Una investigación de Jon Kabat-Zinn sobre la felicidad. La meditación, el cerebro y el sistema inmunitario

Si bien Jon Kabat-Zinn explica anteriormente en un capítulo de su nuevo libro que los efectos de la práctica del mindfulness (con la aplicación de su método ahora llamado MBSR) son positivos para la gente que sufre enfermedades relacionadas con el estrés y la ansiedad, el celebrado autor y doctor en medicina se preguntó también la siguiente cuestión: ¿qué ocurre si nos adentramos en el ámbito laboral y ponemos en práctica el mismo método en personas que no sufren en exceso por el estrés? Este es el interesante y revelador resultado de su investigación, en un fragmento que compartimos de El poder sanador del mindfulness.

Jon Kabat-Zinn.

Imaginen a varios empleados de una empresa puntera de biotecnología de Madison reclutados para participar en una investigación destinada a investigar los efectos de la meditación sobre la respuesta al estrés del cerebro y del sistema inmunitario.

Antes de comenzar, los voluntarios fueron sometidos, durante cuatro horas, a una batería de pruebas de laboratorio para determinar su nivel de partida en aspectos diferentes de su funcionamiento cerebral mientras eran expuestos a distintos estímulos emocionales presentados en forma de tareas placenteras o estresantes. Después de esta prueba, los participantes se vieron azarosamente asignados a dos grupos diferentes, el primero de los cuales emprendió el MBSR de ocho semanas de duración a comienzos de otoño, mientras que el segundo grupo, por su parte, tuvo que esperar hasta la siguiente primavera. A finales de otoño, todos los sujetos –tanto los del grupo de otoño como los del grupo de primavera– volvieron a someterse a la misma batería de pruebas de laboratorio, cosa que se repitió cuatro meses más tarde.

Solo entonces los integrantes del grupo de primavera empezaron el entrenamiento del MBSR. A lo largo de toda la investigación, este grupo (al que podríamos denominar «grupo en lista de espera») sirvió como grupo de control con el que comparar los resultados de quienes ya habían pasado por el programa. [1]

Aunque, teóricamente hablando, también hubiera sido una buena idea valorar el efecto del MBSR en el grupo que comenzó en primavera, decidimos hacerlo así porque, a fin de cuentas, se trataba de un primer intento y hubiera resultado económica y temporalmente demasiado costoso.

Ya hemos dicho que se trataba de una empresa puntera y que el presidente, al que ciertamente agradecemos su amabilidad, no puso impedimento alguno para que el entrenamiento se llevase a cabo durante la jornada laboral. Pero el hecho de que todavía no se hubiera determinado el horario (dos horas y media semanales) impuso un estrés adicional sobre los integrantes del grupo que iba a recibir el entrenamiento en MBSR en otoño, que se vieron obligados a reajustar sus compromisos anteriores.

La situación más estresante, sin embargo, era la obligación, que afectaba por igual a ambos grupos, de acudir al Laboratory of Affective Neuroscience del doctor Davidson en tres ocasiones distintas, durante cuatro horas cada vez.

En tal caso, los sujetos debían acudir en ayunas y sin haber pasado todavía por el cuarto de baño para sentarse en una habitación a oscuras y cubrirse la cabeza con el «casco» de electrodos del electroencefalógrafo, mientras los técnicos les sometían a muchas pruebas estresantes y emocionalmente provocadoras para observar el modo en que reaccionaba su cerebro. Tengamos en cuenta que algunas de esas pruebas, como la que consiste en contar hacia atrás partiendo de cien en presencia de un espectador que se ocupa de observar su actividad cerebral, pueden resultar muy estresantes.

Recordemos que la corteza cerebral, la parte más grande del cerebro y la que más recientemente evolucionó, está implicada en todas las capacidades de procesamiento emocional y cognitivas de orden superior y posee dos hemisferios, el izquierdo y el derecho. Entre otras muchas funciones, el hemisferio cerebral izquierdo y el hemisferio cerebral derecho se encargan de controlar las funciones motoras y sensoriales correspondientes al lado derecho y al lado izquierdo del cuerpo, respectivamente.

Las investigaciones realizadas, entre otros, por el doctor Davidson y sus colegas a lo largo de las últimas décadas han acabado determinando la existencia, en la expresión de las emociones, de una asimetría cerebral interhemisférica. Según ellos, la activación de determinadas regiones de la corteza frontal y prefrontal izquierda (la zona del cerebro que se encuentra aproximadamente detrás de la frente) tiende a estar asociada con la expresión de emociones positivas (como la felicidad, la alegría, el entusiasmo y la alerta), mientras que la activación de regiones semejantes del lado derecho parece ir acompañada, por el contrario, de la expresión de emociones difíciles y perturbadoras (como el miedo y la tristeza).

Esta investigación pone así de manifiesto la existencia, en cada uno de nosotros, de un determinado punto de ajuste temperamental (definido por la ratio de partida existente entre ambos lados) que nos proporciona un indicador fiable de la predisposición y del temperamento emocional del sujeto (que anteriormente, por cierto, se consideraba una especie de constante).

Resulta muy interesante constatar que la activación del lado derecho de la región frontal del córtex cerebral está por lo general asociada a la evitación, una respuesta que no se limita a los seres humanos, sino que también afecta a los primates en general y a otras especies de mamíferos (como los roedores, por ejemplo).

La activación del lado izquierdo, por su parte, tiene que ver con la aproximación y, por ello mismo, con respuestas que se orientan al placer. No olvidemos que la aproximación y la evitación constituyen dos de las conductas fundamentales de todos los sistemas vivos, incluidas las plantas (que carecen de sistema nervioso).

Se trata, pues, de dos rasgos muy profundos y esenciales para la vida y que, en consecuencia, se hallan condicionados por la experiencia y las normas sociales. De ahí, precisamente, se deriva la facilidad con la que podemos quedarnos atrapados, y hasta secuestrados, por nuestras reacciones emocionales inconscientes, que dependen del modo en que interpretemos los eventos que la vida nos depara.

Así, por ejemplo, cuando percibimos una situación o un acontecimiento como algo amenazador, nocivo o aversivo, tendemos instintivamente a evitarlo, porque nuestra motivación fundamental es la de sobrevivir, algo a lo que también contribuye nuestro condicionamiento social. Si, por el contrario, el evento o situación es percibido como placentero (ya se trate de una comida apetitosa, de una situación social que experimentamos de manera positiva o de algo que parece proporcionarnos un poco de paz mental), tendemos a gravitar en torno a él, porque las experiencias placenteras alientan el deseo de experiencias más placenteras y fomentan el reconocimiento de lo que podría proporcionarnos placer. Por ello, el control de estas respuestas emocionales condicionadas, profundamente asentadas, podría ayudarnos a enfrentarnos más eficazmente a ciertos condicionamientos básicos emocionales y motivacionales relacionados con la identificación y la aversión, que por lo general tiñen casi todas nuestras actividades.

Por todas estas razones, estábamos muy interesados en lo que sucedería, tras ocho meses de entrenamiento en el MBSR (especialmente en un entorno laboral estresante), con el punto de ajuste temperamental del cerebro, es decir, con la ratio de activación entre los hemisferios izquierdo y derecho de determinadas regiones de las cortezas prefrontal y frontal. ¿Aprenderían los sujetos a enfrentarse de una forma más adecuada al estrés? ¿Cuáles serían los cambios que se reflejarían en su cerebro? ¿Podríamos determinar la existencia de algún tipo de correlación entre tales cambios e indicadores biológicamente significativos de la salud, como, por ejemplo, la respuesta del sistema inmunitario a la exposición a un virus? Ese era el tipo de preguntas que esperábamos poder responder con nuestra investigación. Pero veamos ahora, antes de exponer las conclusiones finales a las que arribamos, las dificultades que entraña este tipo de investigación.

Al comienzo, estábamos un tanto preocupados por emprender una investigación tan sofisticada y cara con trabajadores básicamente sanos y que trabajaban en un entorno casi ideal. Ya habíamos determinado los efectos clínicos del MBSR en el entorno hospitalario con pacientes que padecían enfermedades crónicas y otras situaciones estresantes y dolorosas.

Se trataba de pacientes que nos habían remitido sus médicos a causa, precisamente, de ese tipo de enfermedades, de modo que era posible que se hallaran mucho más motivados para emprender la práctica de la meditación y el cultivo del mindfulness que el grupo de empleados que simplemente decidieron participar de forma voluntaria en nuestra investigación.

La motivación, en este caso, era la de contribuir a la ampliación del conocimiento científico sobre la relación existente entre el cerebro y las emociones, sin olvidar el beneficio personal que pudiera proporcionar también el aprendizaje de nuevas estrategias para enfrentarse al estrés (una motivación que, por cierto, me parecía muy secundaria comparada con la de liberarse del estrés emocional y físico provocado por una enfermedad, es decir, la lucha cotidiana que los pacientes de la Clínica de Reducción del Estrés mantenían con el estrés, el dolor y la enfermedad crónica). ¿Se hallarían lo suficientemente motivados, dicho en otras palabras, los empleados de la empresa informática como para no limitarse al cumplimiento rutinario de nuestro programa?

De hecho, en nuestra primera visita a la empresa, los empleados, los científicos, los técnicos, los ejecutivos y el personal que iba a participar en la investigación parecían tan relajados que llegamos a cuestionarnos si estarían realmente sometidos a algún tipo de estrés. Ahí estábamos, a punto de embarcarnos en una costosa investigación, pero sin dato piloto alguno de partida que nos indicase si en un entorno aparentemente tan poco estresante –que podía afectar tanto a su motivación para continuar con el experimento como a practicar en serio la meditación y determinar así profundamente, en consecuencia, el beneficio que podrían experimentar– responderían positivamente al MBSR.

El entorno laboral, en suma, nos parecía demasiado positivo, lo que quizás no supusiera ninguna ventaja para una investigación como la nuestra.

Pero al mismo tiempo también éramos muy conscientes de que, a fin de cuentas, los seres humanos somos seres humanos, de que un trabajo no deja de ser un trabajo y de que la mente humana es, en todas partes, la mente humana. Por todo ello, sospechábamos que quizás –como luego se puso de relieve– las cosas no serían tan amables como, a primera vista, parecían.

La investigación, por volver de nuevo a ella, puso de manifiesto varias cuestiones muy interesantes.[2] Antes del entrenamiento en meditación, no existía ninguna diferencia significativa entre las pautas de activación cerebral que presentaban los miembros de ambos grupos. Al cabo de ocho semanas de entrenamiento atencional, sin embargo, el grupo de meditadores empezó a evidenciar una activación izquierda significativamente mayor que la derecha en ciertas regiones, mientras que el grupo de control, por su parte, mostró un cambio en sentido contrario, hacia una mayor activación del lado derecho.[3] Y esta mayor activación de la región frontal izquierda de la corteza cerebral evidenciada por los sujetos pertenecientes al grupo de meditadores con respecto a los miembros del grupo de control se hallaba presente tanto en situación de descanso como en respuesta a varias tareas estresantes, un cambio que parece señalar una tendencia hacia emociones más positivas y un procesamiento más eficaz de las emociones difíciles en situaciones estresantes.

También descubrimos que el cambio en la ratio de activación izquierda/derecha, observada en el grupo de meditadores al final del período de ocho semanas de entrenamiento en Reducción del Estrés Basado en el Mindfulness, se mantenía hasta cuatro meses después de haber finalizado el período de entrenamiento, cosa que no se observó en el grupo de control. Este dato fue el que nos sugirió que lo que antes considerábamos como un punto de ajuste cerebral temperamentalmente determinado que controla la regulación de las emociones tal vez no se halle tan firmemente establecido y pueda verse modificado gracias al cultivo del mindfulness.

Los hallazgos sobre el funcionamiento cerebral, una vez concluido el programa y los cuatro meses de seguimiento, parecían también coincidir con los informes de primera mano presentados por los sujetos pertenecientes al grupo de meditación que afirmaban experimentar menos ansiedad y menos síntomas mentales y físicos de estrés, que en el momento en que todo había comenzado.

Asimismo, al concluir el programa, vacunamos a todos los sujetos contra la gripe, para ver el modo en que respondía su sistema inmunitario. ¿Presentarían acaso los sujetos del grupo de meditación una respuesta inmunológica (en forma de anticuerpos generados para enfrentarse al virus de la gripe contenido en la vacuna) más intensa que los sujetos pertenecientes al grupo de control? Porque eso fue, de hecho, lo que ocurrió. Pero la cosa no terminó ahí porque, finalmente, acabamos determinando la existencia de una elevada correlación lineal entre el grado de cambio cerebral (de derecha a izquierda) y la respuesta de los anticuerpos del sistema inmunitario de los meditadores. Así, por ejemplo, cuanto más grande era el cambio cerebral, mayor era también la respuesta inmunitaria de los sujetos pertenecientes al grupo de meditación, un efecto que en modo alguno se observó entre los miembros del grupo de control.

¿Qué es lo que todo esto significa? Los resultados de nuestra investigación pusieron claramente de relieve la importancia para la salud física y mental del programa de entrenamiento en mindfulness del MBSR y de sus aplicaciones a la vida cotidiana. Y también evidenciaron que quienes emprenden este programa mientras se hallan en una situación laboral estresante pueden beneficiarse de él, al menos, durante un corto período de tiempo.

También nos sugiere que el entrenamiento en la meditación puede modular al menos algunos circuitos responsables del procesamiento emocional en el cerebro y, en consecuencia, constituye un ejemplo de la profunda neuroplasticidad del cerebro en respuesta a la experiencia y el entrenamiento. Desde que llevamos a cabo nuestro estudio, Richie y sus colegas del Center for Health Minds han efectuado una ingente cantidad de trabajo con meditadores, generalmente monásticos, que cuentan en su haber con decenas de miles de horas de práctica de meditación. Estos estudios y sus espectaculares hallazgos se describen en el libro Los beneficios de la meditación, de Daniel Goleman y Richard Davidson. Como podemos leer en este libro, no sabemos todavía el significado del cambio desde el hemisferio derecho al izquierdo que observamos en nuestro estudio durante el entrenamiento en MBSR, ya que nunca se replicó ni se observó de manera fiable en meditadores a largo plazo. Puede que fuese un efecto real, pero se necesitará mucha más investigación para dilucidar el significado de nuestros hallazgos preliminares. [4]

Nuestro estudio puso de relieve que la práctica del mindfulness puede librarnos de nuestra identificación habitual con las emociones destructivas y fomentar una inteligencia y un equilibrio emocional que desarrolle nuestro equilibro e inteligencia emocional e incremente, en suma, nuestra felicidad, así como otros beneficios relacionados con el sistema inmune. Esta felicidad, denominada en ocasiones eudaimonia, por utilizar un término aristotélico, parece ser tan profunda y consustancial a nuestra naturaleza como el sol, que siempre está resplandeciendo por más que, ocasionalmente, pueda verse oscurecido por nubarrones y tormentas.

Del mismo modo, nuestra felicidad innata se halla, más allá de las causas y condiciones que afecten a nuestra vida, siempre presente. Este estudio, en suma, parece evidenciar que, aunque a veces nuestra felicidad innata parezca eclipsarse, siempre podemos restablecer el contacto con ella y aplicarla a nuestra vida cotidiana. Tal vez nuestra felicidad intrínseca no nos resulte evidente de cara a la completa catástrofe, pero, como nuestro estudio pareció demostrar, resulta accesible, hasta cierto punto, en todo momento, pudiendo ser acariciada, aprovechada y utilizada en nuestra vida gracias al entrenamiento en el mindfulness.

Notas:

  1. El grupo de control y comparación, que con excepción del mindfulness reprodujo todos los componentes del programa de MBSR, no se constituyó hasta pasados más de diez años.

  2. R.J. Davidson, J. Kabat-Zinn, J. Schumacher, M.S. Roserkranz, D. Muller, S.F. Santorelli, F. Urbanowski, A. Harrington, K. Bonus, J.F. Sheridan, «Al- terations in Brain and Immune Function Produced by Mindfulness Meditation», Psychosomatic Medicine, 65 (2003), págs. 564-570.

  3. Aunque no podamos estar seguros de ello, este cambio en la ratio del grupo de control en la otra dirección probablemente sea el resultado de la creciente frustración de esos individuos por tener que volver a enfrentarse una segunda y aun una tercera vez al estrés del laboratorio. Tal frustración parece evidenciarse como una mayor activación relativa del lado derecho con respecto al izquierdo.

  4. T.R.A. Kral, B.S. Schuyler, J.A. Mumford, M.A. Rosenkrans, A. Lutz y R.J. Davidson. «Impact of Short-and-Long-Term Mindfulness Meditation Training on Amygdala Reactivity to Emotional Stimuli», Neuroimage, 181 (2018), págs. 301-313.

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