El nacimiento del atomismo para explicar el movimiento en el vacío del universo

Científicos y filósofos –como Aristóteles o Descartes– se obstinaron en negar la existencia del vacío, pero ya en la Grecia clásica surgieron los atomistas y otras voces con las primeras explicaciones sobre el vacío y la materia. En La plenitud del vacío, el astrofísico vietnamita Trinh Xuan Thuan aborda este tema hasta la actualidad. En este fragmento de su libro, el autor visita los orígenes del atomismo y describe sus postulados.

El vacío entró en la ciencia con la invención de la teoría del atomismo. Leucipo (hacia 500 a.C.) no solo fue el primero en enunciar la idea de que la materia está compuesta por unidades fundamentales indivisibles llamadas «átomos» (del griego atomos, indivisible), [1] sino también el primero en tomarse en serio la idea de un espacio vacío en cuyo seno podían evolucionar los átomos. En su opinión, este vacío es necesario para permitir todo cambio o todo movimiento. «A menos que haya un vacío que exista por sí mismo, independientemente de otras cosas, lo que existe no podrá moverse, y las cosas no podrían distinguirse al no haber nada que las separe», decía.

El filósofo atomista pasó la antorcha a su discípulo Demócrito (hacia 460-370 a.C.), que retomó y recuperó la idea de un universo de tamaño infinito y constituido por espacio vacío, habitado por partículas sólidas e indivisibles, de formas y tamaños diferentes, todas en movimiento. Más tarde, el poeta latino Lucrecio (hacia 98-55 a.C.), gran adalid y divulgador del atomismo, describió así la necesidad del vacío en su magnífico poema cosmológico De la naturaleza de las cosas: «Así, existe un lugar intangible, el vacío y lo vacante. Si no existiera, las cosas no podrían moverse en modo alguno; porque lo que constituye la función del cuerpo, oponerse y obstaculizar, estaría ahí para afectar a todas las cosas en todo momento; nada podría entonces avanzar, porque nada empezaría a ceder el lugar... Si el vacío no existiera, las cosas no estarían simplemente privadas de su movimiento incesante, jamás habrían llegado a ser en modo alguno, pues la materia, fija, estaría por doquier en reposo. Además, por sólidas que parezcan las cosas, podemos ver que poseen un cuerpo poroso, a partir de los hechos siguientes. [...] El alimento se expande por todo el cuerpo de los animales. Los árboles crecen, dan fruto en el tiempo de su estación porque su alimento se difunde en todo su interior, desde el extremo de sus raíces y a través de sus troncos y sus ramas. Las voces atraviesan los muros y vuelan a través de las puertas cerradas de las casas... Si no hubiera espacios vacíos a través de los que todos los cuerpos pudieran pasar, en modo alguno verías producirse todo esto». [2]

Los atomistas no fueron los únicos en defender la idea de un espacio vacío. En el siglo III a.C., apareció el movimiento estoico. [3] Los estoicos concebían un universo completamente bañado por una sustancia elástica llamada pneuma, compuesta de aire y de fuego. Contrariamente a los atomistas, no pensaban que existiera vacío entre los diferentes componentes del mundo; sin embargo, la noción de vacío no estaba ausente en su filosofía: existía un vacío, pero se situaba más allá del mundo material, cuyo contenido, retenido por el pneuma, no podía dispersarse en el vacío.

Notas:

  1. Hoy sabemos que no son los átomos los que son indivisibles, sino las partículas elementales que los constituyen.

  2. Lucrecio, De la nature des choses, Flammarion, 1964. [Versión en castellano: La naturaleza de las cosas. Alianza, Madrid, 2013.]

  3. Así llamado porque los filósofos de esta escuela se reunían bajo un pórtico (stoa en griego) del ágora de Atenas. De ahí que el estoicismo también recibiera el nombre de Escuela del Pórtico.

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