El monje budista Matthieu Ricard y el neurobiólogo Wolf Singer analizan el 'yo'
Compartimos uno de los interesantes y reveladores fragmentos de las conversaciones entre el monje budista con más de cuarenta años de práctica Matthieu Ricard y el neurobiólogo Wolf Singer, uno de los mayores especialistas en el cerebro del mundo.
En este fragmento de la conversación, los dos autores de Cerebro y meditación reflexionan acerca de la existencia del yo como una etiqueta útil pero convencional.
Matthieu Ricard: Puesto que la idea de la existencia de un yo independiente influencia de manera tan fuerte nuestra experiencia, tenemos que analizarla muy atentamente ¿Cómo hacerlo?
Nuestro cuerpo no es más que un conjunto temporal de huesos y carne. Nuestra conciencia es un flujo dinámico de experiencias. Nuestra historia personal no es más que la memoria de lo que ya no es. Nuestro nombre, al que tanta importancia concedemos y al que asociamos nuestra reputación y nuestro estatus social, no es más que un grupo de letras. Cuando veo o escucho mi nombre, Matthieu, mi mente salta y pienso: «¡Soy yo!», pero si separo las letras que lo componen, M-A-T-T-H-I-E-U-, ya no me identifico con ninguna de ellas. La idea de «mi nombre» no es más que una fabricación mental. Sea cual sea nuestra manera de analizar nuestro cuerpo, nuestra palabra y nuestra mente, nos resulta imposible designar una entidad particular de la que podría decirse que constituye el yo. Tenemos que concluir que el yo no es más que otro concepto, una convención.
Si se quiere que tal análisis del yo tenga un sentido, tenemos que determinar su naturaleza a través de un examen introspectivo minucioso. De ello concluiremos que no es ni exterior al cuerpo, ni algo que impregnase la totalidad del cuerpo, a semejanza de la sal que se disuelve en el agua.
Podemos pensar, entonces, que el yo se asocia a la conciencia, que no es más que un flujo de experiencias. El momento de conciencia pasado ya no existe, el futuro todavía no ha llegado, y el presente mismo no puede apresarse. No existe, pues, ningún yo dotado de existencia real, ningún alma, ningún ego ni atman –el Yo esencial según el hinduismo–, ninguna entidad personal y autónoma. No hay más que un flujo de experiencias. Es interesante observar que, lejos de disminuirnos, esta constatación nos libera de una grave ilusión. Después de haber llevado a cabo este análisis, es legítimo y pragmático considerar un yo convencional, es decir, una etiqueta colocada sobre nuestro cuerpo y nuestra mente, del mismo modo que es lógico dar un nombre a un río para distinguirlo de otro. El yo no existe más que de modo utilitario, convencional, pero no como entidad realmente existente, distinta y definida. El yo es una ilusión cómoda que nos permite definirnos en relación con el resto del mundo.
Wolf Singer: Hay muchas maneras de demostrar que es imposible considerar el yo como una entidad circunscrita. Cuando decimos: «Es mi cuerpo», el adjetivo posesivo «mi» se convierte en el propietario del cuerpo y no el cuerpo mismo. Ahora bien, si alguien nos empuja, protestamos: «¡Me ha empujado!». En ese caso, el yo se encuentra de pronto asociado al cuerpo. Pero vamos más lejos cuando declaramos: «Ha herido mis sentimientos». En ese momento, nos convertimos en el propietario de nuestros sentimientos. Posteriormente, al decir: «Eso me molesta», volvemos al yo que se identifica con el sujeto mismo.
Imaginemos por un momento que el yo no fuese una entidad localizada, sino algo que impregnase la totalidad de mi cuerpo y de mi mente. ¿Qué le pasa al yo si pierdo mis dos piernas? En mi mente, yo soy Matthieu, un enfermo que ha perdido sus piernas, pero todavía soy Matthieu. Aunque mi imagen corporal se encuentre disminuida, yo tengo todavía la percepción de que ese yo profundamente anclado no ha sido amputado, simplemente se ha transformado en un yo frustrado, o deprimido, valiente o resiliente.
Como es imposible encontrar un yo en el cuerpo, nos volvemos hacia la conciencia. La experiencia consciente que cambia de instante en instante viene a contradecir la idea de que tenemos un yo permanente. ¿Dónde se encuentra, pues, el yo en todo eso? En ninguna parte.
Wolf Singer: Hay pacientes que sufren una amnesia total, que han perdido toda memoria episódica y biográfica, como el célebre paciente H. M., seguido durante dos décadas por la neuropsicóloga Brenda Milner. H. M. había padecido una ablación de los lóbulos temporales en los dos hemisferios, con el fin de aliviarle de una epilepsia contraria a todo tratamiento. Él no vivía más que en el presente, pero había conservado la noción de un yo. Así pues, experimentar el símismo como siendo el producto de su propia historia individual no parece indispensable para que se constituya la noción de un yo. Según Brenda Milner, que lo acompañó hasta su muerte en 2008, H. M. tenía algunos recuerdos de antes de su operación quirúrgica, antiguas rememoraciones que asociaba con «él mismo».
Matthieu Ricard: Habría sido muy interesante plantear a H. M. preguntas precisas para hacerse una idea más clara del tipo de representación de sí que había desarrollado. Yo diría que la tendencia a percibir un yo con identidad propia, asociado al hecho de estar vivo, es totalmente instintivo y no implica necesariamente que se tenga muchos recuerdos del pasado. H. M. parece que mantenía relaciones muy afables con todo el mundo, tal como me contó Brenda Milner. Ella me dijo que H. M. reaccionaba normalmente cuando se le llamaba por su nombre y, por supuesto, tenía una imagen de sí mismo. Reaccionaba con satisfacción cuando se le elogiaba y podía molestarse cuando se le criticaba.
Wolf Singer: Él parecía tener sentido del humor y reaccionaba normalmente a los cumplidos y a las críticas. No comprendía las preguntas que tenían que ver con sucesos producidos después de su operación, pero su memoria a corto plazo era suficiente para poder mantener conversaciones.
Matthieu Ricard: ¿Tenía sentido de la jerarquía social? ¿Podía darse cuenta de la diferencia de estatus social entre las personas, por ejemplo entre un director de hospital y el personal de mantenimiento?
Wolf Singer: No está muy claro. Era realmente afable con todo el mundo, pero yo creo que podía distinguir el estatus social de las personas y ajustar su grado de familiaridad según sus interlocutores, gracias sin duda a un proceso inconsciente que le permitía captar las señales pertinentes.
Matthieu Ricard: ¿Esperaba ser tratado de una manera determinada y, en caso contrario, se mostraba irritado por ello?
Wolf Singer: Se molestaba cuando se le pedía que hiciese algo que no sabía hacer.
Matthieu Ricard: ¿Se tenía la impresión de que sus reacciones emocionales inmediatas estaban influenciadas por una especie de egocentrismo y de apego a sí mismo? ¿Existen indicios que muestren que la constancia de su evidente buen humor procedía del eudemonismo más que del hedonismo?
Wolf Singer: Es una cuestión espinosa, porque no se realizaron tests psicológicos más que después de su operación y porque ya tenía mala salud antes de ser operado. Sin duda, tenía la sensación de un «yo», podía sentirse ofendido o elogiado de manera normal en las interacciones sociales. Lo esencial de su «personalidad» no había sido tocado. Era incapaz de acordarse de los sucesos pasados: era su única dificultad. No cabe duda de que es difícil saber con certeza en qué medida podía tratar las señales sensoriales inconscientes y si su inconsciente tenía acceso a las experiencias pasadas. Yo creo que el conjunto de su sistema de aprendizaje procedimental estaba intacto y que siguió así toda su vida.
Matthieu Ricard: Sería interesante tener más precisión en este sentido, por ejemplo, saber qué tipo de yo había elaborado una persona como H. M. en su mente. La historia personal, el sentimiento de tener una imagen de sí, la manera en que nos vemos, el modo en que nos gustaría que los demás nos viesen, y la manera en que pensamos que nos consideran, todas esas funciones sin duda fueron profundamente alteradas en su caso. No obstante, su caso no necesariamente entra en contradicción con lo que acabo de explicar sobre la inexistencia del yo. La aparición del concepto de un «yo», de «un yo autónomo», puede producirse en un nivel muy elemental desde que se establece una relación con el mundo exterior.
Para volver a nuestro análisis del yo, lo único que se puede concluir es: sí, hay un yo, pero se trata de una simple etiqueta mental añadida al flujo de nuestra experiencia, sobre la asociación del cuerpo y de la conciencia, conjunto compuesto de partes y, por tanto, efímero. No existe más que un yo conceptual, una designación nominal. Entonces, ¿por qué querer a todo precio proteger ese yo y complacerle?
Wolf Singer: ¡Es evidente que se le quiere proteger! Deseamos atravesar la vida sin conocer demasiadas vicisitudes; lo que intentamos proteger no es un yo distinto, es nuestra totalidad, soy yo en tanto persona. Incluso los animales, carentes del concepto de yo, se protegen: se vuelven agresivos cuando se sienten amenazados.
Matthieu Ricard: Es cierto. Es perfectamente natural y deseable proteger su vida, evitar el sufrimiento y esforzarse por lograr una felicidad auténtica. Aunque nuestra vida no esté en peligro, los estados mentales más conflictivos pueden nacer de un egocentrismo exacerbado. Cuando nos parapetamos en el egoísmo, cavamos un foso mucho más profundo entre nosotros mismos y el mundo.
Permíteme citar otro ejemplo. Comparemos el flujo de la conciencia con el Rhin. Hay, desde luego, una larga historia, pero cambia a cada instante. Heráclito decía: «Nadie se baña dos veces en el mismo río». No existe nada que sea una entidad «Rhin».