Meditación, acción y tradición: Una reflexión de Christophe André
La meditación se asocia con la quietud, sin embargo, la práctica de la atención plena puede aplicarse en numerosas acciones que realizamos en nuestra vida cotidiana –algunas de las cuales solemos hacer mecánicamente y por necesidad, sin darles importancia y pensando en otras cosas, divagando–.
Como explica Christophe André en este fragmento de su último libro Tiempo de meditar, la atención plena puede resultar muy valiosa antes, durante y después de realizar muchas acciones. Para ello, el médico psiquiatra y psicoterapeuta francés nos habla de diversas tradiciones y expone múltiples ejemplos.
La meditación se asocia a menudo con la quietud, que parece inherentemente alejada de cualquier forma de acción. Pero la inmovilidad, aunque es una base, y a menudo una regla, también puede soportar muchas excepciones. Algunos incluso dicen que la inmovilidad es solo una opción, de la cual uno puede apartarse con regularidad.
Así, por ejemplo, en la tradición Zen, que da mucha importancia a permanecer inmóvil, casi todos los actos de la vida cotidiana pueden ser un apoyo para la meditación: comer, caminar, ordenar, limpiar... Siempre y cuando se realicen con atención plena, con la mente alineada con el cuerpo.
Esto es lo que dice Keisuke Matsumoto, un monje del templo Kômyôji, en Tokio:
La tradición Zen es famosa por las frecuentes labores de limpieza a las que se entregan sus practicantes, pero en el budismo japonés, en particular, la limpieza siempre ha tenido una importancia muy grande desde el punto de vista espiritual. Es un acto que tiene por objeto poner orden en la mente. Nuestra mente es el fruto de nuestras acciones tomadas en su conjunto. Quitar el polvo purifica al corazón de sus pasiones. Quitar la suciedad hace caer los apegos que nos bloquean el camino...
Actuar con atención plena puede considerarse una forma de meditación en acción.
Es fácil y agradable cuando realizamos actividades placenteras o elegidas, tales como arreglar un ramo de flores o tocar música. Pero ¿lavar los platos? ¿Sacar la basura? Sin embargo, estas actividades ¡también pueden realizarse con atención plena!
Y más vale que así sea, porque son momentos de la vida. El poeta Christian Bobin nos advierte sobre esta cuestión: «Todo lo que se hace suspirando se tacha de negativo». No quedan más que nuestros suspiros: todo lo que se hace refunfuñando, pensando en otra cosa, deseando estar en otro sitio, también se «tacha de negativo».
Sin duda es uno de los mecanismos que explican la eficacia de los programas de meditación en el mundo de la empresa y el trabajo: parecen disminuir los niveles de estrés y aumentar la conciencia de que el trabajo realizado tiene sentido. Sin embargo, esto no siempre es así, la meditación no puede, por ejemplo, compensar las aberraciones organizativas del trabajo en cadena, tan común en nuestra sociedad productiva, ese no es su papel.
Pero lo importante es introducir la atención plena en todas nuestras acciones diarias, restablecer profundidad en nuestras superficialidades, estabilidad en nuestras dispersiones, vida en nuestras vidas...
En la práctica, ¿a qué podría parecerse esta asociación de meditación y acción? Es sencillo, es algo que concierne a todas las etapas de la acción: ¡antes, durante y después!
¿Meditar antes de actuar?
¿Meditar antes de actuar? Claro. Aunque solo sea en forma de recogimiento, que puede considerarse como un breve tiempo de meditación. ¿Has notado cómo nuestra sociedad ha eliminado todos estos momentos y cómo nos anima a pasar de una acción a la siguiente? Antiguamente, antes de las comidas, todos los comensales recitaban una oración, la benedícite. Esta tradición cristiana tiene equivalentes en todas las demás culturas y religiones. Este pequeño momento de recogimiento había sido capaz de hacer que la gente se diera cuenta de la suerte de disponer de comida, y de dar gracias por el simple hecho de estar allí y beneficiarse de ello.
Esta práctica ha caído en desuso. Pero podemos reinventar el espíritu de la misma en nuestros días: tomando de vez en cuando una comida con atención plena, en silencio, solos, saboreando cada bocado, calibrando nuestras oportunidades: tener estos alimentos en nuestro plato, disponer de un cuerpo que los convertirá en energía, y poder continuar viviendo gracias a todos estos milagros que ya no vemos.
«¿Para qué sirve recogerse?», parece ser la pregunta que nos hacemos en estos tiempos, apasionados por las acciones y el rendimiento, la aceleración y la eficiencia. Mi amigo el monje budista Matthieu Ricard tiene una respuesta para eso. Cuando damos conferencias juntos, antes de subir al escenario, propone un tiempo de meditación y recogimiento en nuestro camerino, por así decirlo. No solo para centrarnos y tener las ideas claras, sino también, dice, para aclarar nuestras intenciones. ¿Qué significa aclarar las intenciones? Es, por ejemplo, hacerse la siguiente pregunta: ¿estamos ahí fuera, en el escenario, para hacernos los listos con nuestros conocimientos y nuestra supuesta sabiduría? ¿O para intentar, lo mejor que podamos, transmitir conocimientos y convicciones que pueden ser útiles para las personas que han hecho el esfuerzo de desplazarse para venir a escucharnos? Este momento de recogimiento antes de actuar nos permite encarar lo que es esencial, en este caso una conferencia con una transmisión justa y sincera, y un retraimiento de nuestros egos detrás de nuestro propósito.
Otro interés de estos momentos de pausa es el de permitir regularmente «desbanalizar» nuestros actos. Por ejemplo, cuando llegues al trabajo, tómate un poco de tiempo para recogerte y centrarte: ¿qué estoy haciendo aquí? ¿En qué estado he llegado al trabajo? ¿Cuál es la mejor manera de hacerlo sin olvidar su significado más profundo y para vivir este día al máximo?
Varios líderes empresariales, meditadores, me han dicho que, al principio de las reuniones, suelen pedir a los participantes un momento de recogimiento: «Tenemos una agenda llena, vamos a tomar algunas decisiones importantes. Todos y cada uno de nosotros llegamos aquí con muchas preocupaciones, ideas, inquietudes, emociones y pensamientos, con tareas inconclusas que tendrán que ser retomadas a tiempo. ¿Podemos tomarnos un momento, todos juntos, para centrarnos en esta reunión? Nuestros cuerpos ya están alrededor de la mesa, ¿podemos también traer a nuestras mentes?».
Y lo que es todavía más importante: centrarse y recogerse por la noche, antes de llegar a casa tras la jornada laboral. ¿Qué experimentaré de importante con mi familia? ¿Cómo puedo aprovechar al máximo estos momentos que se me ofrecerán? Con atención plena, con plena escucha...
¿Meditar mientras se actúa?
Segundo punto de convergencia: la meditación durante la acción. Es aún más simple: se trata de pensar con asiduidad en estar presente en los propios actos. Realmente presente. No haciendo nada más que lo que estamos haciendo... No haciendo nada más que caminar, conducir, ordenar, escuchar, escribir, leer, poner las llaves o las gafas en algún sitio, cocinar, limpiar... En estos momentos, intentemos prestar toda nuestra atención a lo que estemos haciendo. Sincronicemos, al menos durante unos instantes, el cuerpo y la mente: a menudo, el cuerpo actúa, pero la mente se ha ido a otra parte, y está quejándose o soñando, o bien inmersa en preocupaciones o en proyectos. A menudo el cuerpo actúa, pero la mente no es consciente de lo que el cuerpo está haciendo, y se halla en ausencia plena...
Actuar con atención plena es útil para evitar perder siempre las llaves y las gafas, pero también para escuchar mejor a los demás (simplemente escuchando, sin juzgar o preparar respuestas), para sentirse mejor, para pensar mejor... Y para actuar mejor. Todos los estudios sobre lo que se denomina «multitarea» —hacer varias cosas al mismo tiempo, conduciendo mientras se hacen llamadas, hablando mientras controlamos los mensajes de texto...— muestran claramente que este hábito nos estresa más, y nos lleva a tener un bajo rendimiento en cada actividad. A menos que nos veamos obligados a hacerlo, ¿qué interés tiene?
La acción con la conciencia tranquila también puede llevarnos a lo que los investigadores llaman el estado de flow. Son esos momentos en los que estamos completamente absortos en una actividad, y la hacemos lo mejor que podemos, con una intensa sensación de dominio y placer. Este estado de fluidez se caracteriza por la combinación de una concentración intensa, la desaparición de verbalizaciones y pensamientos (nosotros no pensamos en la tarea, estamos inmersos en ella), la percepción distorsionada del tiempo (desaparece la noción de duración), etc. La fluidez caracteriza las acciones realizadas con atención plena, lo suficientemente complejas como para que no provoquen ningún tipo de aburrimiento, pero también lo suficientemente controlables para que no induzcan un estrés excesivo. La encontramos en atletas y artistas, pero también en trabajadores intelectuales, y cuando llevamos a cabo alguna afición como el bricolaje, la jardinería, etc.
Actuar con atención plena nos permite entender que vivir bien es no olvidar vivir también en el momento presente, vivir aquí y ahora. Se trata de hacer un esfuerzo para captar en todas las cosas el placer de actuar, de existir, de funcionar. Cuando estemos muertos, no tendremos que lavar los platos o sacar la basura. Tal vez nos arrepintamos de no haber entendido que estos son también momentos de la vida. Y que todos son buenos, maravillosos y deliciosos para vivirlos...
¿Meditar después de la acción?
Finalmente, está la meditación después de la acción. Uno de los males de nuestro tiempo es la aceleración de los ritmos de la vida: ya sea en tiempo de ocio o de trabajo, estamos cada vez más sometidos a la siniestra lógica que los economistas llaman «justo a tiempo»: eliminar todo momento libre y actuar, actuar, actuar, llenar cada segundo con una acción productiva.
La meditación tras la acción recomienda que nos hagamos presentes después de lo que acabamos de hacer, decir y escuchar. Ser conscientes de lo que acabamos de experimentar: ¿en qué estado estamos? ¿Qué juicios, qué pensamientos, qué emociones estamos experimentando?
Este tiempo de digestión de los acontecimientos de nuestra vida cotidiana es a menudo deseable, y a veces indispensable: después de un conflicto, un altercado, una molestia, sobre todo para no pasar de inmediato a otra cosa, sin lanzarnos a nuestras pantallas, nuestro trabajo, nuestras quejas... En resumen, no para huir de la incomodidad emocional, sino, por el contrario, para tomarse el tiempo de meditar sobre lo que nos pasó, observar el estado en el que nos puso, y considerar lo que podríamos haber hecho desde la adaptación y no desde la impulsividad, ahora... Para ello, tomémonos unos minutos de atención: paremos, respiremos, observemos el estado de nuestro cuerpo y nuestros pensamientos. Ya sean nuestros errores o nuestros éxitos, nuestras alegrías o nuestras penas, si queremos que todas nuestras experiencias nos sirvan y alimenten nuestra sabiduría, debemos tomarnos un tiempo para dejar que la estela de las enseñanzas intuitivas de lo que acabamos de pasar se inscriban en nosotros.