Serenidad: pensamientos para encontrar tu refugio cuando tienes ganas de tirar la toalla
Christophe André plantea que aceptar la sensación de fragilidad es una forma de no caer en delirios como la "omnipotencia" y un buen punto de partida para resolver poco a poco nuestros miedos y problemas.
«Fragilidad» es uno de los capítulos de Serenidad, una de las obras más leídas de Christophe André.
Convives con esa impresión desagradable y a veces angustiosa de que tu vida no es más que una sucesión de esfuerzos. Perseverar, arreglar, tapar, construir, reconstruir. Esfuerzos para trabajar, para activarte, para ocuparte de los demás (mucho), de ti mismo (un poco), en suma, para «gestionarlo» todo (además, detestas esa palabra, la de «gestionar», que transforma tu vida en una especie de comercio o de industria).
A menudo te sientes a punto de abandonar, de dejarlo todo. Por cansancio (te haría falta descansar), pero también por desgaste mental: ¿es que es esto la vida? ¿Hay que estar siempre forcejeando, agitándose, esforzándose? ¿Parar? Sería un desastre, todo se acumularía, todo el mundo murmuraría sobre ti, siempre tan activo.
Para ser justos, lo cierto es que no sabes nada, que no sabes si realmente se organizaría un buen follón, pues nunca lo has probado, nunca te has permitido parar del todo. Lo imaginas y «¡Bufff...!». Así pues, en esos momentos desearías dejarlo todo. Cerrar los ojos y dejar de estar ahí. Hallarte en un refugio, en un lugar tranquilo donde no se te exigiese nada y se te diese todo. ¿Tal vez eres un poco frágil? Hace unos años estuviste deprimido y el médico te recetó Prozac. Te hizo bien, te sentías menos sensible, menos frágil. Pero no te gustaba la idea de que se debiese a una molécula que circulaba por tu cuerpo, a fin de impedir y dispersar toda concentración emocional: «Circulen, ¡no hay nada que sentir!». Te alegras de que esos medicamentos pacificadores existan, en caso de necesidad. Pero te gustaría conseguirlo de otro modo.
¿Habrá un día en que desaparezca esa sensación de fragilidad?
Ser humano es «ser frágil». Es ser vulnerable, frágil ante cualquier cosa, ante banalidades dolorosas, sobre todo ante estas. Ante las grandes adversidades uno se moviliza, y nuestro entorno acude a nuestra ayuda. Pero en las pequeñas, tal como señalaba Montaigne,
«la turba de los males menores resulta a veces más opresiva que los grandes sufrimientos».
Pero por fortuna, esta fragilidad también conlleva ventajas:
En primer lugar, ser conscientes de nuestra fragilidad nos protege de los delirios de omnipotencia («no puede sucederme nada»). Por el contrario, a los frágiles y sensibles les puede ocurrir de todo, y siempre resultará complicado. Se enteran muy pronto: a la hora del recreo en el parvulario.
«Pero además, la fragilidad nos torna lúcidos, y para ello no hay más que abrir los ojos y observar cómo duerme un niño, cómo envejece un amigo, y sentir el paso del tiempo.»
—Christophe André
Y de repente, nos decimos, o más bien nos gritamos: «¡No puedo seguir actuando como si mi vida fuese ilimitada! ¡Ni como si pudiera disponer de otras existencias! Ni seguir viviendo como si fuese invulnerable y eterno».
Henos aquí, empujados hacia la sabiduría, a través de la lucidez y la fragilidad.
Existe, además, otra ventaja en la fragilidad: nos abre al mundo.
Primero lo hemos vigilado, a fin de asegurar nuestra supervivencia. Nos preguntábamos: ¿De dónde vendrá el próximo golpe, el próximo peligro? Después –ahora–, hemos aprendido a observar sin vigilar, hemos alcanzado el gusto de observar el mundo cuando el peligro deja de estar presente, incluso cuando se ha aprendido a hacerle frente. Entonces suele tener lugar un feliz «efecto rebote»: la salida, tal vez transitoria, de la fragilidad y la angustia, que es como el alba tras una noche de miseria. Se saborea con más intensidad, y mejor que aquellos que han dormido sin sufrir.
Finalmente, la felicidad de vivir de los frágiles era siempre más profunda que la de los... ¿de los qué? ¿Qué es lo contrario de frágil? ¿sólido, duro, fuerte...? ¡Bah...! Lo más interesante es que ¿a caso no se trata –antes que de lo contrario– de la continuación de ser frágil? Lo más interesante es ver en qué se convierten las personas frágiles que han progresado, siempre que ese progreso no consista en suprimir su fragilidad (convertidas en «fuertes») sino en acogerla, en aceptarla, sin sufrir, ni demasiado, ni demasiado a menudo.