Ramiro Calle: «Afortunadamente, la meditación ya ha tomado carta de ciudadanía en Occidente»

  • Ramiro Calle explica con su habitual cercanía y honestidad las virtudes de la meditación, tan esencial en nuestro día a día para serenar cuerpo y, en especial, mente. 

A menudo, en mis seminarios y talleres, se ha comentado que el mejor de los consejos aprendidos en la India es «medita». De hecho, el mejor consejo que yo podría ofrecer a los demás no es sino el mismo, «medita».

Y es que la meditación no es solo un lujo, sino una necesidad específica, y no únicamente para esta época «babélica», sino para todas.

Seguramente, en todo periodo histórico han existido graves conflictos entre los seres humanos, ya que de la mente brota aquello que hay en ella, y la mente humana, en tanto que no se ordena ni sanea, tiene evidentes disfunciones y, en muchos sentidos, parece haber sido diseñada para tender hacia lo pernicioso. Por ello el Buda insistía en la necesidad de ir debilitando las tendencias insanas de la mente –ofuscación, avidez y odio– e ir propiciando y desplegando las raíces sanas de la mente –lucidez, generosidad y compasión–.

En este sentido, la meditación es de gran ayuda, y acompaña al meditador a superar modelos mentales y reacciones psíquicas que engendran dolor propio y ajeno. La meditación nos libera del sufrimiento inútil generado por la propia mente, causada por la ignorancia que tanto perjudica al individuo, así como a otras criaturas.

De este modo, la meditación es una verdadera medicina para la mente que, sin duda, beneficia al «cuerpo de la mente» (como lo denominan los sabios hindúes), que es el cerebro.

La meditación, además de su alcance transformativo y espiritual, es una fuente de salud mental, en tanto que equilibra psíquicamente a la persona. Al estar más equilibrada, se desenvuelve mucho más armónicamente en las relaciones con los demás. Hace décadas, Hermann Hesse aseveró que «si algo le urge a Occidente es la práctica del yoga» y, sin duda, también la de la meditación, sin olvidar que desde hace milenios, el yoga ha sido la primera disciplina del mundo en aportar técnicas muy diversas de meditación para estabilizar la mente y poder extraer lo mejor de ella.

«Meditación» como tal, tan solo hay una, si entendemos que se trata de un sistema de entrenamiento y desarrollo mental. Sin embargo, esta es como un gran árbol con abundantes ramas y frutos que, en definitiva, son los diversos tipos de meditación, y sus múltiples técnicas.

Tras volver a reunirme gratamente con mi buen amigo Agustín Pániker, mientras disfrutábamos de una taza de té, coincidimos en lo conveniente que resultaría desarrollar una obra que recogiese un gran número de técnicas meditacionales; entre otras razones, porque no existe un libro como tal en ningún idioma y, en especial, por brindarle al lector, y más aún, al buscador espiritual y al meditador, un amplísimo repertorio de procedimientos para la elevación de la consciencia, la transformación interior y la realización de sí mismo.

Aunque se trataba de una labor difícil, acogí el proyecto con todo entusiasmo y, de hecho, nada más partir Agustín, ya comencé a configurar el contenido de la obra. Afortunadamente, haber impartido clases de meditación durante medio siglo, haber dirigido un buen número de seminarios y talleres sobre el tema, y ser un meditador asiduo, han inspirado considerablemente mi trabajo. Hoy en día, sigo realizando dos sesiones de meditación al día en el centro de yoga Shadak, el cual dirijo, y por el que ya han pasado más de medio millón de personas. Con el tiempo, en innumerables ocasiones he podido constatar de primera mano que, igual que a una persona le viene bien una talla de ropa y no otra –por poner un ejemplo intencionadamente burdo, aunque muy gráfico–, hay personas que se ven mucho más beneficiadas por unos métodos de meditación que por otros. Por esta razón, deberán tantear y probar con empeño, experimentar qué técnicas se avienen mejor con su naturaleza mental o, sobre todo, qué técnicas les resultan más provechosas para su bienestar psicomental y su evolución consciente; pues aquellas técnicas que, indudablemente, ayudan a unos podrían ser menos adecuadas para otros. Ahora bien, lo que sí puedo adelantar con toda seguridad es que hay un tipo de meditación que yo tildaría de «universal», y me refiero a aquellas variantes que utilizan la respiración como foco de atención. Estas técnicas son antiquísimas, anteriores, en miles de años, al Buda y Mahavira. El mismo Buda las utilizó a menudo tanto para estabilizar y serenar la mente como para desarrollar una visión más lúcida y penetrante. Se dice que, incluso después de su iluminación, las utilizó asiduamente, ya que le reportaban bienestar y mucho descanso. La ventaja de estas técnicas es que tienen una capacidad única para situarnos en el momento presente o realidad inmediata, y que pueden ser llevadas a cabo por todo tipo de personas, incluso por niños (véase mi obra Meditación para niños).

No me resisto a compartir una anécdota personal con el lector: Allá por los años setenta, cuando el yoga era un gran desconocido, un periodista vino a entrevistarme. Tras confidenciarle cuánto meditaba, me dijo: «Tanto, tanto meditar..., a ver si te vas a volver loco». Yo le respondí con firmeza: «No, amigo mío, el que se va a volver loco por no meditar eres tú».

Afortunadamente, la meditación ya ha tomado carta de ciudadanía en Occidente, donde seguramente, se medita mucho más que en Oriente y, sin duda, que en la India. Otra cosa ya, es por qué muchas veces llaman meditación y yoga a lo que ni meditación ni yoga son. Sin duda, una de las razones principales se debe a los intereses espurios que hay detrás de los que aguan o tergiversan las genuinas enseñanzas. Pero realmente, se agradece que la práctica de la meditación esté cada vez más extendida, y que se vaya introduciendo en tantísimos ámbitos, desde institutos, empresas, ambientes laborales e incluso cárceles.

Aunque lo idóneo es que el aprendizaje de la meditación se lleve a cabo con la guía de un instructor cualificado, un buen libro sobre el tema –como decía mi muy admirado amigo el venerable Nyanaponika– también puede ser un gran maestro. Y, aunque se disponga de ese instructor, esta obra será de ineludible consulta para todas las personas interesadas por el tema, y más aún para aquellas que sean practicantes de meditación. He pretendido que sea una obra didáctica y muy útil, que refleje, además, el amplísimo espectro de esta maravillosa herencia espiritual de la humanidad, que es la meditación.

Incluso si un practicante no se propone obtener los logros más elevados de la meditación, a través de la misma podrá ir consiguiendo una buena mente, que otorgue serenidad y dicha, y la suya no sea una mente negativa, ladrona de la calma y la felicidad.

No hay nada tan valioso y necesario como una buena mente.

Las diversas laderas de la montaña conducen a la cima. Cada aspirante tomará la que mejor se avenga con él y en la que más confíe. Al final, como me han dicho algunos mentores, «la senda sin senda es la senda», es decir, el camino interior que, después de todo, se encuentra más allá que cualquier otro. Se nos procuran las enseñanzas y métodos para que al final cada uno despierte su mentor interior. Concluyo esta introducción con una de las historias espirituales que durante años he ido incluyendo en diferentes volúmenes.

He aquí que un discípulo acude a su maestro:

–Señor, ¿cómo es posible que, siendo la Realidad una, haya tantas doctrinas, tantas vías?

El mentor responde:

–No seas necio. Muchas más debería haber, porque cada persona debe ser su doctrina, debe ser su vía.

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