¿Cómo y cuándo suceden los momentos espirituales según Jean Shinoda Bolen?
Solemos considerar las enfermedades como un sinsentido y una injusticia o, en el menor de los casos, las vemos como un contratiempo para seguir con nuestra vida. Sin embargo, pese a que estar enfermo no es en absoluto algo positivo, sí puede ser una experiencia transformadora de la que logremos salir como mejores personas. Quizás logremos salir de nuestra problemática con mayor sabiduría y consciencia, tanto de aquello que nos fortalece como de lo que nos provoca debilidad.
La doctora en medicina, analista junguiana y profesora de psiquiatría Jean Shinoda Bolen analiza y expande en El sentido de la enfermedad la vía para abrir y recorrer un camino espiritual incluso en una situación tan adversa como cuando falla nuestra salud.
«Para atender al alma, la mente ha de aquietarse. Entonces, como de una fuente profunda en nuestro interior, podrán emerger los pensamientos y sentimientos, que a menudo no compartimos con nadie.»
Jean Shinoda Bolen
Cuando lo hacemos, el alma se asoma un momento al mundo exterior, y ansiamos compartir sinceramente la profundidad a que nos aboca la enfermedad. Si vamos a morir, nos preguntamos: ¿habrá tenido sentido nuestra vida? ¿Lamentamos algo de lo que hemos hecho o dejado de hacer? ¿Qué queremos hacer con el tiempo que nos resta? ¿Importamos algo? ¿Nos importan algo los seres que han compartido nuestra vida? ¿Existe Dios? ¿Hay un más allá? ¿Qué asuntos pendientes nos reconcomen? ¿Qué pensamientos y recuerdos caídos en el olvido se nos hacen presentes? ¿Qué nos dicen nuestros sueños?
Al expresar cuitas y asuntos de esta naturaleza, desnudamos nuestra alma. En esos momentos nos mostramos desguarnecidos, y muy a menudo, al referimos a estos temas, los demás tienden a silenciar apresuradamente nuestras palabras con una delgada capa de tranquilidad, a la que respondemos retrayéndonos. Mostrar el aspecto espiritual de uno mismo perturba a aquellos que habitan en aguas más calmas. Las preguntas de naturaleza espiritual son aquellas que las personas adictas al trabajo, al alcohol o a actividades frívolas conjuran mediante sus adicciones. No se atreven a ahondar en esas dudas, tal como nosotros las expresamos.
En ocasiones nos sorprenden ensimismados, absortos en lo más recóndito de nosotros mismos –en un recuerdo o pensamiento, una emoción, una intuición o un razonamiento–, y alguien nos pregunta: «¿Qué estás pensando?». Entonces nos retraemos tímidamente, o bien expresamos nuestros temores en voz alta, y nos es grato encontrar un alma afín. Un amigo del alma es un santuario, alguien a quien podemos decir la verdad de lo que sentimos, sabemos o percibimos. Cuando expresamos algo de profundidad espiritual, los demás no pueden desdeñarlo, minimizarlo, negarlo o tomárselo personalmente; lo que decimos ha de ser acogido, escuchado, aceptado y sostenido, como en una matriz que pueda desarrollar y traer enteramente a la conciencia cuanto nos importa y la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Esos momentos de calma, cuando la mirada parece interiorizarse, se manifiestan en silencios elocuentes, momentos en los que entramos en comunión con nuestras percepciones y pensamientos más recónditos o albergamos una sensación o imagen que puede ser efímera; el ánimo oscila y, al tratar de apresarlo, lo que hemos aprehendido por un instante puede desvanecerse como un retazo de sueño.
La premisa de El sentido de la enfermedad es que la enfermedad puede invocar al alma y que el reino espiritual es semejante al sueño o la ensoñación, una fuente de sabiduría y significación personal que puede transformar la vida y curarnos. Esto no quiere decir que la enfermedad sea bienvenida. Sólo puede ser valorada retrospectivamente por aquellos para los que supuso una experiencia espiritual, pero asumir esta perspectiva hará que su potencial resulte más prometedor.
El restablecimiento de la salud del alma y del cuerpo puede darse o no simultáneamente; puede advenir la curación y que el cuerpo no sobreviva. Después de todo, la vida es una situación terminal. La cuestión es cómo y cuándo moriremos, no si hemos de morir. La enfermedad nos priva de nuestra vida y asuntos cotidianos y nos enfrenta a grandes interrogantes y a la oportunidad de acceder a un conocimiento espiritual que puede transformar la situación y a nosotros mismos. Las oraciones y los ritos que cumplimos ayudan a concentrarnos y acceder a energías espirituales.
«En un nivel espiritual podemos advertir claramente lo que importa y reconocer la realidad de nuestra situación personal.»
Jean Shinoda Bolen
Nos hacemos conscientes de que somos seres espirituales abocados a una senda humana antes que seres humanos que pueden seguir un camino espiritual. Reconocemos lo que es sagrado y eterno. Desde una perspectiva espiritual, una enfermedad, aun terminal, es un inicio potencial, una etapa liminal en la que nos encontramos entre el mundo cotidiano y el mundo invisible.