a un Tú mientras que en el segundo sí. En cualquier caso, sea ante un Tú explicitado o sin él, sea buscada o espontánea, el contacto con el absoluto (absolus, «lo no determinado», «lo no constreñido por nada») es constitutivo del ser humano y está presente en todas las culturas. En su seno han surgido las más diversas tradiciones religiosas y espirituales en pos de este Rastro‐Rostro.

Javier Melloni (Barcelona, 1962), jesuita, licenciado en Antropología Cultural y doctorado en Teología. Especializado en mística comparada y diálogo interreligioso. Es profesor en la Facultad de Teología de Cataluña, miembro de Cristianisme i Justícia, así como del consejo académico del Master en Espiritualidad Transcultural (Universidad Ramon Llull). También es asesor de la colección «Sagrats i Clàssics» de Fragmenta Editorial.

Notas:

1. La diferencia entre la mera lucha competitiva y las técnicas orientales de arte marcial es que en las primeras se acentúa la dualidad, mientras que en las segundas ha desaparecido el combatiente y el combatido y solo existe el movimiento y el gesto preciso.

2. Citado en: Kowalsky, Gary. El alma de los animales. Arkano Books, Madrid, 2008, págs. 147 y 148.

3. «Consideraciones acerca del pecado, el sufrimiento, la esperanza y el camino verdadero», en: Franz Kafka, Aforismos, visiones y sueños. Librodot, pág. 14.

4. «Trilogía Española I», en: Antonio Pau, Rilke, Trotta, Madrid, 2007, pág. 247.

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