La evolución de las relaciones entre los humanos y los animales
«La naturaleza humana está vinculada a la naturaleza animal. Cuando estamos aislados de otros animales puede que nos sintamos disminuidos». Entre muchos otros temas, el reconocido autor Rupert Sheldrake analiza en Caminos para ir más allá la relación entre humanos y animales con una perspectiva histórica y multicultural.
Rupert Sheldrake es bioquímico de fama mundial, Research Fellow de la Royal Society y ha trabajado como asesor de fisiología vegetal para el Instituto de Investigación Agrícola de Hyderabad, en la India.
Nuestros antecesores humanos arcaicos, conocidos colectivamente como homínidos, vivieron como cazadores y recolectores durante más de 6 millones de años [1] antes del surgimiento de nuestra especie, el Homo sapiens, hace unos 100.000 años.[2] En la actualidad, en las pocas sociedades cazadoras-recolectoras que sobreviven, solo una pequeña proporción de su alimento procede de la caza; la mayor parte procede de las cosechas. Las excepciones son los cazadores-recolectores de las zonas del Ártico escasas en plantas.[3]
Los homínidos y los primeros Homo sapiens puede que se hayan basado fundamentalmente en las cosechas, y es probable que obtuviesen más carne buscando entre los desechos dejados por depredadores más eficaces, como los grandes felinos, que cazando.[4] La caza mayor, a diferencia del sistema de los carroñeros, puede que date solo de hace unos 70.000 o 90.000 años.
Los cazadores-recolectores necesitan saber qué plantas son comestibles, cuáles tienen poderes curativos, dónde crecen, cuándo dan fruto, y cómo preparar comida a partir de ellas. También necesitan encontrar animales que cazar y conocer sus hábitos.
En las culturas cazadoras-recolectoras, los seres humanos generalmente no piensan en sí mismos como separados del ámbito de los otros animales, sino como íntimamente interconectados.[5] El mundo que los rodea está vivo. Son animistas. Sus mitologías describen la interconexión de las formas de vida humanas y no humanas, y con frecuencia las ven como compartiendo un origen común.[6]
En las sociedades cazadoras-recolectoras, algunas personas se especializan en conectar el mundo humano y el mundo no humano. Tales intermediarios se conocen generalmente como chamanes, utilizando un término que se toma prestado de las tribus de Siberia. Ellos establecen una relación con los animales salvajes entre los que viven, y en trances y en sueños se comunican con los espíritus de los animales, sintiéndose guiados por los animales, comprendiendo su lenguaje y participando de sus poderes.[7]
Los primeros animales en ser domesticados fueron los perros, mucho antes que las otras especies. Los antepasados de los perros, los lobos, cazaban en manadas. Los humanos también cazaban en grupos, y desde una etapa muy temprana los perros fueron utilizados para cazar, así como para proteger los asentamientos humanos. Su domesticación antecede al desarrollo de la agricultura,[8] y eran los únicos animales en ser domesticados antes de que los pueblos adoptaran un modo de vida sedentario.[9] Ciertas pruebas a partir del estudio del ADN de perros y lobos indican una fecha para la transformación de lobos en perros que habría tenido lugar hace unos 100.000 años. Esta prueba del ADN sugiere también que los lobos fueron domesticados en varias ocasiones, no solo una, y que los perros han seguido apareándose con lobos.[10]
Nuestro antiguo compañerismo con los perros puede haber desempeñado una parte importante en nuestra propia evolución; y los perros quizás han desempeñado un papel fundamental en la domesticación de otras especies, tanto por su capacidad para cuidar rebaños, como en el caso de las ovejas, como por la ayuda prestada para proteger los rebaños contra los depredadores.
En el 2009, un equipo internacional de científicos anunció que habían identificado la primera prueba arqueológica de un perro en las cuevas de Goyet en Bélgica, remontándose hasta unos 31.700 años antes. Probablemente era parecido a un husky siberiano, pero algo más grande, y subsistía con una dieta de caballo, oso del almizcle y carne de reno. Otra de las primeras evidencias se encontró en la parte más profunda de la cueva de Chauvet, en Francia, con un rastro de huellas de un perro grande caminando con un niño. El hollín en el techo de la cueva procede de hace 26.000 años, y este probablemente procedía de antorchas encendidas.
Los lobos que se convirtieron en perros han tenido mucho éxito en términos evolutivos. Se encuentran por todas partes en el mundo habitado, cientos de millones. Los descendientes de los lobos que permanecieron siendo lobos están diseminados y son escasos, y a menudo están en peligro de extinción.
En la época del Egipto antiguo, existían ya varias razas distintas: el galgo o saluki, el mastín, el basenji, el perdiguero, y un tipo similar al terrier pequeño.[11] Los perros eran venerados y algunos, embalsamados; en cada ciudad del Egipto antiguo había un cementerio dedicado totalmente a sepulturas de perros. El dios de la muerte era el perro –o perro con cabeza de chacal– Anubis.
Hoy en día, hay grandes variaciones culturales en el modo de tratar a los perros. En los países árabes y en el subcontinente índico, generalmente son ahuyentados, y hay grandes poblaciones de perros callejeros o salvajes, que son una fuente de enfermedades peligrosas como la rabia. Aun así, los perros cazadores individuales son admirados y mimados. En otras partes del mundo –China, Birmania, Indonesia y Polinesia–, los perros se sacrifican para la alimentación.[12] Pero en muchas culturas generalmente se los trata cariñosamente.[13]
La domesticación de perros tuvo lugar hace tanto tiempo que nunca conoceremos los detalles, pero un estudio realizado en Rusia, en el siglo XX, con zorros plateados, mostró que en condiciones de crianza selectiva ocurren cambios muy rápidamente. A partir de los años 50, varias generaciones de zorros plateados fueron criadas en cautividad, y los zorros domesticados fueron seleccionados como padres de la generación siguiente. Después de cuarenta generaciones, los rusos lograron producir una clase de zorros plateados que es dócil, amistosa y tan hábil como los perros para comunicarse con las personas.[14] Estos zorros domesticados también tienen una apariencia diferente de la de sus antepasados salvajes, con cabezas más grandes y rasgos juveniles.[15] Algunos se venden ya como mascotas.
Francis Galton, el primo de Charles Darwin, señaló que relativamente pocas especies eran aptas para ser domesticadas. Los animales que podían ser domesticados tenían que ser resistentes, y sobrevivir con pocos cuidados y poca atención. También tenían que ser gregarios, y por tanto fáciles de controlar en grupos. Las ovejas, las cabras, el ganado, los caballos, los cerdos, las gallinas, los patos y las ocas, todos cumplen esos criterios. Pero otras especies gregarias, como el ciervo y la cebra, a pesar de los muchos intentos por domesticarlos, todavía siguen siendo demasiado salvajes para dirigirlos fácilmente.[16]
Los gatos son los únicos animales domesticados que no son gregarios, pero gracias a sus naturalezas territoriales y ser amantes de la comodidad forman relaciones simbióticas con las personas, al mismo tiempo que mantienen algo de su independencia como cazadores solitarios. Con relativa facilidad vuelven a una existencia libre, salvaje.[17] Los gatos fueron domesticados más recientemente que los perros, es probable que hace no más de 10.000 años. El hallazgo arqueológico más antiguo de gatos domesticados procede de Creta, hace unos 9.500 años, y algunos restos de gatos en Jericó se han datado como procedentes de hace 8.700.[18]
Los primeros registros históricos de gatos son del antiguo Egipto, donde se consideraban sagrados, y estaba prohibido matarlos. Hace unos 3.600 años, en las pinturas de las tumbas egipcias se represen- taban gatos domésticos; también se momificaba a un gran número de ellos. Al comienzo del siglo XX, con el desarrollo del comercio internacional, toneladas de momias de gatos fueron excavadas, molidas y exportadas como fertilizantes a Inglaterra.[19]
Los caballos se domesticaron hace relativamente poco, hace solo unos 5.000 años, en la región alrededor del Turkestán. Puede que se utilizasen primero como animales de tiro, pero pronto se volvieron importantes para la guerra y la caza, en las que eran tratados más como compañeros que como esclavos.
En las primeras civilizaciones, había todavía un sentido general de la conexión entre el humano y el animal. Muchos tipos de animales se consideraban sagrados, y en la India moderna, las vacas, los elefantes y los monos todavía son considerados sagrados por muchos millones de hindúes. Muchos de los dioses y las diosas hindúes adoptaron formas animales, o tenían ayudantes animales, como ha sucedido hasta nuestros días.
A primera vista, hay pocos rastros de este sentido de solidaridad con el reino animal en las sociedades industriales. Las máquinas han sustituido a los animales de carga. Los caballos, los burros, las mulas y los bueyes ya no son nuestros compañeros cotidianos. La familiaridad íntima con los animales de granja tradicionales se ha sustituido por la moderna agroindustria, con animales encerrados en granjas industriales y alimentados con pienso a escala industrial.
No obstante, en nuestras vidas privadas, la antigua afinidad con los otros animales sigue existiendo. Hay numerosos observadores de aves, naturalistas y fotógrafos de la vida salvaje. Ahora bien, estos vínculos se mantienen de manera más íntima con la tenencia de mascotas. Aunque la mayoría de la gente en las ciudades modernas ya no necesita gatos para apresar ratones, ni perros para pastorear o cazar, estos animales se conservan por millones, junto con toda una hueste de otras creaturas que no desempeñan ningún papel utilitario: ponis, loros, periquitos, canarios, conejos, conejillos de Indias, jerbos (una familia de roedores), hámsters, carpas doradas, lagartos o lagartijas, e insectos palo. La mayoría de nosotros parece necesitar animales como parte de nuestras vidas. La naturaleza humana está vinculada a la naturaleza animal. Cuando estamos aislados de otros animales puede que nos sintamos disminuidos.
Notas:
Pontzer, 2012.
Mithen, 1996.
Ehrenreich, 1997.
Ibid.
Eliade, 1964; Burkert, 1996.
May y Marwaha, 2015.
Eliade, 1964, pág. 94.
Masson, 1997.
Driscoll y Macdonald, 2010.
Morell, 1997.
Fiennes y Fiennes, 1968.
Serpell, 1983.
Ibid.
Lindberg et al., 2005.
Trut et al., 2004.
Galton, 1865.
Kerby y Macdonald, 1988.
Driscoll et al., 2009
Clutton-Brock, 1981, pág. 110.