Una sesión de psicoterapia zen con la escritora Laia Monserrat

El contexto terapéutico es un medio con un significado propio. La psicoterapia Zen está llena de contenidos que hasta hace unos años eran difíciles de explicar. Actualmente se están realizando numerosos estudios sobre la influencia de la meditación en la mente, así como su uso en tratamientos psicoterapéuticos.

Los avances son significativos, y cada vez más, se sabe qué funciona y cómo. Se han aislado algunas de las variables críticas, sin embargo, ello no resta misterio al encuentro humano ni a las infinitas variables que participan en ese encuentro. Los laboratorios son lugares donde analizar y aprender, para poder aplicar los hallazgos en ámbitos, que cada vez más, ayuden a las personas.

Ahora bien, el momento del encuentro entre el terapeuta y la persona que acude a él está lleno de la magia; concretamente, la de de dos presencias que se reconocen, sintonizan y emprenden un camino juntas.

“Analizar y comprender debe ser el camino para amar aún más lo que se hace. No puede ser nunca una senda reseca aprendida en un manual. En la Leibterapia se busca acoger el instante presente tal y como llega. Ello implica que cada sesión puede ser muy distinta de las anteriores y muy distinta de las sesiones con otras personas.”

— Laia Monserrat

El terapeuta establece un plan de actuación terapéutica basado esencialmente en acoger lo que el cliente presenta y acogerlo con sus vivencias en el instante presente, pues solo desde el presente se pueden sanar la historia personal y las heridas emocionales. Después de la primera conversación, se define un objetivo terapéutico. Ese objetivo está dirigido, dependiendo de la persona y de su problemática o intereses, a sanar alguna situación o actitud concreta o a abrirse a una realidad espiritual que falta en la vida cotidiana.

Muchas veces se favorece una sensación de incertidumbre, de no seguir una línea recta en el proceso terapéutico. El leibterapeuta debe poder desconcertar al ego crispado y cerrado de su paciente para que se vaya abriendo una brecha por donde actuar. Es necesario salir de la zona de confort. Eso implica un tiempo de «no saber», que para algunas personas es especialmente angustioso. Cuanto más situada esté la persona en su ego, más difícil le va a resultar ir más allá de sus ideas de cómo tendría que ser una sesión o un proceso, y más le va a costar entregarse a este.

En toda primera sesión de psicoterapia y, por tanto, también en toda primera sesión de Leibterapia, se ponen muchas cosas en juego. Es algo así como enamorarse; muchas veces todo se decide en los primeros minutos. Algunas veces la persona viene sin saber nada más que lo que ha leído en la página web o la información que ha encontrado por internet; o bien, se acerca a ello por la recomendación de un amigo y no sabe demasiado. Algunas veces, se han informado muy bien y otras, vienen buscando exactamente la Leibterapia porque ya saben lo que es. Cada situación debe tratarse de modo distinto, cada persona llega esperando cosas y actitudes, tal vez, distintas. Sin embargo, hay algo común, el leibterapeuta debe transmitir la confianza suficiente como para que la persona le deje intervenir en su proceso. Para ello, debe ponerse al servicio de ese proceso. Es decir, en primer lugar debe hablar con un lenguaje adecuado, para ser comprendido y, sobre todo, no actuar desde su ego, sino desde su ser esencial. La primera y la última misión de la Leibterapia es servir a lo esencial y a la persona, acompañándola de la mejor manera al reencuentro de esa parte de sí misma.

Debido al carácter profundamente espiritual de estas técnicas, sucede que hay personas que llegan buscando la figura del «maestro». En estos casos, hay que reformular los roles para que, sin decepcionarse, puedan comprender que ellos deben ser sus propios maestros. El encuentro terapéutico debe servir para despertar las potencialidades de la persona, sus propios recursos. Nadie es más que nadie. Cada persona es completa en sí misma. Dicho esto, también es necesario que el terapeuta acoja las proyecciones que el cliente va haciendo, para poder ir desgranando sus aspectos más sombríos y alentar las potencialidades de las que estamos hablando.

Es interesante que, durante las primeras etapas de la terapia, la persona se deje ir, y así alcanzar una confianza absoluta. Esto comporta una cierta idealización de la figura del terapeuta. Es un juego de proyecciones que debe permitirse durante un tiempo, hasta que la persona va adquiriendo la capacidad de reconocer esas cualidades en sí misma. Sucede, entonces, que se da un período crítico en el que el paciente empieza a sentir que ya puede volar totalmente solo. Ser capaz de superar esta etapa le permitirá ir más lejos e integrar aspectos aún mucho más

profundos, ya que estará superando las distorsiones de su ego, que en primer lugar le hicieron ver al terapeuta como alguien sin fisuras y después, le permitieron ver las sombras. Si la persona logra superar esta etapa y seguir el proceso, el camino se vuelve cada vez más rico en experiencias. Ha amaestrado a su ego o, como diríamos siguiendo el antiguo texto Zen de la doma del buey, ha amaestrado a su buey y puede cabalgarlo. La relación terapéutica es en sí misma un camino de sanación, como puede verse, sobre todo para aquellos que llegan buscando una apertura espiritual. Esto obliga al terapeuta a estar realmente muy asentado en su ser y a no dejarse llevar por los vaivenes de su ego, que busca reconocimiento y admiración.

Así pues, el ejercicio del leibterapeuta es siempre doble: consigo mismo y con su paciente.

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