OSHO: «Tienes que conocerte a ti mismo, no a Dios»

Esto me sucedió en un pueblo. Una persona me preguntó cómo encontrar a Dios. Y yo le dije: «¿Me estás diciendo que te has encontrado a ti mismo y por eso ahora quieres encontrar a Dios?». —OSHO

Queremos conocer a Dios sin conocernos a nosotros mismos, ¡ni siquiera conocemos lo que está más cerca! ¿Qué puede estar más cerca de nosotros que nuestro propio ser? Por lo tanto, la ignorancia solo se puede derrotar y destruir ahí. Si eres ignorante en este punto, no podrás tener un conocimiento de primera mano en ningún otro plano.

La llama del conocimiento empieza a arder al principio dentro del ser humano. Este ser interior es «la luz» del conocimiento, es donde nace el sol del conocimiento. Si ahí hay oscuridad, puedes estar seguro de que no habrá luz en ningún otro sitio. Tienes que conocerte a ti mismo, no a Dios. En última instancia, este rayo de luz se convertirá en el sol. Cuando te conozcas a ti mismo, te darás cuenta de que existe sat-chit-ananda, de que existe el ser, la conciencia y la dicha, y que no hay un «yo», no hay ego. Darse cuenta de esto es darse cuenta de la divinidad.

El ser humano es un alma envuelta en un ego, y esto es ignorancia. Un alma que se ha liberado del ego es Dios, y esto es conocimiento. ¿Dónde quieres ir a buscar tu alma? No la encontrarás en ninguna de las diez direcciones. Pero hay una undécima dirección. ¿Lo sabías? Te voy a mostrar esa dirección.

Esa undécima dirección eres tú mismo, y podrás encontrarla cuando dejes de buscar en las otras diez. La undécima dirección no es como las demás. En realidad, no es una dirección, sino una no dirección, es la negación de una dirección. Te lleva a un lugar del que nunca has salido. Es tu entidad, es el estado de tu propio ser interno. Las diez direcciones te conducen hacia fuera y juntas crean el mundo. Esas diez direcciones son el mundo. Son el espacio, son la distancia. Pero naturalmente el que conoce esas diez direcciones y se mueve dentro de ellas tiene que estar separado de ellas, de lo contrario, no las conocería ni se movería dentro de ellas. Se mueve y, al mismo tiempo, no lo hace, porque si no estuviese completamente quieto en su propia cualidad de ser, no sería capaz de moverse. En el medio de todo ese movimiento, lo que hay es quietud, en el centro de esa rueda que gira hay un punto que está inmóvil.

¿Te has fijado en las ruedas de una carroza? Las ruedas solo se pueden mover porque el eje está inmóvil. Para que haya movimiento siempre tiene que haber algo que esté inmóvil. La vida es inestable y transitoria, pero el alma es permanente y estable. El alma es la undécima dirección.

No hay que ir a ningún sitio a buscarla, a ningún sitio. Deja de buscar y observa al que reside en tu interior. Despierta al que realmente es. Esto solo es posible si no estás buscando. Solo es posible si te detienes, si dejas de correr.

Detente y mira. En estas dos palabras se halla la clave de la religión, de toda la búsqueda y la práctica espiritual. Detente y mira, y se abrirá para ti la undécima dirección. Entrarás en tu cielo interno a través de ella. Ese cielo interno, ese espacio interno, es el alma.

Yo te veo corriendo detrás de algo, pero esa carrera acabará en una caída. ¿No ves que la gente se cae todos los días? ¿No es consecuencia de tanto correr? ¿Tanto correr no te lleva a la muerte? Los que se dan cuenta antes de esta verdad se liberan del desastre final.

Quiero que te pares y veas. ¿Me harás caso? ¿Escuchas mi llamamiento en medio de la inconsciencia de tu carrera desenfrenada? Párate y observa quién está corriendo.

Párate y mira quién es ese «yo». En cuanto remita la fiebre de correr, desaparecerán las diez direcciones y solo quedará una, la no dirección, la que te lleva a la raíz, a la fuente, al origen mismo.

Había un maestro que le solía preguntar a la gente cómo eran antes de nacer. ¿Qué le dirías si te lo encontraras? ¿Sabes cómo eras antes de nacer? ¿Sabes cómo serás después de tu muerte? Si aprendes a pararte y a ver, lo sabrás. Lo que ya estaba ahí antes de que nacieras y lo que seguirá ahí cuando te mueras, está en tu interior en este mismo instante. Solo se trata de que te vuelvas un poco hacia dentro y mires. Párate y mira.

Te invito a entrar en este maravilloso mundo.

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