¿Te pone nervioso esperar? Un ejercicio mindfulness de Jan Chozen Bays

¿Eres de los que se desespera cuando un imprevisto —el cajero no funciona, hay cola en el supermercado o un embotellamiento al regresar a casa— te obliga a esperar? La maestra zen y pediatra Jan Chozen Bays plantea en su libro Mindfulness sobre la marcha un ejercicio mindfulness para darle la vuelta a las emociones negativas fruto de estos contratiempos cotidianos. El libro de Bays contiene un gran número de ejercicios para poner en práctica en nuestra cotidianidad, incluyendo aquellos momentos que normalmente consideraríamos inútiles. Según Bays, son precisamente lo contrario.

El ejercicio

“Cada vez que te encuentres esperando, cuando estés en la cola de la tienda, esperando a alguien que llega tarde, o aguardando a que desaparezca el icono «por favor, espere» en la pantalla de tu ordenador, tómatelo como una oportunidad para practicar mindfulness, meditación o la oración. ”

Existen varias y buenas prácticas de mindfulness para el tiempo de espera. Permanecemos conscientes de la respiración, comenzando con unas pocas respiraciones profundas para ayudar a disipar la tensión corporal por tener que esperar, o la posibilidad de que alguien a quien estés esperando llegue tarde. Encuentra el lugar en tu cuerpo donde seas más consciente de la respiración —fosas nasales, pecho o vientre— y sitúa tu atención en las sensaciones en esa área, notando cómo cambian continuamente.

Otra práctica útil para el tiempo de espera es escuchar los sonidos, abriendo y expandiendo su audición a toda la habitación. Otras buenas prácticas incluyen benevolencia para el cuerpo y relajación en la espiración: cada vez que espires observa cualquier tensión o tensión adicional en el cuerpo —alrededor de los ojos o la boca, en los hombros o el vientre— y permite que se ablande. Cuando notes que te molesta tener que esperar, recuérdate a ti mismo: «¡Esto es fantástico! Dispongo de un tiempo inesperado para practicar mindfulness».

Recordándote a ti mismo

Pon una pequeña nota o una cinta adhesiva con la letra E (para la «práctica de la espera») en los dispositivos de cronometraje que consultes a lo largo del día, como tu reloj, el reloj de fichar... tu coche, o tu móvil. Pon una E también en la pantalla del ordenador o en el ratón.

Descubrimientos

Descubrí esta práctica cuando era nueva en la meditación, cuando trabajaba 72 horas semanales como interna residente en un ajetreado hospital del condado, con apenas tiempo para ir al baño. Dos maestros Zen vinieron de visita al hospital. Me apresuré a entrar en la sala de espera, murmurando disculpas por hacerlos esperar: «No te preocupes —dijo uno de ellos—. Nos dio tiempo extra para sentarnos». («Sentarse» es la jerga Zen para indicar meditación sentada.) Oh, sí.

Esta práctica responde a la pregunta: «¿Cuándo puedo —yo, una persona muy ocupada— encontrar tiempo para practicar mindfulness?». No necesitamos dedicar un gran período de tiempo para practicar mindfulness (aunque eso seguramente no dolería). Las oportunidades para practicar el estar presente surgen a lo largo del día.

Cuando nos vemos obligados a esperar, digamos en un embotellamiento, nuestro instinto es hacer algo para distraernos de la incomodidad de esperar. Encendemos la radio, llamamos o enviamos mensajes de texto a alguien por teléfono, o simplemente nos sentamos y fumamos. Practicar mindfulness mientras se espera ayuda a las personas a encontrar muchos pequeños momentos a lo largo de la jornada en los que pueden tirar del hilo de la consciencia desde donde yace escondido en el complejo tejido de sus vidas. La espera, un hecho común que usualmente produce emociones negativas, puede ser transformada en un regalo, el regalo del tiempo libre para practicar. La mente se beneficia doblemente: primero, abandonando los estados mentales negativos, y segundo, obteniendo los efectos beneficiosos de incluso unos pocos minutos extras de práctica entretejidos en el día.

Mi profesor original de «espera» fue mi paciente padre. El domingo por la mañana se ponía el traje y la corbata, y luego subía al coche para leer el periódico del domingo. Mientras tanto, su esposa y sus tres hijas se subían al auto, una a una, y luego salían de nuevo a correr de un lado a otro para ir a recuperar guantes, carteras, lápices labiales, calcetines sin agujeros, pasadores, libros escolares dominicales, etcétera. Solo cuando cesaba el corretear y los portazos, levantaba la vista, doblaba tranquilamente el periódico y encendía el motor.

Lecciones más profundas

A medida que emprendes esta práctica, aprendes a reconocer antes los cambios que tienen lugar en el cuerpo y que acompañan pensamientos y emociones negativas inminentes, como la impaciencia sobre tener que esperar, o la ira sobre «ese idiota» que está por delante de nosotros en la cola de la caja. Cada vez que somos capaces de detenernos y no permitir que un estado mental negativo llegue a cuajar (por ejemplo, irritarse con el tráfico o enfadarse con el cajero lento), estamos borrando un patrón habitual e insano del corazón/mente. Si no dejamos que el carro de la mente sigue corriendo por las mismas y arraigadas rutinas —surcos—, bajando la misma vieja colina, para ir a parar al viejo pantano de siempre, al final, los surcos que utiliza acabarán rellenándose. Nuestros habituales estados de irritación y frustración provocados por algo como esperar se disolverán. Hace falta tiempo, funciona. Y sobre todo vale la pena, ya que de ello se beneficiarán todos los que nos rodean.

Muchos de nosotros tenemos una mente que mide la autoestima en términos de productividad. Si no produjera nada hoy, si no hubiera escrito un libro, dado un discurso, horneado pan, ganado dinero, vendido algo, comprado algo, obtenido una buena nota en una prueba, o encontrado a mi alma gemela, entonces mi día habría pasado en vano y yo sería un fracaso. Para nosotros no tiene mérito alguno el «ser» tiempo, el estar presentes. «Esperar» es, por tanto, una fuente de frustración. ¡Piensa en las cosas que podría estar haciendo!

Y aun así, si le preguntas a la gente que te importa qué es lo que más les gusta de ti, su respuesta probable sea una versión de «su presencia» o «su atención amorosa». La presencia no tiene un producto cuantificable, sentimientos positivos, sentimientos de apoyo, intimidad y felicidad. Cuando dejamos de estar ocupados y productivos y pasamos a estar simplemente quietos y conscientes, nosotros mismos también alimentamos ese apoyo, intimidad y felicidad, incluso si no hay nadie más cerca. Estos sentimientos positivos son un «producto» muy deseado, pero que no se puede comprar. Son el resultado natural de la presencia. Son un derecho de nacimiento que hemos olvidado que poseemos.

Palabras finales

“No te molestes cuando tengas que esperar; regocíjate del tiempo de más para practicar estar presente.”

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